Lo que ocurrió el miércoles en
la mañana en un supermercado de la avenida Manuel Piar en San Félix, cuando un
hombre fue apuñaleado en medio de empujones, agarrones, gritos, sudor, calor y
desesperación en una cola por comida, fue síntoma del hambre.
Es lo que se repite desde hace
meses y fue lo que se repitió ayer. Y, con certeza, será hoy. Pero ayer el
síntoma afloró en el mismo lugar. Y en otros. Por ejemplo, en el Supermercado
Santo Feliz, de San Félix.
Lo del día: harina de maíz
marca Juana. Cuatro paquetes. Todo por 450. Demasiado tentador en tiempos de
escasez. Quizás la más genuina forma de cuidar el salario, mínimo en todo el
significado de la frase.
“No quiero bachaquero. Íbamos
bien hasta que aquí llegó el despelote”, recriminaba un guardia nacional. Pero
el calor desesperaba. Y la cola se prolongaba. 50. 100. 300 metros. Una
esquina. Y otra. Y luego, otra. Hasta La Bombita. Todo por la harina.
“Estoy desde las 2:00 de la
tarde aquí. ¿Qué hacía, hermano? Es más barato. A mí me ha tocado pagar
cuatrocientos bolos por un solo paquete de harina, mil por un aceite y mil
doscientos por una mayonesa”, dijo, después de las 4:00 de la tarde y con su
harina en manos, Richard Hernández.
Condiciones dadas
Hernández supo de lo que
ocurrió el miércoles en la avenida Manuel Piar. Por eso no pone en duda que un
estallido al estilo San Félix pueda ocurrir. No solo allí, sino en toda
Venezuela.
“Puede desatarse un conflicto
por la necesidad que estamos viviendo. Aquí, en Maturín, en Caracas… Ve,
hermano, yo gano sueldo mínimo y no me alcanza. A veces, en mi casa comemos
arepa desayuno, almuerzo y cena porque no hay más nada”, lamentó.
La desconfianza era cosa
persistente en las colas. Cada frase la desmigajaba: “Esto no lo arregla ni el
gobierno ni la oposición”. “Tengo pinga de hambre”. “Aquí la corrupción es
igual que en el Pdval”. “Si tú quieres conseguir comida, anda pal mercado de
San Félix. Lo malo es que todo cuesta mil bolos”.
En la cola no todos tienen la
suerte que tiene la familia de Hernández. La de Carmen Brito, por ejemplo,
recurre a otros métodos para rendir la comida. Y engañar al estómago.
“En mi casa somos dos niños y
seis adultos. Allá no desayunamos, y a los niños les damos una arepa con
guarapito. Al mediodía sí comemos todos. Arepa. Y a veces, cuando conseguimos,
arroz con sardina. Pero pagarla a quinientos bolos no es fácil”, explicó.
No había vivido algo así, la
verdad. “Antes no tenía que pasar horas en una cola. No tenía que estar en
esto. Lo que prometió Chávez para decirnos que votáramos por Maduro no
resultó”, reconoció.
Hasta donde se pueda
La enfermera Niorkis Medina,
luego de salir de su trabajo en la Clínica Manuel Piar se monta en un autobús
con un axioma: cola que vea, cola que hace. Vive con sus tres hijos, su esposo
desempleado y su papá, un pensionado.
Con los cuatro paquetes de
harina en las manos, se muestra aliviada: al menos, por unos días no va a tener
que preocuparse sobre qué van a comer.
“Regularmente no desayunamos
porque no da tiempo. Pero esta noche ya sé lo que vamos a comer: bollo con
carne. En mis 37 años no había visto algo así. Antes iba con mi mamá a hacer
mercado, e incluso, cuando me casé hace seis años, compraba comida para quince
días. Pero ahora hay que andar en esto”, dijo.
Todos aguardaban. Pero todos
se impacientaban. Nadie podrá decir de ellos que no han vivido lo que ocurre en
Venezuela. Que lo diga una mujer que, en la cola, y ante la pregunta de si
había comido, respondió: “Nada. ¿Me vas a brindar el almuerzo?”.
26-02-16
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