Por Fernando Mires
Las democracias integran en su interior a líneas antidemocráticas. Tales líneas sirven incluso para fortalecer el discurso democrático, opinan algunos liberales. De ahí que la mayoría de las democracias occidentales invitan a las formaciones políticas antidemocráticas a formar parte del discurso público, siendo excluidas solamente si sobrepasan las leyes, incurriendo en actos violentos.
Naturalmente, puede suceder que en condiciones de crisis políticas o económicas las antidemocracias lleguen a hacerse del poder, como ya sucedió en Italia con Salvini y la Liga Norte, en Hungría con el Fidesz de Orban, en Polonia con las posiciones clericales e integristas que lidera Kaczynski, y en Francia, siempre en jaque por el lepenismo.
La democracia vive en peligro permanente y a veces sucumbe. Visto así, la contradicción que estableciera Joe Biden entre democracias y autocracias se manifiesta no solo entre países sino también al interior de cada país democrático.
Y precisamente porque es así, el putinismo, vale decir, las corrientes políticas que apoyan a Putin, pueden trazar sus líneas al interior de las democracias occidentales. Ahora bien, paradojalmente el putinismo tiende a cristalizar en dos extremos supuestamente opuestos: en la extrema izquierda y en la extrema derecha.
Hay efectivamente un putinismo de extrema izquierda y un putinismo de extrema derecha. Ambos suelen coincidir en los debates parlamentarios. La razón de esta aparente anomalía reside en que Putin ha logrado integrar en su discurso político personal ambas tendencias. Desde una perspectiva occidental Putin puede ser considerado un extremista de izquierda y de derecha a la vez. Este es precisamente uno de los puntos que ha llevado a algunos autores a afirmar que Putin es fascista, pues el fascismo, en su forma originaria, la de Mussolini y Hitler, integra discursos de izquierda y de derecha. No por casualidad el partido de Hitler se llamó nacional- «socialismo». El putinismo de izquierda toma del discurso de Putin el antiamericanismo derivado del antioccidentalismo.
Putin, según esta línea, debe ser apoyado pues constituye un obstáculo para las pretensiones de los EE UU. Interesante es constatar que esa versión de «izquierda» es más popular en América Latina que en Europa. Explicable por el hecho de que en América Latina las llamadas izquierdas no vivieron en toda su intensidad las consecuencias del derrumbe del comunismo como en Europa. Así fue posible que elementos de la ideología estalinista, en los países europeos cuestionados por las propias izquierdas democráticas, permanecieron en América Latina congelados. El mismo concepto, «imperialismo norteamericano», al que recurren de modo monótono, fue una invención «teórica» de Stalin, quien rompió en ese punto con Lenin.
Como es sabido, la teoría del imperialismo de Lenin tiene como base las teorías del británico Hobson y del austriaco Hilferding, sobre todo de este último, quien entendió al imperialismo como una fase en el desarrollo del capitalismo y no como atributo de una determinada nación. Stalin mantuvo fidelidad a esa teoría y solo se atrevió a postular a EE UU como nación imperialista a partir de 1948, cuando Truman, a instancias de Churchill, decidió frenar el avance de la URSS en Europa. Desde ese entonces las izquierdas latinoamericanas repiten el disco rayado de Stalin sin darse cuenta de donde proviene.
Poststalinistas de la catadura de los Castro, Chávez, después Maduro, Morales y Ortega, han elaborado su retórica en contra del «imperialismo norteamericano», algo que cuidan de hacer las izquierdas extremas de Europa, como son las que representan Podemos en España y los socialistas de Melenchon en Francia. Tanto Maduro, Morales y Ortega ven en Putin un enemigo del «imperio y en consecuencias debe ser apoyado si invade a Ucrania. Solo el presidente Boric de Chile –hay que reconocerlo– al condenar la invasión rusa a Ucrania, ha sabido salir, ante sus consternados seguidores, de la trampa postestalinista latinoamericana.
En Europa en cambio, las emergentes ultraderechas han declarado por razones muy distintas su adhesión a Putin. Salvini y Le Pen son definitivamente putinistas. Lo mismo AfD en Alemania. Orban, es un quiste putinista en la UE y en la OTAN. VOX, ha ocultado en parte su adhesión al putinismo buscando una posición «imparcial» frente al agresor y al agredido. Y si Erdogan no va más lejos a favor de Putin, no es porque no comparta sus «valores», sino porque ve en Putin un rival hegemónico potencial en la región caucásica.
En todos los aspectos, las ideologías de la ultraderecha son coincidentes con la “visión de mundo” de Putin: nacionalismo extremo, personalismo, adhesión religiosa, patria orden y familia, patriarcalismo sexual, anti UE y, sobre todo, una visión compartida de Occidente como expresión de la decadencia moral, de la pornografía, de la drogadicción, del libertinaje.
En fin, las ultraderechas europeas ven en Putin a uno de los suyos. Y lo es. Es por eso que me he atrevido a escribir en otros textos que Putin es el representante máximo de una rebelión internacional de las autocracias en contra de las democracias. Naturalmente, esta, ni ninguna, puede ser considerada como la explicación única de la invasión.
El monocausalismo no existe en la realidad, ni en la cuántica ni en la política. Pero negar los hechos de que todas las naciones que apoyan a Putin son antidemocráticas y que todas las naciones que apoyan a Ucrania –con la excepción de la democracia formal de Turquía– son democráticas, es dar las espaldas a la realidad. Ese enfrentamiento, percibido con justeza por Biden, tiene, para usar la expresión de Freud, un carácter sobredeterminante en todos los conflictos que se presentan en esta tierra. Los extremos no solo se tocan y se juntan. En el caso del putinismo se unifican.
Putinistas del mundo, uníos, solo podéis perder vuestro odio a la democracia.
Nota: este texto, levemente modificado, es parte de un ensayo titulado El Discurso de la Guerra. Fernando Mires – EL DISCURSO DE LA GUERRA (polisfmires.blogspot.com)
https://talcualdigital.com/putinismos-y-putinismos-por-fernando-mires/
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