El libro de Carolina Acosta-Alzuru* Robando Azules (Editorial Alfa) se cocinó lentamente en el taller de escritura autobiográfica que dicta Ricardo Ramírez Requena. El libro se compone de varios relatos que quieren ser una novela. La vida familiar, siempre en altas y bajas, para cualquiera que nazca en un hogar. Los estudios que, finalmente, se convirtieron en una especialidad en medios de comunicación, sociedad y telenovelas, hasta alcanzar el doctorado. Su mudanza a Estados Unidos. La sorpresiva irrupción de un tumor en el cerebro de su marido, la incursión en Estambul, en Turquía, nueva plaza de los culebrones globales. La autopsia de la industria en Venezuela, como una víctima del chavismo. Todo esto y más están en las páginas de su libro.
A la autora le duele el país, va y viene por distintas razones. A ella que la cautiva el azul, la llama el cielo azul de Caracas, también el brazo azul del Bósforo que separa a Estambul entre Asia y Europa. Acosta-Alzuru dice que la emocionalidad de los turcos se parece mucho a la de los venezolanos. Debe ser cierto. Recuerdo que en el barrio Taksim, en uno de sus tantos locales, escuché una versión en vivió (en español, aprendido de memoria) de Caballo Viejo la canción de Simón Díaz que le dio la vuelta al mundo. Más venezolano imposible.
Escrito con soltura, el libro toma prestado de la telenovela el diálogo y las escenas, pero también la carnada que al final de cada relato (o capítulo) despierta la curiosidad y el deseo de seguir leyendo hasta el final.
En uno de sus viajes a Venezuela, a propósito de su trabajo académico, se encuentra en los estudios de Venevisión y al ver un clip sobre un escritorio, usted advierte que las inversiones en la producción de telenovelas es cosa del pasado. ¿Esa percepción inmediata de una imagen, que también se repite en otros momentos de su vida, despertó la conciencia que la llevó a tomar decisiones radicales?
Yo creo que probablemente siempre ha sido así, pero no lo había concientizado, quizás porque escribir también ayuda a que te entiendas a ti mismo, o que uno entienda cómo procesas las cosas. Lo que dices es totalmente cierto. Veo esa imagen (la del clic) y me hago la pregunta, no como una duda sino como una convicción: la telenovela venezolana se está muriendo. En otros momentos, yo entraba a Venevisión y eso era un gentío. Al menos tres novelas se estaban produciendo simultáneamente. Bajabas a los estudios y todos estaban ocupados. Pero en ese viaje, todo estaba vacío, en los estudios no se estaba haciendo nada. Había una sola telenovela y esa oficina estaba muy disminuida. Todos los que estaban allí me comentaban que había una reducción en todos lose sentidos.
¿Venezuela no era el país de las telenovelas?
Sí y me tocó hacerle la autopsia.
El país, además, donde se ensayaron nuevos formatos. Cabrujas, particularmente, rompió con el molde de “El derecho de nacer” y sus guiones —“Estefanía”, “La dueña”— estaban relacionados con episodios de nuestra historia. Una propuesta arriesgada que trajo una evolución. ¿Cómo es que, de El derecho de nacer, pasando por Cabrujas, llegamos a la autopsia?
La historia de la telenovela, realmente empieza en Cuba y los grandes escritores cubanos se dispersaron por el continente, aunque hubo uno que se quedó, Félix B. Caignet, justamente el creador de El derecho de nacer; hubo una que se fue a México, Inés Rodena; hubo otra que se fue a Brasil, Gloria Magadán y una que no emigró a nuestro país, pero hizo todo su trabajo para Venevisión, Delia Fiallo. No es casualidad que los tres grandes productores de telenovelas, por mucho tiempo, fueron México, Venezuela y Brasil. Pero ese modelo cubano, en cada uno de estos países, evolucionó o no. En el primer país que evolucionó fue en Brasil, por eso la telenovela brasileña siempre ha sido la más adelantada en ese de despegarse de todas las demás. Pero en Venezuela también evolucionó. Cabrujas, un dramaturgo con tendencia a la izquierda, con una conciencia histórica y social, y una inteligencia impresionante, empieza a escribir otro tipo de guiones, La dueña es una adaptación de El Conde de Montecristo, pero en un escenario como la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Saltemos al tema de la autopsia.
