Escrito por Colette Capriles en opiniónynoticias.com Jueves, 15 de Marzo de 2012
En abril de 2010 Chávez, atendiendo
al atolondrado Evo Morales entonces de visita en un "centro ganadero
socialista" de algún recóndito llano barinense, declaró (aparentemente en
respuesta a unos alterados estalinistas suyos) que Twitter no era capitalista
("no es capitalista ni socialista, depende del uso") aunque luego
recordó vagamente alguna lección althusseriana y añadió, incongruentemente, que
la "tecnología no es neutra" (queriendo seguramente significar que
hay que usarla con fines políticos). No estaba tan lejos el momento en que
Twitter tendría el inesperado valor de ser la ventana de una fe de vida, o
relato minimalista de una presencia dudosa.
La gramática de los nuevos
"medios" (si es que llamarlos así no es en realidad fingir una
continuidad donde no la hay) es mucho menos transparente que la de los
antiguos, y el mundo cultural en el que florecen es también demasiado distinto.
Pero su valoración es lo más extraño: los "medios masivos de
difusión", como gustaban llamar los críticos a los viejos medios, se
presumían tóxicos de antemano; los de hoy se presumen libertarios por
nacimiento. Una nueva moralidad (radicalmente antinietzscheana) le otorga a la
opinión masiva (o a lo que pasa por tal) una especie de "poder
inocente": un fondo infinito de buenas intenciones y dosis blindadas de
"verdad" pura y dura. Malas son la TV, la radio, la vieja prensa (que
son medios difusores, supuestamente, y difusores de ilusiones), mientras que
los nuevos medios, en virtud de su capacidad agregadora, serían exactamente lo
contrario: funcionarían como filtros de lo bueno.
Este ha sido un régimen imaginario,
que ha llevado a un paroxismo la necesidad de sustituir la experiencia por el
relato y que ha recurrido a todos los medios y todas las tácticas posibles; con
ello, paradójicamente, no hace sino trasladar las más viejas formas de dominio
a una gramática moderna, porque si hay algo característico de las autocracias
desde la más remota antigüedad, es precisamente su estrategia espectacular.
Desde el sátrapa persa hasta la divinización del inca, la pompa versallesca y
los actos de masas en Nüremberg, el dispositivo es el mismo y los medios
diversos.
Pero los medios masivos
tradicionales ya han probado los límites de su eficacia en este caso, porque la
famosa política de la hegemonía no alcanza a ocupar todo el espacio
comunicacional requerido. Es interesante ver la evolución transcurrida: la
propaganda oficial comenzó, en aquellos tiempos iniciales de la "política
de calle", hasta 2002, por concentrarse en el movimiento de masas, en la
forma primitiva de la representación de la fuerza que es la sumatoria de
cuerpos.
Era la época de las marchas y
tarimas. Luego comenzó la Edad Media comunicacional: la puesta en obra de una
inmensa red de repetidoras de la Voz Oficial, tonante, dominical y luego
omnipresente, pero con la debilidad intrínseca de haber generado un star-system
unipersonal y, por lo tanto, la saturación debida a una oralidad desenfrenada;
ahora, "fané y descangayada" la estrella, Twitter viene a servir a la
desmaterialización y a una ficción de poder ubicuo e inocente.
Mientras escribo esto se ventila un
escándalo 2.0 en el encuentro South X Southwest, en Austin, Texas, una especie
de feria para intercambio de innovaciones en la que la empresa BBH Labs
contrató a indigentes como "puntos de Internet" (es decir, como
portadores de un punto de conexión 4G, y siguiendo el modelo de los periódicos
gratis que muchos venden a boca de metro) para servir a los asistentes,
conservando las propinas que estos quisieran dejar.
Hay escándalo, dije, pero aún no se
sabe bien qué es lo que resulta escandaloso. Supongo que se trata de que en el
mundo digital es de mal gusto la indigencia. Como es de mal gusto la dictadura.
Pero ahí están...
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