Julio Castillo Sagarzazu 01 de junio de 2022
Aun en
medio de la guerra fría, con la amenaza de la crisis de los misiles en Cuba;
con el asesinato de John F. Kennedy y la espantosa guerra de Vietnam, no todo
parecía perdido. Se veía, una tenue luz al final del túnel: La juventud del
planeta, se convirtió en un motor de arranque de grandes esperanzas. Salieron a
las calles de todas las ciudades del mundo; se reunieron en Woodstock a mostrar
una fuerza inusitada; rodearon a los Beatles y a los Rolling Stones a cantarle
al optimismo, a la paz, a los submarinos amarillos y a la libertad.
Lo hicieron en el oeste y también en el Este. En Paris, prohibían prohibir y en Praga, se enfrentaron a pecho descubierto a los tanques del Pacto de Varsovia. Todo ello ocurrió, en la mágica primavera europea de 1968. Hubo igualmente un Pentecostés en los líderes de la Iglesia Católica y nació el «Aggiornamento». Los pastores comenzaron a celebrar la misa de frente a sus feligreses y les hablaron en sus lenguas maternas.
No en
balde, los chinos escriben la palabra crisis con dos ideogramas: uno es el que
representa «peligro» y el otro «oportunidad»
Dicho
esto, queremos destacar un acontecimiento simbólico con un profundo significado
y que quizás se metió en las venas del género humano y le hizo soñar, por un
tiempo, que la humanidad podía tener un destino común: Se trató del viaje del
hombre al espacio.
¿Por
qué escogemos, entre tantos, este hecho singular?
Pues
porque por alguna razón, los seres humanos, desde el inicio de los tiempos, han
dirigido siempre su mirada al cielo para buscar las respuestas a preguntas que
no ha podido resolver y también para pedir lo que sus fuerzas no le han
permitido alcanzar.
Todas
las culturas y religiones nos hablan de viajes siderales; de contactos de
dioses de las alturas con seres humanos. El carro de fuego de Elías, aparece en
los relatos de todas las civilizaciones y confesiones. Haber podido constatar,
entonces desde las alturas, que TODOS (mayúsculas exprofeso) vivimos en este
globo azul y que TODOS somos compañeros de viaje de la misma nave espacial, nos
ha debido hacer pensar también que, TODOS, podíamos tener un destino común.
Mutatis
mutandi, se trataba de un sentimiento parecido al que recorrió el mundo en el
Renacimiento, cuando salimos de la oscuridad de la Edad Media, reivindicando el
valor del Hombre, y la vuelta a los cánones de belleza de los griegos, es
decir, de los descubridores de la democracia y la filosofía. Esa fue la tarea
de los grandes humanistas como Erasmo, Petrarca y luego de genios como Leonardo
da Vinci.
Esos
dorados 60, fueron (con todas sus convulsiones) la del cuarto de hora de la cultura
de la paz y el amor y la de las grandes esperanzas que ya se insinuaban en los
5, cuando Selecciones del Readers Digest y las películas de Hollywood, nos
hicieron soñar que los grandes automóviles descapotables, serpenteando por
parajes de inusitada belleza. Allí estuvieron, no obstante, Corea, Vietnam y la
guerra fría, para recordarnos que no todo era miel sobre hojuelas.
Pero
cayó luego el Muro de Berlín y con el vino el fin de esa guerra fría. Muchos
pensaron que iríamos a un mundo unipolar y que nos encaminaríamos sin mayores
contratiempos, a un mundo liberal y democrático bajo el liderazgo de las
grandes potencias occidentales.
No fue
así. China, por su lado, amenazando, con su desarrollo colosal, con exportar su
modelo de negación de libertades y Rusia, por el otro, con un Putin
desempolvando las tesis de la supremacía racial y el espacio vital de la Gran
Rusia.
Así
estaba el mundo cuando nos llegan dos muy malas noticias: La invasión a Ucrania
y la masacre de Uvalde, pocos días después de la de Buffalo .Una vez más nos
despertamos convencidos de que, definitivamente, algo está podrido en Dinamarca
y que sus efluvios contaminan todo el planeta.
Justo
ocurre todo esto, cuando renacían las esperanzas de que podíamos lograr puntos
de acuerdo razonables ´para hacer avanzar la humanidad después de los estragos
de la pandemia.
La
invasión rusa a Ucrania, tiene mucho que ver con la personalidad psicótica de
Putin, con sus sueños de expansión gran rusos y con la geopolítica del mundo.
Lo de Estados Unidos, sin embargo, tiene una raíz más profunda y más endógena.
Veamos:
Hoy en
Norteamérica, hay una crisis espiritual que amenaza con llevar a ese país a las
mismas condiciones que crearon la guerra de secesión. No pareciera que hay un
proyecto común de nación. Los poderosos lobbies han tomado el control de la
sociedad. Las farmacéuticas, presionan a los demócratas, los perros de la
guerra y la Asociación Nacional del Rifle a los republicanos. Los
intereses de los sectores sobresalen por encima de los intereses de la nación
en su conjunto.
Las
llamadas «minorías» tratan de imponerse a las mayorías, desnaturalizando la
esencia de la democracia, mientras cada quien trata de sacar partido de esos
intereses. El respeto a la diversidad, que es una de las virtudes de la democracia,
corre el peligro de desnaturalizarse, haciendo del «melting pot” (otra virtud
de la diversidad norteamericana) un caldero indefinido de intenciones.
Cuando
estos grandes intereses se imponen, se corre el riesgo de que ocurra lo que
ocurrió con Chávez en Venezuela. La anti política, liderada por los antiguos
Amos del Valle, por los que crecieron y se enriquecieron de las canonjías del
estado nacional, terminaron imponiendo al teniente coronel, para detener los
cambios.
Como
ya dijimos, toda crisis es un peligro, pero también una oportunidad. Ojala que
los Estados Unidos puedan volver a encontrar el espíritu de los “Padres Fundadores”
y que puedan hacer acopio de las reservas morales y humanas que le hicieron el
país líder que ha sido.
Menudo
compromiso el de su liderazgo.
Julio
Castillo Sagarzazu
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