Juan Guerrero 09 de abril de 2020
@camilodeasis
La
propaganda del partido comunista chino dejó colar, estratégicamente, unas
cuantas imágenes que permitían claramente apreciar cómo desfallecían en media
calle algunas personas en Wuhan. Después, los siguientes días fueron imágenes
con cientos de miles de chinos con mascarillas, inmensos camiones rociando un
extraño líquido por las calles, y muchas otras con jeringas, gasas, camillas,
policías, gritos y desesperación.
Eso
desató la estampida sobre los países asiáticos, occidente y el resto del mundo.
La intensidad de las imágenes inundando al mundo de miedo, tanto la realidad
virtual de las redes sociales como la realidad real de las calles que
progresivamente se vaciaban de ciudadanos y vehículos mientras los hospitales
se abarrotaban de enfermos y moribundos, disparó la tragedia que se deseaba: el
miedo de la pandemia que, suspicazmente, la Organización Mundial de la Salud no
tardó en declararla oficialmente como tal.
Porque
si existe un real y verdadero miedo del hombre a algo semejante a la muerte, es
precisamente el ancestral y espeluznante pavor al contagio que trae consigo la
peste. Pero esta peste, llamada ahora coronavirus, covid-19 o virus chino,
revela un mal mucho más peligroso, cavernícola y profundamente contagioso: el
miedo atávico que desata el hombre-masa estando en el poder.
Ya
el filósofo español, José Ortega y Gasset, en su revelador libro La rebelión de
las masas advirtió de la tragedia que para la humanidad significan los
autoritarismos, totalitarismos y la pequeñez humana en los líderes y dirigentes
al frente de gobiernos orientados, bien sea de izquierda o de derecha, al
control social usando el miedo como estrategia de Estado. Les llamó “hemiplejía
moral” a esa visión reduccionista de quienes se acostumbran ver el mundo, sea
desde el ojo derecho o con el izquierdo. Es, en palabras del filósofo, “una de
las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil” dentro de
la ratonera que implica ser un hombre-masa.
Porque
el miedo que recubre esta peste del siglo XXI tiene implicaciones, no tanto
económicas y políticas, sino básicamente morales y éticas. Es el manejo
estratégico del poder en el liderazgo mundial sobre la ignorancia de la
muchedumbre (mass-media) para apalancar el surgimiento del control sobre
extensas poblaciones en la instauración de la sociedad de la servidumbre.
He
revisado recientemente las intervenciones de un joven activista de los derechos
civiles de origen chino, Yuan Lee, quien a sus 28 años está arriesgando su vida
para denunciar al Estado chino y su camarilla del comité central del partido
comunista. Si bien indica, con supuestas pruebas, el origen del virus en un
laboratorio de la ciudad de Wuhan, lo que llama la atención es su vehemencia al
desnudar a la jerarquía comunista china como promotora de la represión de la
sociedad china (cerca de 80 millones de asesinados desde la instauración del
comunismo en China) y su inmenso poder para el control social.
Y
precisamente la característica para mantener controlada a la población, y sobre
manera a la “masa”, es el miedo. El ancestral y terrible temor al contagio.
Creo que el liderazgo mundial, sea de izquierda o derecha, se está aferrando a
esta pandemia, unos para afianzar su influencia sobre extensas poblaciones,
otros para expandir sus productos farmacéuticos, y otros más, para controlar
sus pequeñas parcelas de influencias. Por eso, los próximos años encontrarán un
mundo mucho más aislado, distante físicamente, pero a la vez más cercano,
familiar, vinculado e “informado virtualmente”.
Si
los procesos de enseñanza-aprendizaje, los modelos educativos no se adecúan a
las nuevas tecnologías, si los gobiernos no acercan a sus ciudadanos a los
procesos pedagógicos con base en cambios significativos sobre la libertad
individual y principios de solidaridad y libertad y respeto a las comunidades,
tendremos estados mucho más proclives al autoritarismo y al totalitarismo.
Gobiernos que impondrán a sus ciudadanos más restricciones, regulaciones para
el tránsito y circulación, el acceso a redes sociales, entre un mar de nuevas
restricciones que se mostrarán en ordenanzas municipales, decretos
departamentales y leyes draconianas nacionales y federales.
El
modelo de la sociedad de la servidumbre, hecho en China, se está expandiendo
gradualmente a otras partes. Europa, con el pretexto de la pandemia, verá en
los próximos meses y años el nacimiento de controles más estrictos en su
población. Ya lo observamos en la censura que se impone a los medios de
comunicación. En Latinoamérica, la tendencia será un reagrupamiento de las
fuerzas de la izquierda radical en su afán de demoler estados democráticos,
como en Chile, Colombia, México o Perú, para ensayar modelos de estados que
posiblemente fusionarán para establecer regímenes únicos, autoritarios y
totalitarios. Venezuela ya se encuentra en fase de transición para una sociedad
francamente servil y absolutamente controlada. Los controles y restricciones
sociales establecidos desde hace años contra la población, y que han llevado a
la escasez de los servicios públicos, como electricidad, agua potable, gas,
telefonía e Internet, han sido ensayos que ahora, con la restricción de los
combustibles, impiden de hecho el tránsito ciudadano más allá de 50 kilómetros
de su entorno. Estas restricciones, aunado a la descomunal y mortífera
proliferación de la delincuencia, ahuyentaron desde hace años el turismo.
Indicamos esto porque de tanto mal y terror con esta pandemia, que tiene en la
movilidad social (transporte) su agente de difusión, nos ha protegido
indirectamente. Pero el venezolano vive, desde hace varios años, en una
permanente “cuarentena social” de miedo, terror y constante incertidumbre.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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