Por Valentina Ruiz Leotaud
En estos días, la persona para
quien trabajo se ha estado comportando como una verdadera… [inserte adjetivo].
Me ha dicho y pedido cosas que yo jamás pensé que iba a oír, así que
-evidentemente- la semana fue súper pesada.
Pero el viernes en la mañana
todo cambió. No fue que el ambiente laboral mejoró, no, las observaciones
absurdas continuaron llegando, pero no había nada en este universo que pudiera
quebrar mi ánimo. ¿Por qué? Porque a eso de las 11 a.m. llegó un
correo que iluminó mi día y mi vida: Mi nuevo pasaporte fue aprobado y podía ir
a recogerlo.
Fue como si de mi computadora
salieran luces y musiquita celestiales. A partir de ese momento, el resto
de los acontecimientos -buenos y malos- pasaron a segundo plano.
El hecho de haberme sentido
tan feliz porque un trámite regular se dio en tiempo prudencial, me puso a
pensar en las cosas que, como venezolanos en el exterior, nos toca afrontar en
lo que a burocracia se refiere.
Ojo, como ya he mencionado en
columnas anteriores, estoy clarísima que cualquier dificultad de papeleo que
nos toque superar a quienes estamos afuera no es comparable con las trabas con
las que, día a día, hay que lidiar en Caracas, Mérida o Tucupita. Sin
embargo, en muchas ocasiones se parecen bastante.
7. El “ay no sé, mamita,
vuelve después”
Introdujiste unos papeles y
necesitas mandarlos con urgencia porque conseguiste a alguien que te puede
hacer la segunda de llevárselos. Es que, claro, da dolor tener que pagar
$120 así lo que estés enviando sea media paginita.
Te animas a ir a preguntar
cómo va la cosa o si sería posible que te adelantaran la entrega un día. ¿La
respuesta? Igualita a la del título. Y ésa sería la versión bonita, porque
resulta que a más de uno le han contestado que “es que ahorita no se puede
porque las prioridades de la patria son otras”.
Ah… bueno…
La justificación para que esto
ocurra es obvia: Estamos hablando de dos niveles de burocracia, el de la
oficina en Venezuela y el de la delegación en el exterior, que tienen que
coordinarse. Suerte con eso.
6. La “ratada” que agradeces
Sales con aquella arrech…. Te
preguntas cómo carajo vas a hacer para pagar los benditos $120 considerando que
Cadivi no pinta por ningún lado y que en el exterior a veces hay que pagar
hasta por respirar y, de pronto, recibes una llamada.
“Ay, bueno, te vamos a hacer
el favor esta vez, pero te tienes que venir antes de que cerremos en 23 minutos
y medio”. Sueltas todo, rezas pa’ qe no te boten del trabajo o para que el
profesor no te raspe, y piras. Llegas sudando la gota gorda, miras con odio la
foto del líder supremo intergaláctico que es el principal elemento decorativo
del lugar y, ya en el mostrador, sacas tu mejor sonrisa.
Te desvives en agradecimientos
y piras otra vez a ver si te da chance de mandar el asunto con el pana.
5. Tienes que demostrar que no
estás muerta (con foto)
Pues sí. Uno de los
principales elementos de la interacción entre los dos niveles de burocracia
antes mencionados es que siempre, siempre, siempre tienes que demostrar que no
te has muerto.
Así le hayas dejado a alguien
un poder con el que podría hacerse con todos tus bienes, el papelito resulta
inútil si no va acompañado de una fe de vida que, al menos, tenga seis meses de
vigencia. Eso quiere decir que cada cinco meses empiezas con la cantaleta de
que tienes que ir a solicitar una nueva.
Ok, fino. Preparas todos tus
documentos y vas. Pero no, no creas que la cosa es tan fácil. Resulta que si
vas con una foto carné tomada en los últimos tres meses y sellada y firmada por
un fotógrafo, entonces no te la pueden dar. No importa que tú estés vivita y
coleando frente al mostrador. Si la foto fue tomada hace tres meses y medio,
listo, te fregaste.
