Roberto Casanova 16 de Noviembre
Los tiempos del dominio nazi sobre
Alemania fueron tiempos de desmesura, represión y miedo. La política económica
reflejó claramente esos rasgos, sobre todo en los años finales de ese régimen
totalitario. Algunos textos de Wilhelm Röpke sintetizan con
claridad lo sucedido. Vale la pena citarlos in extenso.
Desde 1933, el nacionalsocialismo alemán
ha demostrado que un Gobierno dispuesto a todo es capaz de convertir una inflación
abierta en inflación reprimida manteniendo
la presión de la inflación sobre precios, salarios, tipos de cambios y
cotizaciones de valores mediante una economía coercitiva que lo abarque todo
(control de divisas, racionamiento, inmovilización de precios y de salarios,
regulación del consumo, fiscalización del capital y de las inversiones…). (…)
Pero cuanto más aumenta la inflación tanto más se acentúa la presión, que se
trata de compensar mediante la economía coercitiva. Y tanto más amplia y
desconsiderada ha de ser también la economía coercitiva para poder detener la
creciente presión de la inflación…”[1]
Se trataba de un Gobierno que, urgido
de recursos para financiar un enorme y creciente gasto público, promovió una
inflación que luego “prohibió”, mediante un sistema de economía de guerra cada
vez más estricto. Continúa Röpke:
“A medida que el efecto inflacionista de
dinero hace subir precios, costes y tipos de cambio, el cada vez más amplio y
elaborado aparato de la economía coercitiva intenta contrarrestar esta subida
mediante medidas policíacas. La inflación reprimida se convierte así en un sistema
de valores coactivos ficticios, que suele estar inseparablemente unido al usual
sistema económico del colectivismo (…) La distorsión de todas las relaciones de
valores, la coexistencia de mercados `oficiales´ y `negros´ y el antagonismo
entre quienes rigen el mercado y el Estado, que lucha desesperadamente por
conservar su autoridad, conducen al fin a una situación caótica, en la que
falta prácticamente toda clase de orden (…) El camino de la inflación reprimida
termina, pues, en el caos y la paralización”[2].
Luego de la derrota bélica de Alemania
no existía consenso, en materia de política económica, acerca de la estrategia
para superar el pesado legado del régimen nazi. En esas circunstancias, algunos
pensadores (como Alfred Müller-Armack, Wilhelm Röpke y Walter
Eucken, entre otros) y varios políticos (como Konrad
Adenauer y, en particular, Ludwig Erhard), promotores
de lo que venían llamando como “economía social de mercado”, supieron
aprovechar las posiciones que ocupaban para, a partir de 1948, impulsar un
programa de reformas económicas.
El problema central a enfrentar era,
dicho en breve, una mezcla de inflación y colectivismo. La reforma tuvo dos
componentes. Por un lado, crear disciplina en materia monetaria y fiscal. Por
el otro, la eliminación del “…aparato
de represión (precios máximos, racionamiento y los demás elementos de la economía
coactiva), volviendo a la libertad de los mercados…”[3]. En
el marco de este segundo componente, se prestó especial atención a promover un
ambiente de efectiva competencia, limitando cualquier tendencia a la
concentración económica y al surgimiento de monopolios. De este modo, “del caos
y del marasmo de la economía planificada inflacionista surgieron las dos
columnas de un auténtico orden económico: la fuerza directora e impulsora que
radica en los precios libres y la estabilidad del valor del dinero”[4].
La reforma contó con detractores desde
su comienzo, incluidos, por cierto, los funcionarios estadounidenses que
ejercían la autoridad en determinados ámbitos en la Alemania ocupada. PeroErhard y
otros impulsores de la economía social de mercado mantuvieron la confianza en
lo que hacían y se dedicaron a convencer a sus compatriotas, con sentido
pedagógico y habilidad política, sobre la conveniencia de las medidas
adoptadas. Al cabo de pocos años los resultados obtenidos en materia de
crecimiento y bienestar fueron tan favorables que el período fue calificado por
algunos como el del “milagro alemán”.
Varios autores, sin embargo, sin
desmerecer esta notable experiencia, han sostenido que, en realidad, no hubo
nada milagroso en lo que ese país logró. Afirman, en tal sentido, que los
resultados alcanzados eran los que debían esperarse si eran ejecutadas, con la
prudencia necesaria, políticas liberadoras del emprendimiento económico.
El propio Erhard afirmó que “Lo
que se ha llevado a cabo en Alemania… es todo lo contrario a un milagro. Es tan
sólo la consecuencia del esfuerzo honrado de todo un pueblo que, siguiendo
principios liberales, ha conquistado la posibilidad de volver a emplear
iniciativas humanas, humanas energías”[5].
Es correcto, pues, considerar que la
economía social de mercado es, básicamente, economía de sentido común. Tal vez
lo que resulte impresionante sea que, luego de largos años de dominio
totalitario y en un entorno mundial de creciente estatismo, Alemania Federal hubiese
mostrado semejante sindéresis. Esta reforma “…de
elección en elección, fue ampliando la base política de la economía de mercado,
al principio muy escasa, llegando por último a obligar a los socialistas a
admitirla y borrar poco a poco de sus programas los dogmas típicos socialistas
de la planificación económica y de la socialización”[6].
La gran lección de la economía social
de mercado para la historia ha sido que cambios económicos y sociales profundos
y favorables pueden ser logrados si se piensa y actúa con sensatez.
[1] Röpke, Wilhelm (2007).
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Erhard (1989).
[6] Ibíd.
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