Tenemos varias evoluciones, Cabrujas es una, pero en la última etapa es Leonardo Padrón, con historias de la calle. Pero una vez que se hace la telenovela Cosita rica, donde el antagonista era una metáfora del presidente Chávez, viene la ley Resorte y ahí se empieza a asfixiar una industria. El otro golpe, mortal, fue la negativa a renovarle la concesión a RCTV. La industria se reduce a la mitad. A la otra mitad le queda como única opción sobrevivir y para conseguirlo empieza a autocensurarse. Ahí empiezas a perder la conexión con esa calle, empiezas a perder esa ventaja, empiezan a llegar telenovelas de afuera. Además, la producción televisiva decae en todo el continente por un tema económico. La industria se apaga hasta el punto en que ya no se hacen telenovelas.
¿Cuándo decide emigrar a Estados Unidos?
En 1993. Yo me fui a estudiar después del caracazo y de los dos golpes de Estado. Me fui a hacer un master con tres niños y un esposo. En lo que llegué allá, los profesores me empezaron a decir que yo debía hacer un doctorado. El país está cambiando y cuando me gradúo, Venezuela ya está marcada por el chavismo. Mi esposo tenía un tumor en el cerebro y yo tenía un doctorado. Entonces, nos quedamos.
Detrás de la cara de Carlota Sosa, por ejemplo, no solo hay una industria muy poderosa, sino una reflexión intelectual, el hecho de que usted hiciera de la telenovela, llegado el caso, su objeto de Estudio. Es mucho lo que hay detrás de una cara bonita.
La telenovela estigmatiza todo. ¿Quién va a estudiar la telenovela, si ella es el peor callejón de la cultura popular? ¿Cómo un académico se va a meter en el callejón más sucio y más oscuro de la cultura popular? Pero resulta que en ese callejón hay una cantidad de claves sobre tres hilos que se entrelazan todo el tiempo. Esos hilos son: medios de comunicación, cultura y sociedad. Puedes tomar la telenovela como puedes tomar…
…el béisbol, que también está en su libro.
Exacto. Además, lo amo. Yo empecé a estudiar una sola telenovela, pero me di cuenta de que el tema era inmenso, una industria mundial, en Venezuela es (era) una industria importantísima y los académicos no la estudiaban, justamente, porque lo estigmatiza todo: al actor que trabaja en ella, al guionista que la crea y a quienes la estudiamos también. Las telenovelas y todos los melodramas seriados, son un tema de estudio muy complejo, porque es inmenso, agotador y no termina, siempre se está renovando. En estos 25 años de carrera académica he visto a colegas que la abandonan después de cinco o diez años, pero yo la sigo.
¿No fue la intuición la que la llevó a obtener un doctorado?
Había algo allí que era importante de estudiar. Yo lo sabía. En el momento en que Venezuela se polariza mucho y también se activa políticamente, yo vine al país y le dije a mucha gente de la industria: esto hay que incluirlo, una telenovela que tenga marchas, que tenga esto y me dieron respuestas totalmente diferentes. Unos me decían: ¿estás loca?, la telenovela es para evadir, para distraer. Pero Leonardo Padrón me dijo: yo estoy escribiendo una telenovela donde el antagonista es una metáfora de Chávez. Me metí de cabeza a estudiar el tema. Vine al país en cuatro ocasiones. De esa experiencia escribí mi primer libro. Yo sabía que estaba montada sobre un tesoro académico y lo que me preocupaba era que no diera la talla, porque era el país y la telenovela en paralelo, aunque a veces se tocaban. Yo sabía que era un tesoro.
