Francisco Fernández-Carvajal 05 de enero de 2023
@hablarcondios
— Alegría de encontrar a Jesús. Adoración
en la Sagrada Eucaristía.
— Los dones de los Magos. Nuestras
ofrendas.
— Manifestación del Señor a todos los
hombres. Apostolado.
I. Mirad
que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad y el
imperio1.
Hoy
celebra la Iglesia la manifestación de Jesús al mundo entero. Epifanía
significa «manifestación»; y en los Magos están representadas las gentes de
toda lengua y nación que se ponen en camino, llamadas por Dios, para adorar a
Jesús. Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecen dones, los reyes de
Arabia y de Sabá le traerán presentes y le adorarán todos los reyes de la
tierra; todas las naciones le servirán2.
Al
salir los Magos de Jerusalén he aquí que la estrella que habían visto en
Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el
niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría3.
No se extrañan por haber sido conducidos a una aldea, ni porque la estrella se detenga ante una casita sencilla. Ellos se alegran. Se alegran con un gozo incontenible. ¡Qué grande es la alegría de estos sabios que vienen desde tan lejos para ver a un rey, y son conducidos a una casa pequeña de una aldea! ¡Cuántas enseñanzas tiene para nosotros! En primer lugar, aprenderemos que todo reencuentro con el camino que nos conduce a Jesús está lleno de alegría.
Nosotros
tenemos, quizá, el peligro de no darnos cuenta cabal de lo cerca de nuestras
vidas que está el Señor, «porque Dios se nos presenta bajo la insignificante
apariencia de un trozo de pan, porque no se revela en su gloria, porque no se
impone irresistiblemente, porque, en fin, se desliza en nuestra vida como una
sombra, en vez de hacer retumbar su poder en la cima de las cosas...
»¡Cuántas
almas a quienes oprime la duda, porque Dios no se muestra de un modo conforme
al que ellos esperan!...»4.
Muchos
de los habitantes de Belén vieron en Jesús a un niño semejante a los demás. Los
Magos supieron ver en Él al Niño al que desde entonces todos los siglos adoran.
Y su fe les valió un privilegio singular: ser los primeros entre los gentiles
en adorarle cuando el mundo le desconocía. ¡Qué alegría tan grande debieron
tener estos hombres venidos de lejos por haber podido contemplar al Mesías al
poco tiempo de haber llegado al mundo!
Nosotros
hemos de estar atentos porque el Señor se nos manifiesta también en lo habitual
de cada día. Que sepamos recuperar esa luz interior que permite romper la
monotonía de los días iguales y encontrar a Jesús en nuestra vida corriente.
Y
entrando en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y postrándose le
adoraron5.
«Nos
arrodillamos también nosotros delante de Jesús, del Dios escondido en la
humanidad: le repetimos que no queremos volver la espalda a su divina llamada,
que no nos apartaremos nunca de Él; que quitaremos de nuestro camino todo lo
que sea un estorbo para la fidelidad; que deseamos sinceramente ser dóciles a
sus inspiraciones»6.
Le
adoraron. Saben que es el Mesías, Dios hecho hombre. El Concilio de
Trento cita expresamente este pasaje de la adoración de los Magos al enseñar el
culto que se debe a Cristo en la Eucaristía. Jesús presente en el Sagrario es
el mismo a quien encontraron estos hombres sabios en brazos de María. Quizá
debamos examinar nosotros cómo le adoramos cuando está expuesto en la custodia
o escondido en el Sagrario, con qué adoración y reverencia nos arrodillamos en
los momentos indicados en la Santa Misa, o cada vez que pasamos por aquellos
lugares donde está reservado el Santísimo Sacramento.
II. Los
Magos abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra7.
Los dones más preciosos del Oriente; lo mejor, para Dios. Le ofrecen oro,
símbolo de la realeza. Nosotros los cristianos también queremos tener a Jesús
en todas las actividades humanas, para que ejerza su reino de justicia, de
santidad y de paz sobre todas las almas. También le ofrecemos «el oro fino del
espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales. No olvidemos
que son cosas buenas, que vienen de Dios. Pero el Señor ha dispuesto que los
utilicemos, sin dejar en ellos el corazón, haciéndolos rendir en provecho de la
humanidad»8.
Le
ofrecemos incienso, el perfume que, quemado cada tarde en el altar, era símbolo
de la esperanza puesta en el Mesías. Son incienso «los deseos, que suben hasta
el Señor, de llevar una vida noble, de la que se desprende el bonus
odor Christi (2 Cor 2, 15), el perfume de Cristo.
Impregnar nuestras palabras y acciones en el bonus odor, es sembrar
comprensión, amistad. Que nuestra vida acompañe las vidas de los demás hombres
para que nadie se encuentre o se sienta solo (...).
»El
buen olor del incienso es el resultado de una brasa, que quema sin ostentación
una multitud de granos; el bonus odor Christi se advierte
entre los hombres no por la llamarada de un fuego de ocasión, sino por la
eficacia de un rescoldo de virtudes: la justicia, la lealtad, la fidelidad, la
comprensión, la generosidad, la alegría»9.
Y, con
los Reyes Magos, ofrecemos también mirra, porque Dios encarnado tomará sobre sí
nuestras enfermedades y cargará con nuestros dolores. La mirra es «el
sacrificio que no debe faltar en la vida cristiana. La mirra nos trae al
recuerdo la Pasión del Señor: en la cruz le dan a beber mirra mezclada con vino
(Cfr. Mc 15, 23), y con mirra ungieron su cuerpo para la
sepultura (Cfr. Jn 19, 39). Pero no penséis que, reflexionar
sobre la necesidad del sacrificio y de la mortificación, signifique añadir una
nota de tristeza a esta fiesta alegre que celebramos hoy.
