Francisco Fernández-Carvajal 02 de abril de
2020
@hablarcondios
— Jesús en Getsemaní.
Cumplimiento de la Voluntad del Padre.
— Necesidad de la
oración para seguir de cerca al Señor.
— Primer misterio de
dolor del Santo Rosario. La contemplación de esta escena nos ayudará a ser
fuertes en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
I. Después de la
Última Cena, Jesús y los Apóstoles recitan los salmos de acción de gracias,
como era costumbre. Y la pequeña comitiva se pone en marcha en dirección a un
huerto cercano, llamado de los Olivos. Jesús había advertido a Pedro y a los
demás que, esa noche, todos –de un modo u otro– le negarán dejándole solo.
Llegan a una finca llamada Getsemaní. Y dice a sus
discípulos: Sentaos aquí, mientra hago oración. Y llevándose a Pedro, a
Santiago y a Juan, comenzó a sentir pavor y a angustiarse. Y les dice: Mi alma
está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad1. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra2.. Jesús siente una inmensa necesidad de orar. Se detiene
junto a unas rocas y cae abatido: Se postró en tierra3, escribe San Marcos. San Lucas nos dice: se puso de
rodillas4, y San Mateo precisa más: se postró rostro en tierra5, aunque de ordinario los judíos oraban de pie. Jesús se dirige
a su Padre en una oración cargada de confianza y ternura, en la que se entrega
totalmente a Él: Padre mío, le dice. Si es posible, que
pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú.
Poco tiempo antes les había comunicado a sus
discípulos. Mi alma está triste hasta la muerte; estoy
sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Así sufre Jesús: Él, que es
la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres.
Tomó como si fueran suyos los pecados de los hombres,
y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. Todas: las debidas por
los pecados ya cometidos, las debidas por los que se estaban cometiendo en
aquel momento, y las deudas de los pecados que se cometerían hasta el final de
los tiempos.
El Señor no solo salió fiador de culpas ajenas, sino
que se hizo tan uno con nosotros como es la cabeza con el cuerpo: «quiso que
nuestras culpas se llamasen culpas suyas; por eso no solamente pagó con su
sangre, sino con la vergüenza de esos pecados»6. Todas estas causas de sufrimiento eran captadas en toda su
intensidad por el alma de Cristo.
Miramos en silencio cómo sufre Jesús: Y
entrando en agonía oraba con más intensidad7. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario
para librarnos del pecado y de la muerte eterna!
Jesús entra en agonía y llega a derramar sudor de
sangre. «Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre.
»De rodillas sobre el duro suelo, persevera en
oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los
hombres»8. Pero su confianza en el Padre no desfallece, y persevera en
oración. Cuando el cuerpo parece que ya no puede resistir, vendrá un ángel a
confortarlo. La naturaleza humana del Señor se nos muestra en esta escena con
toda su capacidad de sufrimiento.
En nuestra vida puede haber momentos de lucha más
intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo, en que cueste aceptar la
Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el
Huerto de los Olivos nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos:
abrazarnos a la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condición de
ninguna clase, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración
perseverante.
«Jesús ora en el huerto: Pater mi (Mt 26,
39), Abba, Pater! (Mt 14, 36). Dios es mi Padre,
aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre,
por cumplir la Voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la
Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme,
si encuentro por compañero de camino al sufrimiento?»9.
II. Jesús nos
contempla en aquella noche con una simple mirada. Mira las almas y los
corazones a la luz de su sabiduría divina. Ante sus ojos desfila el espectáculo
de todos los pecados de los hombres, sus hermanos. Ve la deplorable oposición
de tantos que desprecian la satisfacción que Él ofrece por ellos, la inutilidad
para muchos de su sacrificio generoso. Siente una gran soledad y dolor moral
por la rebeldía y la falta de correspondencia al Amor divino.
