Fernando Mires 14 de noviembre de 2013
Unos dan como autor de la frase a
Fernand Braudel, otros a Marc Bloch. Como los dos fueron historiadores -quizás
los más grandes de la moderna historiografía francesa- la frase puede ser de
los dos sin que ninguno hubiera querido plagiar al otro. Suele suceder. La
frase es: "Hay que estudiar al pasado como si fuera presente y al presente
como si fuera pasado". Frase que sintetiza el exacto sentido de la
vocación historiográfica.
Estudiar el pasado como presente
significa ponerse en el lugar en que ocurrieron determinados hechos interpretando
a sus actores de acuerdo al tiempo en que ellos vivieron, muy diferente por
cierto al del historiador. Estudiar al presente como pasado significa por su
parte, tomar cierta distancia respecto a hechos que están ocurriendo. Luego,
investigar si entre ellos existe alguna articulación a fin de dilucidar si
estamos o no frente a esas cadenas relacionales a las que los historiadores
denominan "procesos". Esa es precisamente la operación que he
intentado realizar con respecto a los últimos acontecimientos de Venezuela. Así
pude darme cuenta de que muchos de ellos solo pueden explicarse en el marco de
un proceso histórico ya en parte constituido. Me refiero al que está llevando
al modo de dominación chavista a su fase terminal. Los síntomas son evidentes.
Antes que nada he de dejar claro que
no escribo "modo de dominación" por azar. Pues a diferencias de lo
que fue el chavismo en sus orígenes, un movimiento social populista y después,
un gobierno popular y militar, bajo Maduro el chavismo ya no es un movimiento,
ni siquiera es un gobierno populista, e incluso, menos que un gobierno parece
ser cada vez más una simple jefatura.
El chavismo bajo Maduro, o madurismo,
es un modo de dominación en el que predomina la razón militar por sobre la
lógica política. En cualquier caso ya no se trata de una democracia. De lo que
fue tal vez una democracia solo quedan las elecciones a las cuales Maduro -al
fin y al cabo castrista- otorga muy pocas simpatías.
Importante es destacar que el chavismo
después de las elecciones del 15A ha experimentado una metamorfosis, es decir,
ha mutado su carácter político y social. Esa metamorfosis es un factor decisivo
tanto para el análisis político como para las tareas que esperan a la oposición
democrática.
Por de pronto hay que precisar de que
ya no estamos hablando de un gobierno de mayoría absoluta sino de uno de
mayoría relativa (y muy relativa).
Cuando más Maduro representa a la
mitad del pueblo. Si a la mitad más grande o a la más chica, se verá en los comicios
del 8D. De modo que mientras Chávez era representante de un pueblo y medio,
Maduro es uno de medio pueblo. Aspecto cuantitativo de enorme importancia ya
que bajo esas condiciones Maduro porta consigo un notorio "vacío de
pueblo".
Chávez, no es un misterio, logró unir
la dimensión populista con la militarista. Maduro en cambio, sin ser militar,
es cada vez menos populista y cada vez más militarista. Maduro es el jefe civil
de un régimen tendencialmente militar, y por lo mismo, muy poco político. Por
lo demás, la militarización del madurismo se veía venir desde el mismo momento
en el cual Maduro asumió sus funciones.
Ya desde los primeros discursos del
mandatario quedó claro que su objetivo era destruir el lenguaje político, tarea
comenzada por Chávez. No solo renunció a cualquier tipo de dialogo con la
oposición, además redobló las andanadas de degradantes insultos que hicieron
famoso a su predecesor.
Si tenemos en cuenta que la política
es antes que nada lenguaje político, renunciar al lenguaje político es
renunciar a la política. Y bien, ¿qué sucede cuando en un país ya no imperan
condiciones políticas? La respuesta es evidente: imperan condiciones
pre-políticas.
Venezuela bajo Maduro ha experimentado
una regresión al mundo pre-político (no secular) de la historia.
En el mundo pre-político las
relaciones interhumanas son regladas de acuerdo a usos religiosos y violentos.
Esos dos usos son también los que rigen las relaciones establecidas por Maduro
con sus ciudadanos. A los suyos les ofrece una religión oficial, una mescolanza
de atávicas supersticiones con cultos paganos pseudocristianos destinados a
realzar la eternidad de Chávez. A sus contrarios, que para Maduro son enemigos,
solo les ofrece guerra.
La religión y la guerra son constantes
de las alucinaciones que periódicamente experimenta Maduro. Por eso los
adversarios no son para Maduro contradictores políticos. Son, en el exacto
sentido del término, "infieles". A los que no creen en la nueva
religión, la chavocristiana, ha declarado Maduro una "guerra santa":
Una Cruzada.
