Opus Dei 01 de octubre de 2022
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Comentario del 27.º domingo del Tiempo
ordinario (Ciclo C).
Evangelio
(Lc 17,5-10)
Los
apóstoles le dijeron al Señor:
—
Auméntanos la fe.
Respondió
el Señor:
— Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: arráncate y
plántate en el mar, y os obedecería.
Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: “Entra enseguida y siéntate a la mesa”? Por el contrario, ¿no le dirá más bien: “Prepárame la cena y disponte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú”? ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”.
En
este pasaje del evangelio se distinguen claramente dos partes. En la primera,
Jesús habla de la fuerza eficaz que tiene la fe. En la segunda, ilustra con un
ejemplo el hecho de que la fe, si es verdadera, ha de manifestarse en una
actitud de servicio desinteresado.
Las
palabras de Jesús acerca de la fe en la primera parte, son análogas a las
recordadas por Mateo y Marcos en sus evangelios. Allí se dice que quien tenga
fe podrá decir a un monte: “arráncate y échate al mar”, y la montaña le
obedecería (cf. Mt 21,21 y Mc 11,22-24). Aquí se expresa, de modo muy gráfico,
que bastaría una fe “como un grano de mostaza”, una semilla pequeñísima, de
apenas un milímetro de diámetro, para decirle a una morera: “arráncate y
plántate en el mar”, y que obedeciese. La morera es un árbol grande, con raíces
poderosas y extendidas, muy difícil de arrancar, y, además, imposible de
hacerlo crecer en el agua. El ejemplo de la morera, firmemente sostenida con
fuertes raíces, está muy en consonancia con el modo en que Jesús comienza su
respuesta: “Si tuvierais fe…”. La palabra “fe”, en hebreo ’emunah, tiene
la misma raíz que el verbo “creer” (he’emin) que también significa
“estar bien afianzado”, “tener fortaleza”. Lo que Jesús quiere expresar está
bastante claro: la fe proporciona un apoyo sólido que permite afrontar retos
impensables, tareas grandiosas, humanamente imposibles. A quien tiene fe, esto
es, al que se apoya confiadamente en Dios, no hay nada que se le resista, por
eso dirá Jesús en otra ocasión que “todo es posible para el que cree” (Mc
9,23).
Un
requisito básico de la fe que proporciona fortaleza con el apoyo de Dios es la
humildad, que implica el reconocimiento de la propia debilidad. Dios es el
protagonista de la historia de la salvación y nos invita a colaborar en ella
como buenos servidores suyos: de eso habla la segunda parte de este pasaje
evangélico. A quien sirve desinteresadamente a los demás por amor a Dios, “le
aliviará saber –dice Benedicto XVI- que, en definitiva, él no es más que un
instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que
mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo.
Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al
Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos
nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas”[1].
El
ejemplo que propone Jesús en la segunda parte de este pasaje del evangelio, en
un texto propio de Lucas, enseña que fe y servicio no se pueden separar, sino
que están íntimamente unidos. Un servicio intenso y sacrificado, como el de
aquel servidor que trabajó toda la jornada y al regresar a casa, cansado y
hambriento, todavía se puso a preparar la cena a su amo, sin quejarse y sin
pensar que hacía nada extraordinario. El ejemplo que propone Jesús es muy
exigente. En nuestro tiempo, uno podría pensar que aquel hombre necesitaría de
los buenos consejos de un abogado laboralista sobre cómo reivindicar sus
derechos frente a un patrón así. Pero ese servicio total que reclama Jesús es
el mismo que él realizó: “el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10,45). La fe hace milagros,
pero cuando se manifiesta en hechos de servicio, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Por tanto, no estamos llamados a servir para tener una recompensa, sino para
imitar a Dios, que se hizo siervo por amor nuestro.
San
Josemaría, consciente de que una fe que se manifieste en obras de servicio es
un don sobrenatural que sólo Dios puede infundir e intensificar en el alma,
manifestaba en una ocasión: “Todos los días, no una vez sino muchas (...), le
diré algo que le pedían los Apóstoles (...): adáuge nobis fidem! (Lc
17, 5), auméntanos la fe. Y añado: spem, caritátem; auméntanos
la fe, la esperanza y la caridad”[2].
[1] Benedicto XVI,
Encíclica Deus caritas est, n. 35.
[2] San
Josemaría, Notas de una reunión familiar, 7-IV-1974. Citado
por Javier Echevarría, Carta 29 de septiembre de 2012, n. 12.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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