Humberto García Larralde 31 de mayo de 2022
La
mesa de negociación en México vuelve a ocupar la agenda política opositora.
Sospecho que algunos de sus portavoces abrigan la esperanza de que los atisbos
de recuperación económica traídos por la liberación de precios y del uso del
dólar habrían persuadido a Maduro a asumir una actitud más constructiva al
respecto que en ocasiones anteriores. Se habría dado cuenta de la conveniencia
de flexibilizar su conducta para soslayar la erosión de su poder. De ser así,
una negociación inteligente, jugando cuadro cerrado con EE.UU. y con la Unión
Europea para convertir a las sanciones en carta para comprometer a Maduro con
la realización de elecciones confiables, tendría sentido. ¿Pero, qué puede
decirse respecto a su disposición de negociar de buena fe condiciones que
permitirían al país superar la terrible tragedia que él y los suyos provocaron?
Declaraciones recientes del oficialismo no abonan a favor de la interpretación, diríamos “optimista”, planteada arriba. El vocero del régimen en estos asuntos, Jorge Rodríguez, reiteró como condición hace poco que sea liberado Alex Saab e incorporado a la delegación oficial, que Rusia continúe como país acompañante del chavismo en el proceso, pero que cese el papel de Noruega como mediador, a causa de una declaración de su gobierno sobre la observación de derechos humanos en Venezuela. No se sabe si tan disparatadas ocurrencias forman parte de una política para torpedear deliberadamente toda posibilidad de reanudar la negociación o si obedecen, más bien, a destemplanzas propias de una mente resentida. La defensa de los derechos humanos constituye un pilar de la política exterior de Noruega.
Luego
hay que examinar las condiciones del entorno internacional. Una perspectiva
optimista indicaría que, con el aislamiento de Rusia por su criminal agresión a
Ucrania y las oportunidades que de ello se derivan para aliviar las sanciones
al petróleo venezolano como reemplazo parcial de la oferta del crudo
proveniente de ese país y ganar simpatías con Biden, debía producirse una
actitud más proactiva del régimen con relación a esta negociación. No obstante,
Maduro acaba de visitar Cuba con la excusa de revivir el ALBA. Necesita cerrar
filas con sus cómplices antillanos y nicaragüenses ante el giro adverso que les
representa una posible derrota de Putin. Junto a la condonación de la deuda
ofrecida a las islas del Caribe por el petróleo suministrado por Venezuela,
país arruinado, busca evitar que éstas asuman posiciones desfavorables al
régimen en los foros internacionales. Por ahora, ante la perspectiva de un
triunfo de Petro en Colombia y, más adelante, de Lula en Brasil, Maduro confía
en que le esperan tiempos mejores. No tuvo empacho, por tanto, a retornar con
manidos e inútiles clichés al arribar a la Habana:
“Llegamos
a la cuna de la revolución: La Habana, Cuba, para participar en la XXI Cumbre
del ALBA- TCP, con el objetivo de seguir profundizando en la unidad y la
integración de los pueblos de América Latina y el Caribe. ¡Que viva la unidad
de los pueblos!”,
Por lo
visto, nada sugiere que el régimen se siente vulnerable o desasistido y que
ello lo llevaría a regresar a la negociación para resguardar sus intereses. Se
reiteran, además, las poses ideológicas tras las cuales se encubre el fascismo
chavomadurista. No es que los jerarcas del régimen realmente crean, a estas
alturas, las sandeces que repiten. Éstas cumplen una función muy importante,
empero, en evitar exámenes de conciencia y en absolver sus atropellos. Cuando
se miran en el espejo, los corruptos, déspotas, torturadores y esbirros que se
cogieron al país quieren ver reflejada la imagen de patriotas
“revolucionarios”, luchando por librar a Venezuela de las garras del
imperialismo. Y así, en respuesta a su exclusión de la próxima Cumbre de las
Américas, a realizarse en julio en Los Ángeles, California, Maduro señaló el
temor del país anfitrión por “nuestra voz antiimperialista”. En el cierre del
Coloquio Internacional por el Bicentenario de la Batalla de Pichincha
(¡Uuuff!), añadió:
“Nuestro
destino manifiesto es enfrentarnos al imperialismo y derrotarlo en el campo de
batalla, pase lo que pase, sea lo que sea, en cualquier circunstancia ¡La
victoria siempre nos pertenecerá!”
