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viernes, 16 de marzo de 2012

Flash mobs


Por Vladimiro Mujica, 15/03/2012

Junto al inmenso poder que todavía tiene el chavismo extremista, se ha ido instalando el miedo a perderlo

Un sector pretende imponerse con la violencia. Otro surge para conducir al país a un mejor destino


Varios de mis amigos han tenido el buen gesto de enviarme el vínculo en Internet de un hermoso y conmovedor video en Youtube que presenta a un grupo de la Coral de la UCAB sorprendiendo al público en el Centro Comercial Plaza Las Américas con una interpretación del Alma Llanera. La modalidad de intervención de la coral, fue lo que en inglés se ha dado por denominar un flash mob, una de esas nuevas palabras compuestas que alteran por completo el significado de las palabras integrantes. La traducción de mob es turba, y frecuentemente designa un grupo de gente que se reúne con aviesas intenciones. Por otro lado, flash designa a algo que ocurre repentinamente.

De acuerdo a Wikipedia, alrededor de 2003 el término flash mob comenzó a ser empleado para referirse a un grupo de gente que se congrega repentinamente en un lugar público, para realizar por un tiempo breve un acto inusual y aparentemente sin sentido, para luego dispersarse. Estas congregaciones súbitas han sido empleadas desde entonces con propósitos de entretenimiento, sátira, expresión artística y, frecuentemente, como propaganda comercial y política.

En un país tan ayuno de buenas noticias como Venezuela, se entiende perfectamente el mini-furor que la intervención de la coral ha despertado, y la misma ha renovado nuevas exclamaciones de que Venezuela es el mejor país del mundo, porque aún con todo lo que ocurre somos capaces de actos de creación tan hermosos. Yo me cuento entre quienes piensan que Venezuela no es el mejor país del mundo y que, en rigor, ningún país tiene el derecho a atribuirse esa condición. La mentalidad de creernos el mejor país del mundo no nos hace bien, porque nos impide ver nuestros propios errores como sociedad y, al hacerlo, frena su corrección. Yo prefiero pensar que tenemos todas las condiciones para ser un gran país, incluida su gente, pero que todavía no hemos encontrado el modo de lograrlo.

Pienso en el conflicto inmenso que late en las entrañas de Venezuela cuando veo otra turba, esta vez no un alegre y creativo flash mob, que asalta a una manifestación política de apoyo a Henrique Capriles Radonski en la zona caraqueña de Cotiza. Esta vez las imágenes no son agradables y presentan a un grupo de venezolanos agrediendo a otros venezolanos. Los agresores están inspirados, prácticamente convocados como luego se dejó entender en las declaraciones de altos personeros del gobierno, en las enseñanzas de quienes gobiernan a Venezuela. La agresión estuvo justificada por un peregrino y letal argumento para la democracia, según el cual la oposición no tiene derecho a perturbar con su mensaje la paz revolucionaria que reina en las zonas donde mandan los chavistas. De acuerdo a esta retorcida mentalidad son los agredidos los responsables de la agresión.

TURBAS DIVINAS La historia frecuentemente nos enseña que cada acto nuevo termina por ser una conversación con el pasado. Las bandas armadas que atacaron en Cotiza tienen antecedentes muy claros en las denominadas “turbas divinas” que se originaron en la Nicaragua del sandinismo de los años ochenta, y que terminaron por propagarse a varios países centroamericanos, con distinto signo político pero con un solo afán totalitario. El cinismo de usar el término turbas divinas para referirse a las bandas de asalto del régimen sandinista estuvo bien calculado como elemento propagandístico, porque se trataba de dar la impresión de que era el pueblo el que indignado atacaba a los contrarrevolucionarios. El mismo expediente se usó y se usa en Cuba.

Cuando se pretende dar la impresión de que atacar a sus enemigos es una reacción espontánea y natural del pueblo no se recurre a los aparatos de represión uniformados, sino a bandas armadas de individuos presuntamente anónimos.

En otras latitudes, el mismo procedimiento fue empleado por los nazis en Alemania y los fascistas en Italia. Nuevamente, el denominador común de estos atropellos no es el color político, sino la voluntad de imponerle el miedo a la gente y el empuje inescrupuloso de mantenerse en el poder a toda costa de regímenes totalitarios de diversa factura.

El contraste entre el flash mob de Plaza Las Américas y la turba de Cotiza no puede ser más marcado. En la misma sociedad co-existen grupos y organizaciones, gente, que se disputan el derecho a existir en sus propios términos. Esta lucha se dirimirá primariamente en el terreno político pero en un sentido más profundo se resuelve en el alma de la gente. Después de 13 años de intentarlo por todos los medios el chavismo ha perdido la batalla por el corazón y el alma de los venezolanos. Cierto es, y es importante reconocerlo, que el comandante cuenta todavía con un número sustancial de seguidores. Pero la suya es una fuerza en mengua, una que cada vez más es necesario imponer por la violencia y la represión. Pretender proteger a los suyos de la exposición a las inconvenientes ideas que presuntamente representa Capriles Radonski es una señal suprema de debilidad. Se saben tan vulnerables a la crítica por el fracaso de una gestión de gobierno que lo ha tenido todo y no ha hecho nada, que no se pueden aventurar a una discusión abierta.

Poder tiene todavía, y mucho, el chavismo extremista.

Pero junto con todo ese poder se ha ido instalando el miedo a perderlo y la incertidumbre sobre su destino. La combinación del bálsamo de la reconciliación con mostrarles la convicción y la decisión que existe en las fuerzas democráticas de hacer respetar una victoria popular en octubre no es sencilla y exige mucha sabiduría del liderazgo opositor. Mientras tanto, el combate entre las dos Venezuelas, la que pretende imponerse con la violencia y el miedo y la otra que lentamente está surgiendo para conducir al país a un mejor destino seguirá dándose ante los ojos de nuestra generación.


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