Por tres veces busca la compañía en la oración de
aquellos tres discípulos. Velad conmigo, estad a mi lado, no me
dejéis solo, les había pedido. Y al volver los encontró dormidos, pues
sus ojos estaban pesados; y no sabían qué responderle10. Quizá busca en aquel tremendo desamparo un poco de compañía,
de calor humano. Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquella una noche
para estar en vela, para estar en oración; y se duermen. No aman aún bastante y
se dejan vencer por la debilidad y por la tristeza, y dejan a Jesús solo. No
encuentra el Señor un apoyo en ellos; habían sido escogidos para eso y
fallaron.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa
oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo
y quedar nosotros a merced del enemigo. ¿Por qué dormís?, les dice
–nos dice también a nosotros–. Levantaos y orad para no caer en la
tentación11. Por eso le decimos a Jesús: «Si ves que duermo; si descubres
que me asusta el dolor; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no
me dejes! Dime como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas mi
correspondencia, mi amor. Dime que para seguirte, para no volver a dejarte
abandonado con los que traman tu muerte, tengo que pasar por encima del sueño,
de mis pasiones, de la comodidad»12.
Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración,
nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para
sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos nos
encontraríamos en manos del enemigo, perderíamos la alegría y nos veríamos sin
fuerzas para acompañar a Jesús.
También hoy Jesús desea nuestra compañía. Y «sin
oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13; nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos
hacemos fuertes en nuestro trato diario con Él, podremos decirle con
certeza: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré14. Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras
cosas, porque no perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su
arrepentimiento, sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años más
tarde.
III. La
contemplación de esta escena de la Pasión puede ayudarnos mucho a ser fuertes
para no dejar nunca nuestra oración diaria, y para cumplir la Voluntad de Dios
en cosas que nos cuesten. ¡Señor, que no se hagan las cosas como yo
quiero, sino como quieres Tú! «Jesús, lo que tú “quieras”... yo lo
amo»15, le decimos hoy con toda sinceridad.
Los santos han sacado mucho provecho para sus almas de
este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración
de Jesús en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes
dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación
de estas escenas, mientras esperaba el martirio de su decapitación por ser fiel
a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades,
grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. Escribía este santo en la prisión:
«Sabía Cristo que muchas personas de constitución débil se llenarían de terror
ante el peligro de ser torturadas y quiso darles ánimos con el ejemplo de su
propio dolor, su propia tristeza, su abatimiento y miedo inigualable (...).
»A quien en esta situación estuviera, parece como si
Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarle con vivísima voz: Ten
valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste,
abatido por el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido
al mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más
horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento (...).
»Mira cómo marcho delante de ti en este camino tan
lleno de temores. Agárrate al borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un
poder que no permitirá a la sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y
angustias; hará tu ánimo más alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy
de cerca mis pasos –fiel soy, y no permitiré que seas tentado más allá de tus
fuerzas, sino que te daré, junto con la prueba, la gracia necesaria para
soportarla–, y alegra también tu ánimo cuando recuerdes que esta tribulación
leve y momentánea se convertirá en un peso de gloria inmenso»16. Esto lo escribe quien sabe será decapitado pocos días
después.
Nosotros podemos sacar hoy el propósito de contemplar
frecuentemente, quizá cada día, este momento de la vida del Señor, el primer
misterio de dolor del Santo Rosario. De modo particular puede ser tema de
nuestra oración cuando nos cueste un poco más saber descubrir la Voluntad de
Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con
frecuencia a modo de jaculatoria: «Volo quidquid vis, volo quia vis... Quiero
lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que
quieras»17.
1 Mc 14,
32-34. —
2 Lc 22,
41. —
3 Mc 14,
35. —
4 Lc 22,
41. —
5 Mt 26,
39. —
6 L.
de la Palma, La Pasión del Señor, Palabra, 6ª ed., Madrid 1971,
p. 48. —
7 Lc 22,
44. —
8 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, 11ª ed., Primer
misterio doloroso. —
9 ídem, Vía
Crucis, I, 1. —
10 Mc 14,
40. —
11 Lc 22,
46. —
12 M.
Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, p.
22. —
13 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. —
14 Mc 14,
31. —
15 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 773. —
16 Santo
Tomás Moro, La agonía de Cristo, in.
loc. —
17 Misal
Romano, Acción de gracias después de la Misa,
oración universal de Clemente XI.
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