Páginas

miércoles, 2 de marzo de 2016

La cuarta raya por @tulioalvarez


Por Tulio Alvarez


Era la oportunidad del acto de graduación de la Promoción LVIII de abogados de la Universidad Católica Andrés Bello que me honró nombrándome su padrino. Así como las cebras deslumbran con sus pintas glamorosas, de la misma forma, un personaje que aun hoy no sé ni el nombre colocó una cuarta banda roja sobre una toga negra y se encaramó en el paraninfo. Lo extraño del caso es que, en los actos académicos, solo existe un máximo de tres bandas que identifican el grado de doctor. A causa de tamaña extravagancia se me ocurrió escribir este artículo. Al finalizar, ustedes entenderán.


Son muchos los antecedentes del ceremonial en los actos de graduación. Se trata de costumbres centenarias que se originan con el nacimiento mismo de la universidad y dependen de las reglamentaciones de cada una de ellas. En estas tierras del señor, las primeras prácticas, al menos durante los siglos XVI al XIX, eran aquellas que se aplicaron en las universidades de Salamanca yAlcalá. Todo está previsto, incluyendo los colores, desde los tiempos del primer Código de Instrucción Pública por el año 1883. Se señalaba que “para los Doctores en Ciencias Eclesiásticas, blanco; para los de Ciencias Políticas, rojo; para los de Ciencias Médicas, amarillo; para los de Ciencias Exactas, azul; verde para los de Filosofía y Letras y morado para los Doctores en Farmacia”.

El cumplimiento de este protocolo es una forma de darle dignidad al status de profesor y maestro tan lesionado por las agresiones constantes de un régimen en que predomina la barbarie. También es una forma de magnificar el esfuerzo realizado por los graduandos. En pocas palabras, el lugar que se ocupa al otorgar y recibir un título hay que ganárselo. Ahora bien, ¿Quién se atreve a presentar en acto de tal naturaleza violentando las normas que entre las autoridades y profesores se respetan con tanto fervor?

Este es el momento de un cambio violento de timón para comentar una noticia insólita que no ha tenido suficiente repercusión. Se trata del hecho de que en la última reunión de Sala Plena los miembros (me resisto llamar magistrado a alguien que no lo es o lo merezca) estaban en emergencia y tremendamente preocupados porque sus colegas salientes habían acudido a la Asamblea Nacional para denunciar que habían renunciado por chantajes y presiones que venían de los líderes rojos, incluyendo al capo di tutti capi.

Y me impresionó el cuento no porque dudara de la capacidad de maldad de los actores del proceso de destrucción nacional o sus artes manipuladoras sino por el simple hecho de que se reflejara, en forma tan inocente, el talante moral de los diversos payasos y monigotes que se presentan en las tablas de la justicia nacional. En efecto, los que aún están en el Tribunal se miran en el espejo de los defenestrados y los que se fueron dan testimonio de las causas de la debacle nacional que no es otra que una crisis de valores sin precedentes.

En el devenir de la humanidad sobresalen seres humanos normales, como cualquiera de nosotros y sin poses de superhéroes, pero que tuvieron la oportunidad para pararse firmes y dignos contra la injusticia. A todo riesgo, tomaron las decisiones que debían asumir, dieron Justicia a los sedientos de ella, actuaron con imparcialidad y apego a las normas, se respetaron a ellos mismos, a su familia y a la sociedad. No eran presionables, no se dejaron amilanar y se rebelaron contra la opresión.

Reconocer una renuncia bajo amenaza constituye una confesión evidente de que se carecía de la cualidad fundamental para ser un juez. Quien así se sometió, primero tiene que entender que nunca ha debido aceptar un cargo de esa naturaleza si no estaba dispuesto a defender los principios con su propia integridad. Antes de alzar su voz de denuncia, entre otras cosas para marcar distancia y justificar sus actos de injusticia ahora que se derrumba el sistema perverso, deberían repetir un “mea culpa” hasta que la voz se les extinga.

Yo no pretendo que para ser magistrado tengamos que buscar a un Santo Tomás Moro que se sacrifiqué al grado sumo por el valor superior. Pero, al menos, hay que exigir un poco de dignidad, un ápice de preparación y unas cuantas gotas de valentía a la hora de la selección. Por lo pronto, imagino que personajes como Velásquez Alvaray y Aponte Aponte deben estar abriendo sucursales del club de tránsfugas judiciales en Miami, San José de Costa Rica y donde quiera que se encuentre un número importante de esos trúhanes que se hicieron llamar jueces sin siquiera merecer el título de abogado.

No quiero finalizar sin retomar el camino presuntamente desviado, el de identificar al hombre de las cuatro rayas en el acto académico. Se trataba de alguien que integra el actual circo que se ubica en un edificio que denomina Tribunal Supremo de Justicia. Me comentan que todos ellos se auto-adjudican su cuarta raya apenas toman posesión del cargo. Alguien les dijo que esos símbolos se ganan militando en el PSUV. Como si la Constitución estableciera como único requisito para ser Magistrado el tener la cerviz lo suficientemente flexible como para inclinarla en forma permanente y sin fractura.


01-03-16




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico