Por Luis Ugalde, 14/11/2013
Es muy doloroso reconocerlo,
pero vamos derecho al descalabro nacional. Nada significativo se hará desde el
gobierno para evitarlo; tampoco lo puede hacer la oposición y parece
extremadamente difícil que prevalezcan el realismo, el instinto de supervivencia
y la sensatez en actores decisivos de ambos lados a fin de lograr un aterrizaje
de emergencia evitando que se estrelle el avión nacional, para luego juntos
lograr que vuelva a levantar vuelo, democrática y socialmente. ¿Somos hoy los
venezolanos capaces de llegar a acuerdos imprescindibles para no estrellarnos?
¿Esta sociedad y los “médicos” en cuyas manos se ha puesto son capaces de
decirse la cruda y dura verdad sobre su enfermedad y someterse a la cirugía de
emergencia para cortar y salvar la vida e iniciar un tratamiento más largo y
coherente? Estamos hablando de aterrizaje civil –pues en el actual dominio
lo militar es parte central de la enfermedad– y de un proceso en el que es
necesaria la participación civilista y democrática
de la Fuerza Armada.
Estos momentos, de tanta angustia nacional y tanto
cinismo gubernamental, dedicado a negar la realidad de su fracaso e inventar
enemigos, causas externas y guerras o simplemente a contar cuentos de hadas
predicando éxitos falsos, ocultando monstruosas corrupciones, son también
propicios para el desánimo y el fatalismo casi determinista: los venezolanos no
podemos controlar este avión en caída libre y solo queda cerrar los ojos y
rezar. Lo que no es verdad y mucho menos es la solución. Los venezolanos
podemos y debemos evitar la catástrofe y para ello por encima de todo hace
falta sinceración y realismo.
A la muerte de Gómez parecía imposible que el ala
gomecista más dictatorial y armada pudiera ser derrotada Y era impensable que
el ministro de la Defensa López Contreras tuviera la decisión, la inteligencia,
el instinto de conservación y la astucia para hacerlo y para llamar del exilio
y de la oposición interna a hombres claves para su gabinete y para el
sorprendente Programa de Febrero. Asombroso. Aunque después se
dieran frenazos y retrocesos, en definitiva se avanzó hacia la
democracia, sin violencia mayor y sin guerra civil. Tenemos otros casos como el
salto del plebiscito dictatorial de diciembre de 1957 al democrático 23 de
Enero del mes siguiente. Ahora también podremos, si cuanto antes
reconocemos el dramático dilema que vive el país en el cual no hay salida sin
realismo, sinceración y cambios de fondo.
La base del problema es económica. Vivimos un caos planificado para destruir el
capitalismo y el éxito es tal que se va destruyendo la sociedad. La base de
la solución es el acuerdo para una cirugía mayor en la economía, con
terapia inclusiva en lo social. Desde el gobierno se planificó y se aplicó –con
el uso y abuso del Estado– la economía estatal de rentismo petrolero
distributivo. Con base en gasto público abundante, derrota y desaparición de la
empresa privada sustituida por la estatal sin productividad, dólares sin
límites para la importación e ideología regaladora de felicidad suprema. Es la
fórmula suicida que nos ha llevado a esta situación terminal: sin producción,
sin dólares suficientes y un gasto público que es una fábrica de inflación. El
desastre económico arrastra irremediablemente lo social y lo político. En su
angustia el gobierno radicaliza la criminalización de todo opositor y
públicamente se cuelgan fotos de dirigentes, señalados criminalmente como
“trilogía del mal”, para producir el deseo de matarlos o celebrar su
persecución y eventual asesinato.
Sería trágico que dentro de un mes esta política
desastrosa se sintiera favorecida y respaldada en las elecciones. Para lo cual
bastaría una alta abstención de opositores o su división; el resto lo haría el
gobierno con los acostumbrados métodos ilegales. Es obvio que se necesita la derrota electoral
de este caos planificado, pero no basta: la recuperación de la república pasa
por una nueva y drástica conciencia nacional con medidas de sinceración muy
dolorosas con apertura económica, con fuerte devaluación (ya es una realidad) y
fomento de la inversión, diversificación y trabajo productivo, junto con
saneamiento implacable de las actuales cloacas públicas, legitimadas en
nombre del socialismo. En esa emergencia harán falta políticas compensatorias
decididas y eficaces para no castigar más a los pobres y engañados.
Soy de los que creen que sí podemos, si
hacemos verdad el “sí queremos” que sacuda la conciencia de la gran
mayoría de los venezolanos (no importa su color político) y la disponga a dar
lo mejor de sí. Los poderes Ejecutivo, Electoral, Judicial, Moral, Legislativo
y la FANB deben ser renovados constitucionalmente y restituir a cada uno su
carácter y función específica. De que podemos, podemos, si hay voluntad.
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