Miguel Méndez
Rodulfo Caracas 29 de noviembre de 2013
Eso nos
preguntamos con preocupación todos. No sabemos adónde va, pero si conocemos que
no se dirige a buen puerto. Como si el capitán de una nave desafiara los mares
y tomara cualquier rumbo, sin importar la brújula, así sentimos los venezolanos
que nos llevan a bordo de una carabela más frágil que las que trajeron a Colón
al nuevo mundo, con el presentimiento de que en cualquier momento un obstáculo
ponga fin a la travesía. Tal desconcierto embarga a los nacidos en la Patria de
Bolívar. En tanto el gobierno, desafiante, prescinde de los instrumentos de
navegación, rechaza la cartografía y se burla de los conocimientos náuticos.
Piensa que está creando nuevas rutas y que se dirige a un nuevo amanecer. Así
con este piloto delirante, y una tripulación emborrachada, quieren convencernos
de que llegaremos a salvo. La historia está llena de iluminados que
pretendieron crear su propio camino, pero a la vera solo dejaron rastros de
destrucción y ruina. A su paso las llamas ardieron devorándolo todo y lo que
costó años edificar, se vino al suelo estrepitosamente.
Tal es el
riesgo que corre Venezuela con la improvisación del régimen que la domina. El
difunto, que sólo era un maestro consumado en el arte de la gradualidad y los
tiempos, siempre sacaba un conejo nuevo del sombrero, pero sólo cuando los
pobres comenzaban a darse cuenta que el anterior olía a engaño; sin embargo,
tenía muy claro que había rayas que no debían cruzarse jamás, a pesar de las
bravuconadas y payasadas para la galería que regularmente profería en sus
largas peroratas dominicales. Dos ejemplos de bardas que nunca se atrevió a saltar
el de Sabaneta, fueron Globovisión y Polar, para poner sólo dos casos
emblemáticos. De manera que por muy guapetón que se mostrara, siempre había un
nivel de prudencia. A Nicolás, el ungido, lo anterior le sabe a pepino. Formado
en las escuelas de líderes cubanos y siendo un convencido de la ideología
fidelista, cree que puede vulnerar cualquier línea de contención y llevarse por
delante la paz social.
Tener como
visión estratégica el cortísimo plazo de unas elecciones municipales y
apostarlo todo a ganarlas, es un suicidio político y una insensatez. No se
pueden torcer las relaciones con los factores económicos por el afán de
revertir lo que a todas luces es una derrota electoral. De las pérdidas
electorales, se puede salir (aunque sin los realazos que a manos llenas tuvo el
teniente coronel, es más difícil), pero de lo que no se puede escapar es de un
país entrampado, en el que el capital nacional sale del escenario económico,
ante una falta de condiciones elementales que hacen inviable su permanencia territorial,
no digamos como se sentirá el poco capital extranjero que aún permanece en
Venezuela. Desabastecida y empobrecida la nación, será impredecible la manera
cómo reaccionarán las capas sociales a esta nueva realidad. De la clase media
una nueva oleada de gente joven, muy bien formada, que dejará el país, es un
escenario muy probable. De las clases populares, imposibilitadas de emigrar, no
se sabe a ciencia cierta si asimilarán el brutal impacto de la inflación y la
escasez, o tronarán las protestas contra un gobierno cuyo timonel luce perdido
y sin rumbo.
Lo cierto
es que pasadas las elecciones, la navidad, las hallacas y el beisbol, se abre
una puerta a la realidad virtual de lo inimaginable, donde cualquier cosa puede
pasar. Lo que parece probable, es que la eventualidad de un caos, debe dar paso
a una posibilidad de orden, donde se contengan los excesos sociales y se logre
la paz de la República, a través de un nuevo designio en el que la democracia y
en entendimiento nacional, se impongan a la insensatez y el desvarío.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas 29
de noviembre de 2013
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