Por Luis Vicente León 19 de Noviembre, 2013
Siempre me ha llamado la atención la
característica pendular de los venezolanos, especialmente cuando se trata de la
oposición. Podríamos hacer un análisis cronológico de los diferentes momentos
en los que la oposición pasó de la seguridad de que a Hugo Chávez no lo quería
ni su mamá al convencimiento pleno de que el tipo era invencible. Pasar de la
ilusión por el fortalecimiento de las fuerzas que promueven el cambio a la
depresión producida por pensar que la mayoría sigue pegada a la propuesta de la
revolución. La explicación simplista que muchos se dan es pensar que la gente
tiene, en promedio, una neurona y no es capaz de entender que se la están
vacilando… o que, si lo entiende, lejos de molestarse les gusta.
En este nota histórica de bipolaridad
plena, no era de extrañar que presenciáramos un nuevo capítulo del culebrón
local, luego de las acciones de radicalización extrema con las que el
presidente Nicolás Maduro salió recientemente.
Ubíquense un poco antes de que se
iniciara la mas reciente ofensiva chavista. La opinión generalizada de los
opositores era que la popularidad presidencial estaba en caída libre, que la
posibilidad de triunfo de la oposición en las elecciones municipales era
gigante y que no había vuelta atrás. Estábamos frente a lo que algunos
opositores radicales llamaban el Efecto Bola de Nieve del cual
Maduro no podría recuperarse, lo que garantizaba un inmediato cambio de
gobierno hacia “los buenos”.
No entiendo todavía por cuál mágico
efecto esperaban cambiar un presidente por una derrota en una elección local y
sin eventos electorales posibles en los próximos dos años y menos cómo es que,
si eso pasara por la vía no democrática, lo capitalizaría la oposición y no las
fuerzas radicales de otro tenor. Pero esa discusión la dejamos para otra
oportunidad.
Debo aclarar que una parte de este
análisis era cierto. En efecto la popularidad presidencial se había
deteriorado, perdiendo desde mayo más de diez puntos porcentuales, que para un
presidente que había ganado por uno representa un riesgo electoral relevante.
Sin embargo, las conclusiones siguientes eran, por decir lo menos, temerarias.
Primero que todo hay que señalar que la popularidad del presidente puede tener
una vinculación con la disposición del voto en una elección local, pero no es
cierto que puede proyectarse la una con la otra. En efecto, en las mismas
encuestas que mostraban el deterioro en la popularidad de Maduro, se podía
observar que la disposición de voto por los candidatos del PSUV y la MUD en las
elecciones de alcaldes y concejales estaba empatada, lo que no permite concluir
a ciencia cierta quién era el favorito a ganar en términos de votos totales,
independientemente de la popularidad de Maduro. Lo segundo es que pensar de manera
determinística en política, proyectando en línea recta la tendencia futura, es
un error garrafal. La política es volátil y traicionera y hay que seguirla con
rienda corta porque suele sorprendernos.
El tema es que la misma gente que hace
unos días daba por descontada la derrota de Maduro y del chavismo ahora
penduló… otra vez. Para ellos, bastó ver a Maduro en cadena y las colas frente
a las tiendas para comprar mercancía barata para construir la percepción de que
ahora la oposición se jodió irreversiblemente. Maduro sigue siendo para muchos
un “bicho”, pero invencible y el pueblo demuestra de nuevo su facilidad para
dejarse comprar con espejitos. De ahí a adelantar el ticket de avión para salir
temprano de vacaciones sin votar el 8-D sólo hay un paso.
Los “pendulistas” no necesitan esperar
las encuestas. Ya adelantaron sus conclusiones propias y, como es usual, si
éstas no cuadran con las investigaciones de campo que aparezcan en un tiempo
prudencial, las malas serán las encuestas, no su opinión, que ya es, por
definición, verdad… algo que por cierto las encuestas tampoco serán capaces de
encontrar.
Me permito aclarar que no he visto
hasta ahora ninguna encuesta nacional integral que haya medido el impacto de
estas medidas sobre la opinión pública. Definitivamente, nosotros no tendremos
esos resultados hasta cerrado el mes de noviembre. La razón es que para tener
una medición seria de impacto hay que esperar un período prudencial para
dejar que se decanten las emociones y porque se requiere tiempo para ejecutar
la encuesta, con su metodología tradicional, y eso no se hace en una semana a
nivel nacional. Si usted ve una hecha en dos días para mostrársela a la opinión
pública en rueda de prensa nacional, por parte de algunos de los interesados
habituales, no recomendaría tomarla en serio.
No pretendo decir que las hipótesis
que plantean que Maduro puede tomar ventaja de esta situación sean
descabelladas. En efecto, parto de la misma tesis y ya lo he escrito.
Creo que la aparición de Maduro firmemente en el juego, su utilización intensa
de las cadenas nacionales, su pase de la retórica a la acción, su
identificación y represalia contra “los culpables”, con lo que desvía la
atención de la responsabilidad propia de las políticas económicas desacertadas,
el acompañamiento del presidente a la gente en su drama personal, la
liquidación concreta de la mercancía más barata y la presentación mediática de
“pruebas” de actos inadecuados, que sabemos que existen debido a los estímulos
de una mala política económica (usura, acaparamiento, contrabando, desviación
de divisas, entre otras hierbas aromáticas), podría jugar a su favor en
términos de popularidad.
Podríamos presumir que el signo de
estas acciones para la evaluación de gestión de Maduro es positivo, pero hay
dos detalles que hacen simplista el pendular opositor. Primero, no siempre las
hipótesis de investigación se ratifican en campo, por lo que debemos esperar
para saber si en efecto esto se verifica (no siempre ocurre así: si pudiéramos
proyectar siempre en función de las hipótesis racionales, no tendríamos que
hacer encuestas para contrastarlas). Lo segundo es que, aunque el signo fuera
positivo, nada garantiza que la recuperación de Maduro sea superior a la merma
que había tenido en sus meses iniciales. Que suba no indica que corrija
completamente la merma ni que tenga el tiempo de hacerlo en apenas veinte días.
Pero incluso si Maduro subiera en las
encuestas y recuperara lo perdido, ¿quién dijo que su punto de partida era
seguro, si su triunfo previo fue apenas un chiripazo de un punto? Finalmente,
lo que es bueno para el pavo es bueno para la pava. Si hemos comenzado diciendo
que la caída en la popularidad de Maduro no se había traducido en estos meses
en una contracción relevante de la disposición de voto chavista por los
alcaldes, ¿por qué tendríamos que presumir que una recuperación de Maduro sí
significa un aumento de esa votación local?
Yo que la oposición, le bajaría dos a
la pendejada y me dedicaría a hacer lo que hay que hacer, independientemente de
lo que haga Maduro. Mantener activos sus cuadros, recorrer todo el país, enviar
mensajes de fuerza y estímulo a su gente, defender los principios y valores
racionales de la economía y no enmudecer estratégicamente por un cálculo
político que el país les va a cobrar temprano. Debe recordarles todos los días
a los electores que la única manera de ganar es votando y que, más allá de lo
que pase el 8-D, la batalla seguirá vivita y coleando, ganes o pierdas. Como
decía Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa”. Mande
ese péndulo al mismísimo carajo (eso no lo diría Santa Teresa, pero se los
recomiendo yo) y céntrese en trabajar y votar, que de eso se trata.
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