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lunes, 25 de noviembre de 2013

Venezuela, un país en regresión

Magaly Villalobos 20 de Noviembre, 2013

Había una vez una Venezuela que con todas sus dificultades, altos y bajos, picos y valles tenía sus límites y forma de país, con ciudadanos y ciudadanía, con sus características peculiares de país tropical y caribeño. Se abrieron las compuertas, se desanudaron las amarras, se volaron las bisagras y Pan, dios griego, híbrido, mitad hombre y mitad cabra que estaba en los límites rurales, extramuros, irrumpió, violentamente en la ciudad. Sea abrió la caja de Pandora y el Pandemónium tomó la Polis, llevándose por el medio a palos y piedras todo lo que encontró a su paso y principalmente aquello desconocido como la cultura y la educación: el ciudadano.

Se revierte la ley y el orden, el espacio ahora es de marginalidad, mostrando su lado irreflexivo y destructor con una voracidad inconmensurable. Pan, dios de lo instintivo, es incontrolable, impredecible, visceral  y como la cabra animal que representa se come todo a su paso, como un ejército invasor que entra a una ciudad enemiga, quemando, violando a sus mujeres, arrasando con todo a su paso. Se pierden las fronteras: lo que hay es confusión, desconcierto y destrucción.

Al perder las formas estamos en lo preolímpico donde son los Gigantes y los Titanes los que avasallan y tiranizan a una civilización agónica. Esto es regresión.


Los Gigantes son inconquistables, salvajes e insolentes. Atacan estrepitosamente, llenos de la fuerza salvaje del movimiento, sin límite. Son imágenes de la desmesura. En la historia evolutiva a estos Gigantes y sus primos los Titanes se asocian culturas primitivas a las que se refiere el salvajismo y no la barbarie donde ya había agricultura, cultura. Entre aquellos está el hombre paleolítico, los comienzos de la evolución. La conducta titánica pudiera verse, dice Rafael López-Pedraza, como la presencia de esos rasgos arcaicos en la conducta del hombre civilizado.

Salvajes y no sujetos a ley alguna. No hay orden. Lo que vemos hoy es una pérdida de las formas, sin límites, ni fronteras en todos los aspectos, ni los poderes se ejercen como tales, ni los ciudadanos tienen un norte. El Ejecutivo es un monarca grotesco, grosero, ególatra, con un lenguaje de juerga, pensamiento mágico, lleno de neologismos. Sin seriedad, no goza del respeto por parte de la población. Todos los poderes y planes están supeditados a las necesidades del Poder y en este hazmerreír estamos disfrutando de un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del pueblo donde hay carestía y desabastecimiento de artículos de primera necesidad, de la cesta básica como el papel de baño.

Se arman los civiles, se desarman las policías. Vándalos que ocupan lugares de poder; los pranes, los jefes de las cárceles, trascienden su espacio carcelario; los motorizados son los que dirigen el trafico a su antojo. La vida y la muerte han perdido sus significados. Se han perdido los valores. Como ejemplo tenemos el caso del camión de carne accidentado y los motorizados saqueándolo y pasando por encima del agonizante chofer.

El titanismo se manifiesta como desorden y barbarie.

La Misión Patria Segura se presentó como la solución para atacar la inseguridad y la delincuencia, las primeras noticias de su proceder nos trajo los excesos del poder de los militares torturando a estudiantes por manifestar y varios muertos, todos “accidentalmente” al pasar por sus alcabalas, con plena impunidad. Con ese desdibujar las formas, los crímenes que se cometen son descuartizamientos, balazos en el rostro para desfigurar; matar a golpes a una enfermera por poner límites. El Australopitecos, al igual que el chimpancé, da lugar a la confusión, al desgarramiento: la mutilación: el método usado por las pandillas, bandas y otros. Rafael López-Pedraza refiere: “la vida llena de horror que observamos en las grandes ciudades de las modernas sociedades occidentales y la figura del Titán desencadenado y lleno de poder, sin límite alguno ni en su hablar ni en su hacer como modelo heroico contemporáneo, se ajustan más al comportamiento del Homo holiganensis que al del llamado hombre primitivo”.

De la misma manera como se han perdido las formas en el ámbito exterior, ha ocurrido en el medio interior y hemos ido perdiendo la identidad personal, nos hemos disociado y se suma la soledad a la decepción, desesperanza, temor y parálisis dando lugar afuera, consecuencia de esta proyecci6n, lo opuesto, la voracidad, agresión y destrucción.

En el artículo “Venezuela desapareció”, el actor Miguel Ángel Landa dice el 26 de Julio del 2013 que “Lo confieso: no tengo idea en dónde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mí mismo en este lugar, convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía. A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorpore a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. [...] Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas. Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libras, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él. [...] Pronto se dirá: “¿Venezuela?,  Venezuela nunca existió”. Se me ocurre que en ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no lugar en donde el país se escurrió para desvanecerse para siempre. Extraño final para un país: no pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablara de nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejara vergüenza”.

Desaparecen los referentes, se rompe la lógica, se distorsiona la coherencia, estamos en duelo. Viviendo la pérdida. Se derrumban las paredes. Y allí está: lo que ha pasado es el tiempo. Los muebles tapados con telas de negro para protegerlos de ese tiempo, lleno de recuerdos, nostalgia, historia. Una sensación de inmovilidad: están y no están. Un lugar abandonado como nuestra asa interior. Ese es el sitio de Hestia, la diosa olvidada. Hoy desvalorizada. La diosa del hogar y la ciudad. Hestia esta en exilio.