Maduro vive la política como Cruzada.
Sus enemigos son para él la representación del mal sobre la tierra. La trilogía
del mal estampada en las figuras de María Corina Machado, Leopoldo López y
Henrique Capriles es el testimonio no tanto de perturbaciones personales sino
de un político que ha regredido a los umbrales del mundo pre-político: el de la
superstición, el de la religión idolátrica y por cierto, el de la guerra santa.
Las alucinaciones de Maduro son objeto
de burla mundial. Casi no hay país en donde la gente no carcajee gracias al
presidente que duerme al lado de la tumba de Chávez, del aparecimiento del
rostro de Chávez en las estaciones del Metro, y por cierto, del pajarito piador
y de la multiplicación de los penes. No obstante, si uno analiza con cierto
rigor psicoanalítico dichas alucinaciones, puede ver que ellas expresan una
concepción anti-política de la vida. Tomemos a modo de ejemplo las dos más
famosas: La del pajarito y la de la multiplicación de los penes.
Chávez como pajarito es sin duda la
réplica herética de la aparición del Ave (paloma) de la Anunciación, vale decir
el Espíritu Santo. Eso significa que Chávez apareció como pájaro ante Maduro
para señalar que su Espíritu lo acompaña. Luego, la tarea que debe llevar a
cabo Maduro excede los marcos de un gobierno normal. Su misión histórica es la
realización final de la Revolución iniciada por su Creador. Él, Maduro, fue
ungido por el pajarraco divino como hijo del Espíritu de Chávez: Su
reencarnación terrenal. Representación que para la estabilidad política de
cualquier país es altamente peligrosa, no cabe duda.
Más peligrosa aún es la visión de la
multiplicación de los penes. Por cierto, se trata (solo) de un lapsus (acto
fallido). Pero justamente ahí está el problema. Porque si uno lee el
significado del lapsus en la “Psicopatologia de la Vida Cotidiana” de Sigmund
Freud, sabremos que el lapsus (del mismo modo que el sueño) surge de un deseo
inconsciente que actúa sobre el plano de la sintaxis oficialmente regulada. Los
penes que sustituyen a los panes son en este caso reveladores. Pues el pene,
sigamos otra vez a Freud, es la representación simbólica del poder.
En la castración imaginaria ejercida
por el Padre sobre el hijo y en la ausencia del pene en la mujer, vio Freud un
sentimiento de ausencia de poder, en el primer caso del niño frente al Padre, y
en el segundo de la mujer frente al Hombre. Lacan agregaría que el pene opera
como sustituto imaginario del Falo, representación simbólica del poder total.
Lo importante es que para ambos la imagen del pene evoca al deseo de poder.
Luego, lo que desea Maduro es algo que está más allá de la representación del
pene: el poder. Pero no solo el poder en sí, sino un poder multiplicado.
Ahora, si el deseo es el deseo de lo
que no se tiene (Sócrates), lo que revela el lapsus de Maduro es su deseo de
más poder. Y es lógico. Al lado de su Padre siempre él será alguien con menos
poder. Un desposeído. Lo que desea Maduro entonces es el poder del Padre
(Chávez): un poder múltiple.
Ahora, dejando a un lado el análisis
del símbolo freudiano, vale la pena destacar que en términos históricos hay
tres tipos de poder. El poder social, el poder político, y el poder de la
fuerza bruta. Siguiendo esa tipología será posible consignar que Maduro nunca
va a tener más poder social y político que Chávez. Luego, no le queda más
alternativa que el poder de la fuerza bruta. Eso quiere decir que entre el
deseo de la multiplicación de los penes (del poder) y la creciente
militarización del Estado hay un vínculo casi directo. O dicho de modo más
plástico: Mientras Chávez conquistó la voluntad de las armas gracias a la
fuerza del pueblo, Maduro intenta conquistar la voluntad del pueblo gracias a
la fuerza de las armas. Ese, y no otro -y a ese punto vamos- es el significado
de la creciente militarización del Estado venezolano.
Volviendo entonces a la idea inicial,
la militarización del poder expresa la metamorfosis del chavismo. Eso no quiere
decir que Maduro carezca de poder social. Pero ese poder social no es el mismo
de Chávez.
El poder social de Chávez era el del
mayoritario pueblo chavista. Podríamos decir, en ese sentido, que en torno a
Chávez las muchedumbres se constituyeron como pueblo. Bajo Maduro, en cambio,
ocurre lo contrario. El pueblo chavista está volviendo a su condición
pre-chavista: masa desorganizada, muchedumbre, populacho e incluso lumpen.