Hay esa intuición de las cosas que van luego a desarrollarse, eso está en su vida personal, en su vida académica, en la percepción que tiene de la política, incluso en su condición de mujer. Pero a la vez hay miedo e inseguridad y el deseo de aferrarse al yo sé que puedo. ¿Qué puede decir de esa dualidad?
Durante mi infancia había cosas que yo presencié, cosas que mi mamá hacía y yo pensaba: ¡Qué chévere cuando pueda hacer esto! Pero así mismo, había otras cosas que yo no quería para mí. Entendí que había una desventaja inmensa entre mi papá y mi mamá. Y mi pregunta era: ¿Por qué el mundo era tan ancho para él y tan angosto para ella? Aunque era una familia feliz, un matrimonio bien avenido. Pero esa desventaja, desde muy pequeña, nunca me cuadró. Todo eso lo vine a entender, en un contexto en el que yo era una mujer con hijos, que estudiaba una maestría y tenía un esposo. Sí, ese era un tema en mi vida. Sufría de inseguridades, porque hay una pulsión natural, que me lleva a entender que una mujer debe tener igualdad de derechos, igualdad de oportunidades y un largo etcétera, pero en la realidad, y desde mi infancia, entendí que eso se me negaba en conversaciones. Yo me casé muy joven. Entonces era: ¿Tú vas a seguir estudiando? Pero si ya te casaste. Como madre he procurado que mis hijos vean un panorama abierto para todo.
El mundo de las telenovelas es cruel y despiadado. En ese mundo, usted es un ejemplo de la supervivencia del más apto. Siendo así me cuesta entender por qué abraza la causa del feminismo.
Una vez que pronuncias la palabra feminismo y cuando los lectores la lean, quizás se van a detener ahí. Es una palabra incomprendida para muchas personas. Las mujeres seguimos estando en desventaja, no sólo en Venezuela, sino en muchos países, incluso, en Estados Unidos. La percepción, por ejemplo, de las canas en un hombre y en una mujer es muy diferente. Todavía, hoy en día, cuando a una mujer la violan hay quien pregunta. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo estaba vestida? Y cuando una mujer sobresale profesionalmente, su papel de madre se pone bajo sospecha. Seguimos en desventaja, Hugo. Esto no es un complot, es una cosa más compleja. ¿Tienes más hombres entrevistados que mujeres? A veces, no te das cuenta.
La escucho y recuerdo que, en las líneas de su libro, usted se declara contraria a cualquier ismo. Pero sigue una causa, tiene un ismo. ¿Mintió en su libro más reciente?
Si tengo un ismo, es el feminismo. Eso es verdad. Lo que ocurre es que a mí no me gustan los ismos como el racismo. No me gusta cuando veo que la gente asume la realidad a través de un solo factor. Los venezolanos, por ejemplo, tienden a ver la realidad política a través de un solo factor, que es izquierda versus derecha. Pero tú tienes otros ejes: autoritarismo versus democracia, por ejemplo. Entonces, cuando la gente tiende a mirar por un solo eje se tiende ir al ismo. Puede ser que tenga un ismo, que sería el feminismo. Estoy muy pendiente de mi rol, jugando entre hombres y mujeres, aunque mi propia perspectiva, de que las mujeres seguimos en desventaja, me puede torcer la mirada.
Después está la recurrencia del país, de la tragedia y el fracaso que hemos vivido como sociedad. ¿Cómo le ha golpeado, y como le golpea esa realidad?
