Escrito por Trino Márquez (sociólogo) Jueves, 21 de
Noviembre de 2013
@trinomarquezc
La fórmula comunista para resolver los
problemas económicos, y en general sociales, posee la simpleza del pensamiento
rústico. Parte de suponer que si en una sociedad no se producen suficientes
bienes y servicios, y estos no alcanzan para cubrir las necesidades de toda la
población, es porque lo impide un grupo de hombres perversos, movidos por el
afán de lucro desmedido y el egoísmo. El germen de la maldad lo alimenta la
propiedad privada de los medios de producción. Los adversarios se reúnen en dos
géneros: las personas de carne y hueso inspiradas por fines perversos; y los valores derivados de la
propiedad privada.
Identificados los enemigos hay que
pasar a la etapa siguiente: su aniquilamiento. Frente a la guerra desatada por
la burguesía parasitaria, cadivista, la contraofensiva debe basarse en
aplicarle toda la fuerza del Estado. Antes de atacar hay que resolver algunas
interrogantes: ¿se les destruye utilizando solo el Estado –el aparato judicial
y los órganos represivos- o se apela al pueblo para que con sus propias manos
cobre venganza por los maltratos recibidos?; ¿o, mejor aún, se combinan ambos
factores para que armen una tenaza irresistible? ¿Cuál revolución no acude a
las masas y se apoya en ellas?
El enfrentamiento al enemigo principal
tiene que ser permanente para que surta los efectos esperados. Hay que definir
estrategias de combate para que la lucha no esté dominada por el azar. Nadie
mejor que los militares para trazar esas líneas generales, definir los grandes
y pequeños objetivos, actuar en el largo plazo y en la coyuntura con la misma
habilidad. Por eso conviene crear, por ejemplo, el Comando Estratégico
Operativo de la Economía, presidido por un militar activo. La economía no es
más que un cuartel central que se maneja dando órdenes, dictando decretos,
alzando la voz. La actividad económica transcurre como la de todo laboratorio:
sus variables pueden controlarse e intervenirse.
La fórmula roja es pedestre. Hayek la
criticaría diciendo: el orden económico comunista está sometido a las normas
rígidas de las organizaciones cerradas, taxis, en la que no existe la
espontaneidad, ni la libre relación entre sus agentes.
Esta receta fue utilizada durante
décadas, con algunas variaciones, en la antigua URSS, Europa del Este, China,
Vietnam. Los resultados son ampliamente conocidos. Todos esos países
abandonaron a distintos ritmos la economía militarista, el intervencionismo
desmedido, la estatización y el colectivismo. Rusia, a pesar de que no ha
logrado superar los problemas generados por las mafias enquistadas en la
industria, crece a una velocidad contenida. China pasó a ser la segunda
economía del planeta. Las naciones de Europa Oriental han ido saliendo de la
miseria en la que las dejó el comunismo.
Vietnam adoptó el modelo chino -economía de mercado con una fuerte dosis de
control político-, lo que le ha permitido convertirse en una pujante nación
emergente.
En el otro lado se encuentra la pobre Cuba, aferrada aún a la tradición militarista y estatista. En el territorio
caribeño los particulares no pueden abrir ni siquiera salas de cine privadas
porque el Estado omnipotente lo prohíbe. La sombra del viejo autócrata
comunista Fidel Castro, sigue dominando. La dictadura optó por vivir del
subsidio de Maduro y de las transferencias de los cubanos residentes en
Florida.
En una etapa en la cual la manera
comunista de conducir la economía ha sido abandonada en todo el mundo hasta por
sus promotores, por inútil y dañina, la verdadera trilogía del mal -Maduro,
Giordani y Ramírez- la retoma con furia, odio y populismo del más grotesco. Los
recientes ataques a las tiendas de productos electrodomésticos y de línea
blanca -que progresivamente se ha extendido a casi todas las ramas comerciales-
muestran el lado más perverso del método rojo, asentado en la revancha y el
desprecio al Estado de Derecho, al diálogo y a la convivencia pacífica. Estas
embestidas, que se mueven por los terrenos de la delincuencia, complementan las
medidas disparatas para combatir la inflación y establecer los “precios justos”,
y los organismos demenciales creados para sofocar la indisciplina del dólar
paralelo. El Centro Nacional de Comercio Exterior será otra entelequia
centralizada, que solo fortalecerá el poder del Gobierno y debilitará aún más
la ya frágil economía privada. Los particulares tendrán que someterse a nuevos
y mayores tormentos para obtener la venia de unos burócratas arrogantes.
La fórmula roja nos aplasta. El 8-D
será una oportunidad para rebelarnos.
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