Mientras bajo Chávez tuvo lugar un
proceso de rearticulación social, bajo Maduro tiene lugar un proceso de
desarticulación social. En otras palabras: Con Maduro ha sido modificada la
composición social orgánica del chavismo. Por cierto, el populacho siempre
acompañó a Chávez en sus aventuras, pero como un agregado del
"pueblo". Con Maduro, en cambio, está siendo transformado en un actor
social principal.
Sintetizando: La alianza
pueblo-ejército representada por Chávez ha sido convertida por Maduro en una
alianza del ejército con una muchedumbre desorganizada en estado de
descomposición social. Quizás no hay mejor ejemplo para sustentar lo expuesto
que los saqueos organizados por las cúpulas del régimen en algunas tiendas de
Caracas (10.11. 2013). Primero, el propio gobierno incitó al saqueo. Más tarde
reculó y apeló al Ejército para que controlara el caos organizado. Para
culminar, llamó a las milicias bolivarianas -organización anti-constitucional
en donde confluyen elementos del populacho con militares en ejercicio- a fin de
controlar el comercio y de paso ocupar las calles de las ciudades. Si todos
esos movimientos obedecen a una estrategia cuidadosamente planificada, o solo
son manotazos de alguien que se ahoga, no viene al caso analizar aquí. Lo
cierto es que de una otra manera esos son signos de la descomposición social y
política de un régimen que fue popular y que a estas alturas no es más que un
sistema de dominación crecientemente militar y, por lo mismo, represivo.
Si uno busca situaciones similares en
la historia universal, una de las que más se aproxima al caso venezolano fue la
que se dio en Francia durante los luctuosos sucesos que tuvieron lugar entre
1848 y 1851 bajo Louis Bonaparte. Efectivamente, Louis Bonaparte fue con
respecto a Napoleón Bonaparte lo que Maduro es en relación a Chávez. En el
"18 de Brumario de Louis Bonaparte", Marx descubrió que "El
sobrino de su tío" -así llamaba Marx a Louis- tuvo lugar una modificación
de la composición social del "bonapartismo".
Así como el bonapartismo de Napoleón
Bonaparte logró la unificación de todo el pueblo francés, el de Louis expresaba
solo la alianza espuria entre el Ejército y los estamentos sociales más
desarticulados de la sociedad francesa. A esos estamentos bautizó Marx como
"proletariado andrajoso" (Lumpenproletariat). En gran medida, la
misma alianza que tuvo lugar en las calles venezolanas durante los días del
saqueo organizado desde la jefatura gubernamental.
Karl Marx cuyas teorías económicas son
válidas para los tiempos de la máquina a vapor y cuyo ateísmo ha fracasado en
todos los pueblos del mundo, fue además algo que muy pocos han advertido: Un
grandioso historiador. No solo el 18 de Brumario, sus tres libros dedicados a
Francia relatan acerca de una historia viva, escrita con ese talento literario
que nadie, ni sus más declarados enemigos, pueden menoscabar.
La descripción que hizo Marx del
"Lumpenproletariat" pareciera retratar a los actores de los saqueos
en las tiendas de Caracas, cuando un gobernante aterrorizado por una realidad
que no entiende, decidió apelar no al pueblo sino al populacho, llamándolo a
robar hasta "que no quede nada en los anaqueles". Como si lo hubiera visto,
así describió Marx a ese populacho.
Bajo el pretexto de crear una sociedad
de beneficencia, se organizó al lumpemproletariado de París en secciones
secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general
bonapartista a la cabeza de todas. Junto a ”roués” arruinados, con equívocos
medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y
aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de
presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, “lazzaroni”, carteristas
y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda,
escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en
una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la
bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la
Sociedad del 10 de diciembre, “Sociedad de beneficencia” en cuanto que todos
sus componentes sentían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse a
costa de la nación trabajadora
Si la alianza objetiva entre los
militares y el populacho corresponde a la última etapa del chavismo, no lo
sabemos bien todavía. Lo que sí sabemos es que esa misma alianza llevó al fin
del modo político de dominación llamado bonapartismo, el de Napoleón y el de
Louis. Pero a diferencias de lo que pensaba Marx, la historia casi nunca se
repite. Ni como tragedia ni como comedia. Aunque sí, tal vez, como
tragicomedia.
Lo destacable es que los venezolanos
están presenciando un cambio cualitativo en el carácter social y político del
chavismo. Si ese cambio cualitativo puede transformarse en uno cuantitativo,
dependerá de los resultados de las elecciones del 8D. Y si los demócratas
organizados en la Unidad logran derrotar al oficialismo, podremos afirmar con
seguridad que sí, que el Madurismo es efectivamente la última etapa del
Chavismo.
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