Me golpea todo el tiempo. Sí, es un fracaso. Y lo que más me golpea es que usualmente veo que algunas de las causas del fracaso se mantienen. Yo no soy politólogo, ni economista, hay cosas que no puedo manejar con propiedad, pero lo que sí advierto son cosas en nuestra manera de ser culturalmente, que no permiten que terminemos de analizar, en términos culturales, el fracaso. O sea, el mesianismo en este país se mantiene. Nosotros ungimos y crucificamos, una y otra vez, y no terminamos de ver la pintura completa. Eso me preocupa. Nos analizamos en ese factor (izquierda versus derecha) y perdemos el contexto. Eligieron a tal presidente en tal país, del cual no conocemos nada, pero dentro de ese factor nos ubicamos para decir: este tipo es bueno o es malo. Simplificamos, simplificamos, y no terminamos de analizar en profundidad. Entonces, ponemos etiquetas, cuando la vida son puros grises. Más de lo que diga el presidente Maduro o los líderes del chavismo, me preocupa lo que podamos decir nosotros mismos.
“Yo no quiero analizar eso, no me importa el fracaso, no me eches a perder el día”, esa es la actitud, muy propia de nuestra cultura política.
No hay una conciencia del fracaso, porque somos muy malos asumiendo responsabilidades. Hace años, Mikel de Viana me dijo: los venezolanos tendemos a ser eternamente adolescentes. A mí no se me olvida esa frase, porque a veces lo siento así. Veo la avenida Francisco de Miranda sola, a las siete de la noche, ¿Qué? la gente se fue, la gente no tiene plata, me dicen, pero al mismo tiempo veo muchísima cirugía plástica, muchísima estética. A mí ese contraste de Venezuela siempre me ha impactado.
Nos cuesta decir que somos frívolos.
Somos muy frívolos. Y me duele decirlo, porque como académica, yo sé el poder que tienen las generalizaciones, sus peligros e injusticias. Pero sí, hay una frivolidad, una superficialidad. A mí me pega muchísimo, probablemente por el feminismo. Pero siempre ha sido así. Yo no encajo bien ahí.
Hay que poner de relieve la inconformidad, el malestar, frente a la frivolidad de los venezolanos. ¿No es esa una de las razones que explican el fracaso?
Eso está estrechamente vinculado a esa negación del fracaso, a no asumir nuestra cuota de responsabilidad, al hecho, por ejemplo, de crear y vivir en una burbuja, en la que puedo hacer esto y aquello, pero todas las burbujas se rompen, eventualmente, todas. Nos cuesta, porque amamos a Venezuela. Yo amo a mi país. Me voy y regreso todo el tiempo. No me despego. Yo vivo ahí. El desarraigo es una daga en el costado. Andas con esa daga y te duele. Yo creo que esa incapacidad de asumir la frivolidad tiene que ver con esa idea de que Venezuela es el mejor país del mundo. Te llega un video por wasap del Salto Ángel, obviamente trucado, porque se ve diez veces más ancho de lo que en realidad y es: ¡Wao, somos el mejor país del mundo! Si partimos de esa base, los autoritarios van a hacer fiesta con nosotros.
Hay dos capítulos en su libro que, a mí juicio, se complementan: El Camino de Santiago y el cáncer en el cerebro de su esposo. Dos hechos dolorosos y quejumbrosos para usted.
Mucho. El Camino, sobre todo.
Lo que me llamó la atención de ese recorrido es que en ese momento usted se reconcilió, aunque no sé si es la palabra, con su espiritualidad.
Absolutamente, en ambos casos. Hablamos mucho de la enfermedad, pero con el tumor de Guillermo, yo aprendí que los cuidadores éramos un grupo que nos sentíamos muy solos. Me conecté con mi espiritualidad, como dices, pero al mismo tiempo tuve que ser muy ejecutiva, digamos, en la toma de decisiones, todo eso en medio de una soledad inmensa. Me ocupaba de los niños, pero cuando iba al baño no había caja de Kleenex que pudiera conmigo y en ese llorar, llorar y llorar como que agarraba fuerzas para seguir de pie. Me resultó muy difícil escribir ese capítulo porque el enfermo fue Guillermo, no era yo. No podía ser el capítulo de la heroína Carolina, que el esposo se le enfermó. Me parece terrible eso. No sabía cómo, pero sabía que tenía que escribirlo. El camino, en cambio, fue mi idea: ¡Vamos a hacerlo! A los dos días caí enferma, las rodillas adoloridas, no sé cuántas ampollas, la fascia en el pie izquierdo. Guillermo, perfecto. La enferma era yo. Es ahí cuando me conecto con mi espiritualidad.
