Humberto García Larralde 12 de junio de 2022
Me uno
a quienes han abusado de esta famosa interjección para titular sus escritos. La
razón es la misma de la campaña presidencial de Bill Clinton: focalizar la
atención sobre el asunto central que decidiría el voto. Lamentablemente, las
fuerzas opositoras en Venezuela parecen estar en otra cosa.
Sobran los argumentos para exigir un cambio de gobierno. Pero, más allá del no pequeño problema de cómo asegurar las condiciones que permitirían ese cambio, está el hecho de que los venezolanos – opuestos en su mayoría al gobierno de Maduro– no confían ya en los dirigentes opositores, si nos atenemos a las encuestas. Si bien las confrontaciones entre estos parecen haber sido superadas por el acuerdo de unas primarias para arribar a una candidatura única de cara a las venideras elecciones de 2024 –suponiendo que se den—, se asume sin contar con un proyecto claro, capaz de recuperar la confianza de los venezolanos. Para ello, el tema económico es central. La victoria no está asegurada.
Las
acciones recientes de Maduro señalan su interés por lavarse la cara ante la
comunidad internacional, con miras a que le levanten algunas de las sanciones
que tanto le molestan. Ciertas liberalidades en el campo económico, como la
venta de acciones de algunas empresas públicas y la devolución del Sambil de la
Candelaria a sus legítimos sueños, buscarían proyectar la imagen de una situación
que se “normaliza”. Unas elecciones presidenciales en 2024 que aparentasen ser
creíbles completan el cuadro. Otra cosa es que, conociendo la naturaleza del
personaje, así ocurra. Pero con la dispersión de las fuerzas democráticas,
quizás no requiera hacer mayores trampas para asegurar su triunfo.
El ala
madurista de este régimen mafioso está intentando capitalizar el rebote en la
actividad económica para proyectar la idea de que el país se está arreglando. Y
lo evidenciado en algunos sectores del campo y la ciudad –notoriamente la venta
de productos importados— alimenta esa ilusión en algunos. En realidad,
estaríamos pasando del sótano 12 al sótano 11, todavía muy profundo en el foso
de miserias. Y las mejoras, además, quedan circunscritas a un pequeño grupo. No
obstante, como sucedía con las misiones que no llegaban a todos, el monopolio
de los medios de comunicación puede fundamentar la esperanza de que las ruedas
de la fortuna le toquen eventualmente a uno también, si se le ofrece la
oportunidad a Maduro de continuar. Urge una alternativa política que claramente
desmienta esta ficción.
En
medio de esta falsa “normalización”, la inmensa mayoría de venezolanos luchan a
diario para estirar el poder de compra de sus recursos y asegurar condiciones
básicas para su subsistencia. Al sobreponerse a las adversidades, ponen de
manifiesto talentos y capacidades emprendedoras. Y no nos referimos sólo a
empresarios establecidos. También a los agricultores y pequeños productores,
amas de casa, comerciantes trabajadores calificados, habilidosos,
transportistas, costureras, mecánicos y tantos otros quienes, para superar
imprevistos, arbitrariedades y carencias diversas, han tenido que inventárselas.
Se han convertido en innovadores. Y es sobre tal espíritu de iniciativa que
habrá de descansar la recuperación de niveles de vida dignos para los
venezolanos, no de las dádivas del Estado.
¿Cómo
incrementar sus posibilidades de éxito, en un entorno adverso caracterizado por
la precariedad de los servicios públicos, la inseguridad, la falta de
financiamiento y mucho más? “Nothing succeeds like success”, como dicen los
gringos. Si queremos hacer del emprendimiento el motor de la recuperación
económica, es menester sembrar la confianza de un número creciente de
potenciales emprendedores y alimentar su éxito. Por definición, todo
emprendimiento tiene, en sí, un margen de incertidumbre. Se agrava en Venezuela
por reglas difusas, arbitrariedades y la ausencia de seguridad jurídica para
amparar los derechos. Un clima favorable al emprendimiento supone, por ende, lo
siguiente (entre otras cosas):
–
Seguridad y reglas de juego claras que provean una mayor previsibilidad, en el
marco de un Estado de Derecho que resguarda los derechos de cada quien;
–
Financiamiento oportuno y accesible en sus condiciones, en particular, capital
de riesgo;
–
Apoyo profesional o técnico, asesorías diversas: acceso a instalaciones y/o
experticia para diseñar o poner a prueba prototipos, reparar maquinaria,
calibrar instrumentos, definir estrategias empresariales, llevar las cuentas y
evaluar opciones de financiamiento. También una red de servicios
especializados, proveedores, universidades calificadas y de consultorías
competentes.
–
Servicios públicos eficientes, de calidad, que no fallen, con mantenimiento y
costos competitivos.
–
Apertura internacional, tanto comercial y financiera, como en materia de
información, tecnología y acceso a talentos;
– Un
Estado fuerte, ágil, dotado de personal competente, garante de estabilidad,
condiciones para la justicia social, seguridad y productor de la gama de bienes
públicos que hagan que ello sea posible.
Una
ojeada rápida a esta lista pone de manifiesto que se refiere a condiciones que,
precisamente, no existen bajo la “normalidad” de Maduro. En particular,
rescatar al Estado venezolano, hoy fallido, amerita la concertación de un
extraordinario financiamiento internacional con los multilaterales, que
presupone un cambio político profundo, sustentado en reformas legales y
estructurales que le devuelvan su rol de productor eficiente de bienes
públicos. Esta inyección de recursos, más la reducción de los costos de
transacción que resultarán de estas reformas, posibilita que el ajuste
macroeconómico sea expansivo. En vez de contraer los agregados monetarios,
deprimiendo a la economía, como ha hecho Maduro, los excedentes serán
absorbidos productivamente al reactivarse y al aumentar las transacciones.
Un
informe reciente del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS)
registró 2.677 protestas a nivel nacional durante los primeros cuatro meses del
año en curso, 28% más que en igual período de 2021. Se refiere el informe a que
más de 70% de estas protestas, “fueron motivadas por el incumplimiento de
derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.” Destaca el reclamo
por derechos laborales y por las fallas en la prestación de servicios públicos.
He ahí
los fundamentos de una política opositora, capaz de movilizar a los venezolanos
para que asuman los retos del cambio político, devolviéndole la confianza en el
liderazgo democrático. Se conecta, claramente, con la restitución del Estado de
Derecho, la recuperación de las libertades, en particular, la de los presos
políticos, la eliminación de las censuras, de las extorsiones, confiscaciones y
demás corruptelas. Todo suma para la construcción de un ambiente que permita
aprovechar las enormes potencialidades económicas que todavía anidan en el
país, así como las oportunidades planteadas por la transición energética y la
llamada cuarta revolución industrial a nivel global. La existencia de una vasta
comunidad de compatriotas en el extranjero constituye una ventana a
experiencias, conocimientos y prácticas que, sin duda, enriquecerán estos
esfuerzos.
El
desafío del liderazgo democrático es formular propuestas y asumir iniciativas
que se traduzcan en una política de cambio capaz de conectarse con las
protestas a nivel local y nacional para construir una alternativa que arrase en
unas próximas elecciones. Los venezolanos escogerán entre una “normalización” a
lo Maduro, que puede tomar 50 años para regresar a los niveles (promedios) de
vida de 2013, o una alternativa basada en la competitividad, el emprendimiento
y el rescate de la función pública para el bienestar de la población, que
permita superar este parámetro en 15 años o menos. Falta mencionar lo
imprescindible de contar con una FAN saneada, respetuosa de la Constitución.
Humberto
García Larralde
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