Definitivamente,
el sectarismo provocado por los grilletes ideológicos, al sustituir el examen
de las causas reales de las cosas por actos-reflejos simplistas, embrutece.
Por
último, puede esgrimirse que, al liberar aspectos de la economía y abrir
algunas empresas públicas a la inversión privada (minoritaria), el régimen
entendió, ¡al fin!, por dónde debía apuntalar sus esfuerzos para salir del
abismo en que nos metió. Es decir, el gobierno estaría mostrando que ahora sí
quiere resolver los terribles problemas del país. La negociación en México
sería uno de los espacios para ir abriendo oportunidades de reforma que,
progresivamente, devolvería la institucionalidad a Venezuela. Ciertamente,
podría aducirse que, en el seno del chavomadurismo se están generando
reacomodos que admiten posibilidades de cambio. Sin embargo, ¿Acaso el dominio
de mafias articuladas en torno a la expoliación del país fue superado? ¿Qué hay
del arco minero, del tráfico de drogas y de tantas otras corruptelas que han
aflorado con las pesquisas de valientes periodistas de investigación? Y, ¿cómo
compatibilizar el cacareado “arreglo” del país con cárceles llenas de presos
políticos, ahora mayormente militares, con la tortura y la represión de razias
desatadas por los cuerpos represivos en los barrios populares o en zonas en
disputa entre facciones de la guerrilla colombiana? Sigue siendo poco creíble
el cuento de hadas acerca del propósito de Maduro y sus cómplices por
“normalizar” al país.
En
fin, lo afirmado en estas líneas no apoya la expectativa de una mayor
disposición de Maduro de negociar, ahora sí, acuerdos con la oposición para un
arreglo político que ofrezca salidas, vía elecciones creíbles, a la actual
situación. Falta destacar, además, que ello es así porque las fuerzas
democráticas no representan, hoy, una amenaza seria para la hegemonía del
militarismo “bolivariano”. No solo por la división entre las distintas
agrupaciones opositoras que, ¡albricias!, parecen haber encontrado el camino
para su superación al acordar las primarias y la formación de la Plataforma
Unitaria Democrática, sino porque la oposición carece de una política que le
diga algo a las mayorías respecto a la necesidad de desalojar al régimen de
Maduro, que no sea la repetición incesante de su ilegitimidad.
Sucede
que Maduro, por más que insistamos en lo contrario, se siente cada vez más
“legítimo”. Y ello nada tiene que ver su disposición a acatar el orden
constitucional y respetar los derechos de sus compatriotas. No. Se siente más
legítimo porque, con el rebote económico y las burbujas de prosperidad abiertas
al disfrute de enchufados y de quienes tienen ingresos en dólares, ha logrado
vender la idea de que el país “se está arreglando”. E, incluso, los gringos parecen
asomar un interés en abrir posibilidades de destrancar el juego. Y la inmensa
mayoría de los venezolanos, ocupados en los quehaceres con los cuales evitar
morirse de hambre, ante la ausencia de un proyecto creíble que sientan suyo,
parecen resignarse a que sólo queda apostar a que Maduro siga “normalizando” al
país.
Lograr
que Maduro negocie seriamente acuerdos para una salida electoral a la tragedia
nacional, que sea creíble y confiable, y para que libere a los presos políticos
y restituya los derechos políticos y civiles, requiere de una fuerza opositora
armada con un proyecto político coherente, capaz de movilizar al vasto sector
descontento, que le “late en la cueva”. Debe marcar un deslinde palpable con
esa “normalización” mísera, sin garantías, con que el fascismo pretende
perpetuarse en el poder. A la par de restablecer el orden constitucional, debe
procurar el saneamiento y la recuperación del Estado, con un generoso
financiamiento internacional para que pueda prestar eficazmente los servicios
públicos, hoy colapsados. Este proyecto tiene que basarse en una economía
competitiva, postrentista, que empodere a los ciudadanos con oportunidades de
inversión, emprendimiento y de empleo digno, en un entorno económico estable y
previsible, con amplias posibilidades de financiamiento. Asimismo, debe abrirle
vías de participación ciudadana y de vigilancia en el manejo de la cosa
pública, a nivel local, regional y también nacional. Sin construir esa fuerza
popular, las posibilidades de avance son poco claras.
Humberto
García Larralde
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