Por Tulio Alvarez
Era la oportunidad del acto de
graduación de la Promoción LVIII de abogados de la Universidad Católica Andrés
Bello que me honró nombrándome su padrino. Así como las cebras deslumbran con
sus pintas glamorosas, de la misma forma, un personaje que aun hoy no sé ni el
nombre colocó una cuarta banda roja sobre una toga negra y se encaramó en el
paraninfo. Lo extraño del caso es que, en los actos académicos, solo existe un
máximo de tres bandas que identifican el grado de doctor. A causa de tamaña
extravagancia se me ocurrió escribir este artículo. Al finalizar, ustedes
entenderán.
Son muchos los antecedentes
del ceremonial en los actos de graduación. Se trata de costumbres centenarias
que se originan con el nacimiento mismo de la universidad y dependen de las reglamentaciones
de cada una de ellas. En estas tierras del señor, las primeras prácticas, al
menos durante los siglos XVI al XIX, eran aquellas que se aplicaron en las
universidades de Salamanca yAlcalá. Todo está previsto, incluyendo los colores,
desde los tiempos del primer Código de Instrucción Pública por el año 1883. Se
señalaba que “para los Doctores en Ciencias Eclesiásticas, blanco; para los de
Ciencias Políticas, rojo; para los de Ciencias Médicas, amarillo; para los de
Ciencias Exactas, azul; verde para los de Filosofía y Letras y morado para los
Doctores en Farmacia”.
El cumplimiento de este
protocolo es una forma de darle dignidad al status de profesor y maestro tan
lesionado por las agresiones constantes de un régimen en que predomina la
barbarie. También es una forma de magnificar el esfuerzo realizado por los
graduandos. En pocas palabras, el lugar que se ocupa al otorgar y recibir un
título hay que ganárselo. Ahora bien, ¿Quién se atreve a presentar en acto de
tal naturaleza violentando las normas que entre las autoridades y profesores se
respetan con tanto fervor?
Este es el momento de un
cambio violento de timón para comentar una noticia insólita que no ha tenido
suficiente repercusión. Se trata del hecho de que en la última reunión de Sala
Plena los miembros (me resisto llamar magistrado a alguien que no lo es o lo
merezca) estaban en emergencia y tremendamente preocupados porque sus colegas
salientes habían acudido a la Asamblea Nacional para denunciar que habían
renunciado por chantajes y presiones que venían de los líderes rojos,
incluyendo al capo di tutti capi.
Y me impresionó el cuento no
porque dudara de la capacidad de maldad de los actores del proceso de
destrucción nacional o sus artes manipuladoras sino por el simple hecho de que
se reflejara, en forma tan inocente, el talante moral de los diversos payasos y
monigotes que se presentan en las tablas de la justicia nacional. En efecto,
los que aún están en el Tribunal se miran en el espejo de los defenestrados y
los que se fueron dan testimonio de las causas de la debacle nacional que no es
otra que una crisis de valores sin precedentes.
En el devenir de la humanidad
sobresalen seres humanos normales, como cualquiera de nosotros y sin poses de
superhéroes, pero que tuvieron la oportunidad para pararse firmes y dignos
contra la injusticia. A todo riesgo, tomaron las decisiones que debían asumir,
dieron Justicia a los sedientos de ella, actuaron con imparcialidad y apego a
las normas, se respetaron a ellos mismos, a su familia y a la sociedad. No eran
presionables, no se dejaron amilanar y se rebelaron contra la opresión.
Reconocer una renuncia bajo
amenaza constituye una confesión evidente de que se carecía de la cualidad
fundamental para ser un juez. Quien así se sometió, primero tiene que entender
que nunca ha debido aceptar un cargo de esa naturaleza si no estaba dispuesto a
defender los principios con su propia integridad. Antes de alzar su voz de
denuncia, entre otras cosas para marcar distancia y justificar sus actos de
injusticia ahora que se derrumba el sistema perverso, deberían repetir un “mea
culpa” hasta que la voz se les extinga.
Yo no pretendo que para ser
magistrado tengamos que buscar a un Santo Tomás Moro que se sacrifiqué al grado
sumo por el valor superior. Pero, al menos, hay que exigir un poco de dignidad,
un ápice de preparación y unas cuantas gotas de valentía a la hora de la
selección. Por lo pronto, imagino que personajes como Velásquez Alvaray y
Aponte Aponte deben estar abriendo sucursales del club de tránsfugas judiciales
en Miami, San José de Costa Rica y donde quiera que se encuentre un número
importante de esos trúhanes que se hicieron llamar jueces sin siquiera merecer
el título de abogado.
No quiero finalizar sin
retomar el camino presuntamente desviado, el de identificar al hombre de las
cuatro rayas en el acto académico. Se trataba de alguien que integra el actual
circo que se ubica en un edificio que denomina Tribunal Supremo de Justicia. Me
comentan que todos ellos se auto-adjudican su cuarta raya apenas toman posesión
del cargo. Alguien les dijo que esos símbolos se ganan militando en el PSUV.
Como si la Constitución estableciera como único requisito para ser Magistrado
el tener la cerviz lo suficientemente flexible como para inclinarla en forma
permanente y sin fractura.
01-03-16
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