PAULINA GAMUS 13 de noviembre de 2013
¡Que no quede nada en ninguna parte..!
Es el grito del decreto de
guerra a muerte que Nicolás Maduro ha lanzado para liquidar de una vez por
todas, las pocas empresas que quedaban en este país.
Después de acabar con la producción de
alimentos de primera necesidad como la leche, azúcar y harina de maíz, había
que culpar a alguien del desastre. Por su mente estrecha pareció, por un
momento, que pasaba un rayo de luz cuando designó a Nelson Merentes para
dirigir el rumbo económico del país.
No es que fuera un Nobel de economía,
por el contrario había tenido mucho que ver con el desastre que Hugo Chávez le
dejó en herencia al apocado Maduro, pero parecía dispuesto a enderezar algunos entuertos.
Solo los muy allegados sabrán en qué momento y mediante cuáles maniobras y
zancadillas, Merentes fue desbancado y de nuevo se elevó la figura siniestra de
Jorge Giordani.
Para cerrar el círculo de la tragedia
que se avecinaba, desempolvaron al botado Eduardo Samán y lo devolvieron al
Indepabis. Se había completado así la dupla marxista-leninista-castrista, la
que no descansará hasta que Venezuela llegue de una vez al mismo hoyo del que
Cuba apenas está saliendo después de medio siglo de penurias.
Las encuestas deben haber precipitado
la locura que mezclada con la imbecilidad, es una fórmula letal. Por supuesto
que a la luz de los acontecimientos hay unos cuantos miles de venezolanos
felices porque participaron del saqueo oficialista. Porque obligar a un
comerciante a que venda por debajo del precio justo, y además privarlo de su
libertad de manera arbitraria, es un saqueo para no llamarlo robo descarado.
Esos quizá voten por los candidatos de Robin Hood Maduro.
Otros miles, seguramente muchos más
que los favorecidos, terminarán frustrados y furiosos porque no lograron
hacerse siquiera con una tostadora o un DVD, a pesar de pasarse días enteros en
las colas. Esos difícilmente voten por los saqueadores. Muchos más, quién sabe
cuántos, apelarán al voto castigo para esta banda de asaltantes porque
perdieron sus empleos ya que las tiendas saqueadas jamás volverán a abrir sus
puertas a menos que sus propietarios sufran de masoquismo irredimible.
Muchos, bastantes, le cobrarán a la
pandilla de maleantes instalada en el gobierno, los atascos de tránsito y las
largas horas perdidas en las colas de automóviles por culpa de las otras colas,
las de los aspirantes a un tírame algo electrodoméstico.
Ya vacíos los anaqueles y depósitos de
neveras, lavadoras, secadoras, televisores y demás aparatos del ramo, se
anuncia el asalto a zapaterías, jugueterías, tiendas de telas y todo negocio
que pretenda vender alguna cosa y obtener la más ínfima ganancia. Estos también
cerrarán per saecula saeculorum una vez queden desprovistos de su mercancía.
Venezuela será entonces lo que Giordani y Samán anhelan, una verdadera isla de
la felicidad. No en balde se ha designado, tomando las previsiones del caso, un
viceministro del ramo.
Algunos analistas que nunca faltan y a
veces aciertan, han aventurado que el propósito del gobierno es neutralizar los
posibles saqueos espontáneos, como los ocurridos en el Caracazo que tanto
celebraba Chávez y compañía. ¿Caracazos a mi? debe haber dicho Maduro en algún
diálogo con el pajarito y se adelantó a los acontecimientos. Por lo pronto la
gente dejó de hacer colas para comprar leche, arroz o harina de maíz, y se pasó
a las colas de la piñata organizada a costillas ajenas. Pero de ese sueño de
felicidad momentánea despertarán muy pronto. No solo porque muchos aparatos
saqueados con la anuencia oficialista quedarán inservibles con los apagones que
se incrementan día a día, sino porque 30 millones de venezolanos, excluyendo a
la nomenklatura de los asaltantes, se encontrarán con que nunca más, mientras
esa lacra gobierne este país, habrá una nevera, un televisor, una lavadora o
siquiera una licuadora que comprar. Salvo que algún enchufado se monte en el
negocio de traer basura china para así saquear los golpeados presupuestos de la
mayoría del país.
Son tiempos oscuros, pero nunca la
oscuridad fue eterna. Los escépticos, los que creen que no tiene sentido votar
el 8 de diciembre, que se convenzan de que a estos delincuentes infracomunes
sólo se les saca del poder con muchos pero muchísimos votos, esos que los
tienen tan aterrados que los llevan a precipitarse al abismo y arrastrarnos con
ellos.
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