¿En qué sentido?
Mi Camino de Santiago es el comienzo a entender que mi espiritualidad no tiene que estar amarrada a una institución religiosa, a la religión organizada. Es un camino muy difícil para una persona que nace católica, de padres cursillistas, que fue a colegio de monjas, que se casó con un estudiante del San Ignacio, que su familia es hiper católica, pero ahí es cuando empiezo a entender mi malestar con la Iglesia Católica. Que eso no me hace menos creyente. Yo creo en Dios. Y soy muy de la Virgen María. Pero después de la pandemia dejé de ir a misa.
¿Cómo influyó la telenovela en la escritura de su libro?
Muchísimo. Fue un choque, porque cuando me separo de la escritura académica, hay diálogos y hay escenas, lo que es típico de una telenovela. He leído muchos guiones en toda mi investigación y creo que eso me marcó.
Tienes la oportunidad de dictar un curso en la universidad de Estambul, en Turquía, donde la industria de la telenovela ha desplazado a América Latina. El Bósforo se convirtió en uno de los personajes de tu libro.
Ese es mi azul.
¿Fue un reacomodo? ¿Una reactivación vital?
Pasaron varias cosas. La pulsión académica es la inicial, obviamente. Alguien tenía que estudiar las telenovelas turcas, que están por todos lados. ¿Qué hay detrás del boom de esa industria? Yo me lancé, como quien se lanza a un pozo de agua después de caminar por el llano caluroso, sin saber si el agua está envenenada o hay un animal peligroso que te puede devorar. Descubrir que la cultura de los turcos es muy parecida a la de los venezolanos me hizo sentir cómoda. Pensé que iba a un lugar extraño, exótico, pero cuando caminaba para ir a la universidad, me sentía como en Colinas de Bello Monte otra vez. A mí Turquía me enseñó que podía entender su cultura, aunque no entendiera su idioma. Pero también que Turquía con (el presidente Recep Tayyip) Erdogan es un permanente deja vu con Venezuela. Lo que él hace hoy, ya lo vivimos acá. Pero los turcos, a pesar de los parecidos que puedas encontrar o asociar, son mucho más resilientes que nosotros. Ellos evolucionan conforme a los cambios políticos. Quizás porque fueron un imperio, una sociedad milenaria.
Otra cosa que pone de relieve es el tema de la emocionalidad. Tanto los turcos como los venezolanos dejan ver sus emociones. Sufren con los personajes, se emocionan con la trama. Viven otras vidas.
Una telenovela es un largo despecho, entre el primero y el último capítulo. Igual ocurre con los turcos, hay un largo despecho. Ojo, te lo estoy simplificando. ¿Cómo nos despechamos los venezolanos, los latinoamericanos en general? Si nos rompen el corazón, no buscamos otra cosa. Nos quedarnos en ese dolor. Lo procesamos oyendo música melodramática, tenemos géneros para eso: la ranchera, el bolero, el tango y el alcohol. Aquí es el ron, en México es el tequila, en Brasil, la cachaca y en Turquía, el raki. Es la misma escena.
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*Licenciada en Ciencias de la Computación y la Información, Georgia Institute of Technology (Estados Unidos). Ph.D. en Comunicación Social. Profesora en el Grady College of Journalism and Mass Commuication de la Universidad de Georgia. Su labor docente y de investigación ha resultado premiada en varias oportunidades. Es autora de los libros: Venezuela es una telenovela (2007). La incandescencia de las cosas. Conversaciones con Leonardo Padrón (2013) y Telenovela adentro (2015). Sus crónicas se han publicado en diversos sitios web, entre otros, Prodavinci.
https://prodavinci.com/carolina-acosta-alzuru-el-desarraigo-es-una-daga-en-el-costado/
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