4. Punto a favor. Generosidad
criolla
Sí, pasas por todo lo
anterior, pero un día resulta que te toca hacer un trámite que dura un poco más
de lo habitual e inesperadamente te ofrecen un cafecito.
Considerando que en
Norteamérica y en una gran parte de los países de Europa no te brindan ni agua
cuando vas a una oficina, sea pública o privada, hay que reconocer que es
positivo que esa costumbre se mantenga.
3. Trauma heredado
Te toca hacer un trámite en
algún organismo de tu nuevo país de residencia. Los nervios son ineludibles. No
conoces el sistema y, además, te esperas las mismas complicaciones a las que ya
estás acostumbrada.
Nada, te armas de valor, vas
y llevas original y copia de: cédula, pasaporte, partida de nacimiento,
tarjeta del seguro, un cheque en blanco, título universitario, carta de
trabajo, carta de la universidad, fe de bautismo y demás.
Llegas al mostrador con tu
gran carpeta y la oficial que te atiende te dice: “ID, please”. Le preguntas
que cuál y te responde que con el pasaporte es más que suficiente. Okey, sorpresa
número 1. La señora revisa tus cosas y
te dice que les des cinco minutos. “Listo, aquí tienes tu número de seguro
social”. Tú, aún con duda de que haya sido tan rápido, le preguntas que cuánto
tiempo cree ella que se va a tardar que te entreguen el papel
oficial: “No, eso es todo. La hoja que te acabo de entregar”. Sorpresa
número 2. Sales sintiéndote como si hubieses llegado a la cima del Everest en
3.5 minutos y mandándoles mensajes de WhatsApp a toda tu familia para echarles
el cuento.
2. No todo es perfecto, pero
casi
Burocracia es burocracia, y
por supuesto que en todos lados hay gente que hace su trabajo de manera más o
menos eficiente que otra.
El hecho de estar fuera de
Venezuela no implica que no te vas a encontrar con trabas al momento de solicitar/introducir
documentos. Sin embargo, dependiendo del país en el que estés, puede que tengas
el chance de hacer uso de algo que es una rareza en casa: el recurso de la
queja. Y, ¡oh, sorpresa!, es bastante probable que tu reclamo sea
escuchado.
Sea lo que sea que te haya
pasado, seguramente vas a encontrar a alguien que te ayude a solucionarlo y que
te ofrezca una disculpa en nombre de la empresa o institución.Chévere, se
agradece.
Pero, mejor aún, en ciertos
lugares no tienes ni que quejarte e igualito se disculpan por haberte quitado
20 minutos de tu tiempo en un trámite que debió haber tomado 10 minutos. A
veces, la disculpa hasta te llega formalmente por correo. ¿Qué tal?
1. Laaargaaaas explicaciones
Volviendo al principio. Si
vives en un país donde hacer trámites laborales, de identificación, de
impuestos, relativos al seguro médico, etc., no puede tomar más de 30
minutos, es todo un reto explicarles a tus jefes y/o profesores que:
Te tienen que dar una carta
firmada y sellada donde diga tu nombre completo (y que ni de broma se les
olvide colocar el “Josefina” en el medio), lugar donde naciste, qué estás
estudiando, cuál fue tu promedio en el último semestre, qué profesor es más
pana y cuánto dura tu receso de almuerzo.
1. Que esa carta la
tienes que mandar a legalizar.
2. Que luego la mandas a
traducir.
3. Que luego de eso te
tienen que dar medio día para poder llevarla a la embajada.
4. Que una semana después
te tienen que dar otro medio día para ir a buscarla y mandarla por correo, o
entregársela a alguien que te haga el favor de dársela a tu mamá.
5. Que una vez que tu
mamá la reciba tiene que preparar una serie de carpetas, llevarlas a varias
instituciones y, meses después, podrías tener una respuesta con respecto a tu
solicitud.
6. Que una vez que
obtengas respuesta, tu trámite podría hacerse efectivo unas dos o tres semanas
después.
Y, para complicar más la
explicación, puede que estés hablando en un idioma que no es el tuyo y con
gente que no procesa semejante maratón.
14-03-16
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