»Mortificación
no es pesimismo, ni espíritu agrio»10.
La mortificación, por el contrario, está muy relacionada con la alegría, con la
claridad, con hacer la vida agradable a los demás. La mortificación «no
consistirá de ordinario en grandes renuncias, que tampoco son frecuentes.
Estará compuesta de pequeños vencimientos: sonreír a quien nos importuna, negar
al cuerpo caprichos de bienes superfluos, acostumbrarnos a escuchar a los
demás, hacer rendir el tiempo que Dios pone a nuestra disposición... Y tantos
detalles más, insignificantes en apariencia, que surgen sin que los busquemos
–contrariedades, dificultades, sinsabores–, a lo largo de cada día»11.
Diariamente
hacemos nuestra ofrenda al Señor, porque cada día podemos tener un encuentro
con Él en la Santa Misa y en la Comunión. En la patena que el sacerdote ofrece,
podemos poner también nuestra ofrenda, hecha de cosas pequeñas, y que Jesús
aceptará. Si las hacemos con rectitud de intención, esas cosas pequeñas que
ofrecemos obtienen mucho más valor que el oro, el incienso y la mirra, pues se
unen al sacrificio de Cristo, Hijo de Dios, que allí se ofrece12.
III.
Después, obedeciendo a la voz de un ángel, los Magos regresaron a su
país por otro camino13,
nos dice el Evangelista. ¡Qué transparente han debido tener el alma estos
hombres hasta el fin de sus días por haber visto al Niño y a su Madre!
Nosotros
vemos en estos singulares personajes a miles de almas de toda la tierra que se
ponen en camino para adorar al Señor. Han pasado veinte siglos desde aquella
primera adoración y ese largo desfile del mundo gentil sigue llegando a Cristo.
Mediante
esta fiesta, la Iglesia proclama la manifestación de Jesús a todos los hombres,
de todos los tiempos, sin distinción de raza o nación. Él «instituyó la nueva
alianza en su sangre, convocando un pueblo entre los judíos y los gentiles que
se congregará en unidad... y constituirá el nuevo Pueblo de Dios»14.
La
fiesta de la Epifanía nos mueve a todos los fieles a compartir las ansias y las
fatigas de la Iglesia, que «ora y trabaja a un tiempo, para que la totalidad
del mundo se incorpore al pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del
Espíritu Santo»15.
Nosotros
podemos ser de aquellos que, estando en el mundo, en medio de las realidades
temporales hemos visto la estrella de una llamada de Dios, y llevamos esa luz
interior, consecuencia de tratar cada día a Jesús; y sentimos por eso la
necesidad de hacer que muchos indecisos o ignorantes se acerquen al Señor y purifiquen
su vida. La Epifanía es la fiesta de la fe y del apostolado de la fe.
«Participan en esta fiesta tanto quienes han llegado ya a la fe como los que se
encuentran en el camino para alcanzarla. Participan, agradeciendo el don de la
fe, al igual que los Magos, que, llenos de gratitud, se arrodillaron ante el
Niño. En esta fiesta participa la Iglesia, que cada año se hace más consciente
de la amplitud de su misión. ¡A cuántos hombres es preciso llevar todavía a la
fe! Cuántos hombres es preciso reconquistar para la fe que han perdido, siendo
a veces esto más difícil que la primera conversión a la fe. Sin embargo, la
Iglesia, consciente de aquel gran don, el don de la Encarnación de Dios, no
puede detenerse, no puede pararse jamás. Continuamente debe buscar el acceso a
Belén para todos los hombres y para todas las épocas. La Epifanía es la fiesta
del desafío de Dios»16.
La
Epifanía nos recuerda que debemos poner todos los medios para que nuestros
amigos, familiares y colegas se acerquen a Jesús: a unos será facilitarles un
libro de buena doctrina, a otros unas palabras vibrantes para que se decidan a
ponerse en camino, a aquella otra persona hablándole de la necesidad de formación
espiritual.
Al
terminar hoy nuestra oración, no pedimos a estos santos Reyes que nos den oro,
incienso y mirra; parece más natural pedirles que nos enseñen el camino que
lleva a Cristo para que cada día le llevemos nuestro oro, nuestro incienso y nuestra
mirra. Pidámosle también «a la Madre de Dios, que es nuestra Madre, que nos
prepare el camino que lleva al amor pleno: Cor Mariae dulcissimum, iter
para tutum! Su dulce corazón conoce el sendero más seguro para
encontrar a Cristo.
»Los
Reyes Magos tuvieron una estrella; nosotros tenemos a María Stella
maris, Stella orientis»17.
1 Antífona
de entrada de la Misa. —
2 Salmo
responsorial de la Misa, Sal 71. —
3 Mt 2,
10. —
4 J.
Leclerq, Siguiendo el año litúrgico, p. 100. —
5 Mt 2,
11. —
6 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 35. —
7 Mt 2,
11. —
8 San
Josemaría Escrivá, o. c., 35. —
9 Ibídem,
36. —
10 Ibídem,
37. —
11 Ibídem.
—
12 Cfr. Oración
de la Ofrenda de la Misa. —
13 Mt 2,
12. —
14 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 9. —
15 Ibídem,
17. —
16 Juan
Pablo II, Homilía 6-1-1979. —
17 San
Josemaría Escrivá, o. c., 38.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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