Es una diosa de estabilidad primordial, permanencia y prosperidad. Es la diosa más antigua, más honrada, el centro de la vida familiar y por extensión de la ciudad, del país. Es la diosa que nos centra.

Habitación y Hogar.  Individuo y país nos dan un reflejo de la condición de nuestra alma. Los hogares que habitamos interior y exteriormente manifiestan un aspecto de ella. Los lugares, de sueños y fantasías, hacen posible que el espacio sea una forma de realidad psicológica. Ella pone al alma en un sitio donde pueda habitar. Su falta amenaza a la estructura completa de la psique con un gran caos.

Armando Rojas Guardia, escribió que “algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado (como una flecha que no logra dar en el blanco). [...] Esa sensación o sentimiento de fracaso tiene, dos causas objetivas: primero, la disminución de nuestra autoestima nacional al compararnos siempre con la gesta heroica que está en la base, en el comienzo de la vida republicana de Venezuela. Anclarnos como país en la psicología del héroe significa estar permanentemente retrotraídos a nuestra adolescencia republicana, negarnos a salir de ella. Ese épico trasfondo psicológico, nos empuja a darnos de bruces contra el contraste permanente de nuestros modestos logros históricos con la magnitud de aquella edad heroica, la primera de nuestro devenir nacional. La segunda causa objetiva de nuestro sentimiento de fracaso ha sido la enorme dificultad del acceso de Venezuela a la modernidad. Una sensación y un sentimiento que pueden adoptar modalidades aristocratizantes, Manuel Díaz Rodríguez, que se afinca en el diagnóstico de la realidad nacional como a punto de ser material y simbólicamente dominada por la barbarie, par la definitiva regresión histórica. Pero la modalidad más frecuentada y más significativa simbólicamente que adopta en la literatura venezolana el sentimiento de fracaso por no acabar de ingresar el país a la órbita institucional moderna es el que podríamos hablar “discurso de la marginalidad”. Sucede como si el fracaso eligiera hablarnos dentro de muchos textos importantes de la historia literaria venezolana, desde el punto de vista de la periferia (precisamente lo marginal es periférico) todos son voces marginales, todos corporizan nuestra periferia, nuestra dificultad para acceder históricamente al centro, nuestro fracaso existencial, colectivamente psicológico, institucional. La mayoría de estas voces no heroicas: muchos de estos personajes son mas bien antihéroes y ello resulta también significativo. [...] López Pedraza afirma que son tres los factores psíquicos que impiden que el individuo se deslinde de la óptica triunfalista y llegue a situarse en una madura y profunda Consciencia del fracaso, más allá de la tesitura psíquica dentro de la cual la indiscriminada y avasalladora aspiración al éxito mantiene al sujeto en la imposibilidad de acceder a niveles cada vez más altos de consciencia y libertad. Esos factores son: la huella psicológica del “eterno adolescente”, con sus aspiraciones encandiladas por el brillo heroico; la superficialidad de la histeria, cuya sofocación intrapsíquica hace permanecer a la persona en un frenesí cotidiano donde no puede auscultarse de verdad a si misma; y el comportamiento psicopático, cuyo vacío existencial solo puede ser llenado por la imitación compulsiva de modelos gregarios. [...] La ruta no épica, ni heroica de salir de la cháchara, de la panoplia, de la frivolidad, del inmenso espejismo petrolero, hacia el paladeo gustoso de nuestros límites, nuestra menesterosidad, nuestra indigencia, para transformarlos en creatividad espiritual y madurez salvadora. Sólo así la marginalidad dejara de ser una maldición, una condena, y se constituirá en una verdadera llamada, en una genuina vocación, en una manera otra, insólita, de acceder al centro”.

De manera que la marginalidad, que es connaturalmente una situación incómoda y difícil, puede ser un privilegio. En Venezuela tenemos un ejemplo paradigmático de marginalidad creadora. El Castillete de Armando Reverón no es sino el lugar heterotópico y concreto del espacio mental, totalmente al margen de la vida social y artística de su tiempo, desde el cual él, se ofrendó a su pintura. Y estando contundentemente al margen logró darnos algunas de las más primordiales imágenes con las que cuenta nuestra espiritualidad colectiva. Su marginalidad lo colocó, de modo inexorable, en el centro.

Veo esa marginalidad manifiesta en todos nosotros los venezolanos, niños balbuceantes, sin formas de lenguaje, pre orales, cómodos, egoístas, atemorizados unos y otros, haciéndole culto al padre, herencia del Padre Simón Bolívar, héroe idealizado, imagen a la cual no tenemos acceso o al Padre Dinero. Hoy tenemos la herencia de un padre difunto y un presidente que hace culto al muerto, por lo tanto no lo destrona, sigue siendo hijo de ese padre abandonante, castrador, agresivo,  igual que los antiguos padres Urano y Cronos desdibujándose la forma y hasta genéticamente es otro, el zambo y la desorganización de la imagen corporal, “como descuartizada”. Por un lado el cabello y los bigotes de maduro por otro lado los ojos de Chávez. La mirada que te juzga, te persigue.

Llegó la hora de matar al padre psicológica y arquetipalmente hablando y tener el compromiso de asumir la ciudadanía: la exterior, con el país, y la interna, la de ser fieles a nosotros mismos.


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