Padre Luis
Ugalde, 08/03/2012
Europa lucía exitosa luego de
derrotar los totalitarismos (nazismo y comunismo) y lograr una sociedad segura,
democrática y con bienestar compartido solidariamente. Parecía que en adelante
sólo podía haber avances. Ahora hay naufragio y exigen tirar por la borda el
bienestar para que el barco se salve, mientras los fantasmas del desempleo y
endeudamiento toman cuerpo en millones de familias. Se creía que la economía
era para la sociedad y no ésta para la economía, pero las megacorporaciones
financieras dicen, sin decirlo, que primero es la prosperidad de ellas, y
exigen la entrega del poder político y el bienestar social, con la promesa
incierta de un bienestar futuro. Lógicamente, hay indignados y
protestatarios, al igual que políticos y sindicalistas que no quisieran
rendirse.
Europa, que se creía unida y
solidaria, ahora aparece como una yuxtaposición y suma de egoísmos: la cultura
que respiran esas sociedades es individualista, hedonista y utilitaria, pues
mientras nacionalmente se construían instituciones solidarias y contributivas
(40 % de los ingresos para presupuestos solidarios) se alimentaban corazones
individualistas, que desmantelaban en los individuos el sentido de una
antropología y espiritualidad solidarias necesarias para producir el bien
común.
Con la crisis se desatan otros
demonios como el miedo, la inseguridad, la xenofobia y el autoritarismo, como
revela el crecido apoyo a Marine Le Pen y el Frente Nacional en Francia. En crisis
y sin solidaridad, se levantan las barricadas entre sectores sociales, entre
los nacionales y los emigrantes y estos se encierran en sus guetos físicos y
espirituales. Crece el malestar entre impuestos y recortes para salvar las
mega-corporaciones financieras con la promesa de que mañana los más exitosos
podrán beber en su mercado.
El fundamentalismo ultraliberal
pide libertad económica sin límite, que en definitiva es poder sin límite y
negación del bien común visto como enemigo del éxito individual. Los gérmenes
fundamentalistas siempre están ahí y se nutren de verdades parciales; se
desatan cuando lo parcial se absolutiza, y asesinan cuando se sienten con poder
para dividir la raza humana entre ellos, únicos poseedores de la verdad, frente
a enemigos infrahumanos, los “otros”. Ahí termina la posibilidad de ser
“nosotros” con el “otro”, se dinamitan las bases de la democracia y vienen el
fascismo o el estalinismo. Por eso en USA el Tea Party confunde un
programa solidario de salud con el plan quinquenal de Stalin, ve en Obama un
peligroso musulmán y comunista y en las decenas de miles de inmigrantes una
amenaza contra la superioridad de la moral anglosajona.
Se quiera o no, la política
solidaria requiere antropología, espiritualidad y conciencia. El individualismo
no permite descubrir que en las civilizaciones no hay “yo” sin “nosotros” y que
la realización de los otros es necesaria para el éxito personal y viceversa. En
siglos pasados se impuso la ideología de que unos nacen para servir a la
realización de otros, como pedestales anónimos de héroes encumbrados. Hoy
las megacorporaciones exigen sacrificios sociales y todo el poder estatal para
sus finanzas, cuando en verdad los impuestos y las instituciones solidarias del
Estado sólo son aceptables si sirven para el bien común de todos y éste para la
realización de cada uno. Tras los fundamentalismos - el ultraliberal y el
colectivista-, hay dos graves errores antropológicos y espirituales, pues el
individuo es, al mismo tiempo egoísta y solidario. Con esos dos hilos hay que
tejer la sociedad. El “yo” que se realiza en “nosotros” no acepta su anulación
en el Estado, ni en el poder económico ilimitado de entes financieros. Las
libertades solidarias son conciencias que se afirman mutuamente.
En Venezuela estamos
en una encrucijada grave: cómo sumar y multiplicar fuerzas para la prosperidad
del conjunto, cómo combinar los distintos factores y sectores para producir y
distribuir solidariamente, y cómo crear instituciones palancas que lleven al
encuentro de libertades solidarias. Libertad solidaria no determinada por una
ley física, sino lograda por conciencia, voluntad e instituciones, de manera
que cuanto más “nosotros” haya más “yo” y viceversa.
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