Por Olga Ramos, 28/03/2014
¡Y
no, y no, y no me da la gana, una dictadura igualita a la cubana!
Cuando vi la cara eufórico-arrecha de la señora que me gritaba esa
consigna como respuesta a mi planteamiento, entendí que estaba perdiendo el
tiempo”
Hoy tenía una cita con mi tocaya OlgaK (@olgak26)
en los Palos Grandes. Como hacemos desde que nos conocimos, hace tanto tiempo
como el que tiene este gobierno en el poder, nos citamos para conversar e
intercambiar impresiones sobre lo que está sucediendo. La amistad de OlgaK es
una de las grandes adquisiciones que debo a esta etapa política de Venezuela.
Camino a la cita, llegando al
distribuidor Altamira, saqué mi celular, a riesgo de un robo o una multa, para
fotografiar una cantidad impresionante de vehículos oficiales, identificados
como “Unidades de Patrullaje Inteligente” que estaban estacionados en la zona
del módulo en el distribuidor y en la esquina del Banco del Libro, subiendo
hacia Altamira. Un poco más adelante, en la cola que estaba armada antes de
llegar a la Plaza Francia, las monté directamente en twitter. (Fueron 3 tuits,
aunque sólo dos llegaron a salir, y los podrán ver, con fotos, en mi TL@olgaramos)
Estando estacionada en la cola,
se me acercó un muchacho a entregarme un volante sobre la protesta que estaba
adelante. Bajé el vidrio y me fijé, en la distancia, que una camionetica por
puesto que tenía rato viendo, parada en la Francisco de Miranda, aún no había
cruzado la protesta, por lo que le comenté al muchacho, que entendía la
protesta, pero que era importante pensar en esa gente que iba en la camionetica
que, seguramente, mucha de ella se había levantado a las 4 de la mañana para
llegar a su trabajo y garantizar la comida de sus hijos ese día, y que a esa
hora iba de regreso a su casa, cansada, quizá sin comer bien, parada en esa
camionetica con fatiga y que así no les iba a llegar el mensaje que querían
comunicar con motivo de su protesta y mucho menos iban a poder ganárselos para
la lucha. El chico, muy amablemente, me dijo que entendía, pero que los
muchachos que estaban en la intersección estaban haciendo un embudo y decidían
cuando pasaba la gente.
El chico siguió haciendo sus
entregas y yo seguí estacionada en mi cola.
En eso pasaron dos chamos que
parecían estudiantes. Los llamé y les pregunté que si estaban en la protesta.
Como me dijeron que sí, comencé a comentarles lo mismo que a su compañero,
utilizando de ejemplo la misma camionetica que aún no se había movido. Estos
dos me miraron con cara de “¿qué le pasará a la vieja esta?” y cuando insistí
en que era importante lograr la empatía con la gente, uno de ellos señaló la
trompa de mi carro, vi que el carro de adelante se había movido un metro y
me dijo, en tono de burla, “fíjese, Usted está trancando el tránsito, muévase”,
se dio media vuelta, chocó los 5 con su amigo y ambos se fueron riendo calle
abajo, en dirección a la Torre Británica.
Adelanté un metro, al rato
apareció otra chica y un poco más atrás había otro muchacho haciendo lo mismo,
repartiendo el mismo volante a los carros, cuando ella se acercó a mi ventana,
adivinen lo que hice: le expliqué de nuevo la importancia de generar empatía
con el que piensa diferente, les comenté, ya a ambos, porque el otro muchacho
también se acercó, que pensaba que muchos de los que no estaban en la lucha no
eran precisamente indiferentes y que había que buscar formas más creativas e
inteligentes de llegarles. Les propuse que, en lugar de hacer el embudo
trancando el paso, que podrían dejar un canal abierto para que pasaran más rápido
todos, en especial las camioneticas, autobuses y metrobuses y que ellos podrían
irse a 5 cuadras de la plaza, montarse en las unidades de transporte, repartir
directamente en las unidades los volantes a las personas y conversar un poco
con ellos, para generar acercamiento y bajarse cuando llegaran a la plaza para
mantener su punto de protesta. La chica me dijo que era usuaria de las
camioneticas y que entendía como se podían sentir esas personas, por lo que le
dijo a su compañero que le parecía razonable mi lógica y se fue a la esquina a
hablar con otros muchachos.
Como no tenía otra cosa que
hacer, mientras estaba en la cola, me puse a hablar con estudiante, joven y
manifestante que tuviera cerca, hasta que finalmente llegué a la intersección.
Allí, como me quedé en la mitad sin poder avanzar, comencé a conversar con tres
personas de las que estaban en la calle. A ellos les comenté la importancia de
la empatía, les dije lo mismo que a los anteriores, pero esta vez no corrí con
tanta suerte y los señores, esta vez no eran muchachos, comenzaron a
increparme. Les expliqué que tenía muchos años en ésto y que a mi no tenían que
convencerme de la importancia de la protesta, pero ellos seguían subiendo el
tono y terminamos discutiendo a todo volumen. Uno de los manifestantes
argumentaba que si la gente que iba en las camioneticas se paraba a trabajar a
las 4 am, y estaba agotada a esa hora, que él se había parado a manifestar a
las 5 am. Confieso que aún no entiendo la lógica de su argumento.
En medio de la acalorada
discusión, unas mujeres comenzaron a corear, con cara de arrechera y
mirándome: ¡Y no, y no, y no me da la gana, una dictadura igualita a la
cubana! Como dije al principio de este escrito, cuando les vi la cara, entendí
que estaba perdiendo mi tiempo, no era esa la manera, ni el lugar de llegarles,
por lo que me monté en el carro para irme. Esperando que se abriera el paso,
ellos seguían gritando y me chocó un motorizado, que siguió como si nada.
Obviamente, me bajé molesta a ver lo que le había pasado a mi carrito y en
ese momento, un grupo de estudiantes se acercó y pedí conversar con ellos de
nuevo.
A pesar de que entre ellos
seguía el Sr que argumentaba que él estaba ahí desde las 5 am y, en ese momento
me dijo que si ya sabe que hay protesta, “no suba a esta hora por aquí”; en
esta última conversación dos cosas marcaron la diferencia: la primera de ellas,
fue la actitud de uno de los estudiantes que mostró estar abierto a escuchar y
me dijo que entendía mi punto de vista, que ellos estaban haciendo las cosas
como creían correcto, pero que obviamente que cometían errores, y que estaban
trabajando para mejorar. Él, como los muchachos de antes, los estudiantes
(salvo los dos resabiados burlones), tenía una actitud respetuosa de las
diferencias y la disposición a conversar con argumentos. A él, como a los
otros, agradezco muchísimo su actitud.
La otra cosa que marcó la
diferencia y que fue la que realmente calmó a los que seguían cayéndome a
gritos para tratar de “convencerme” no sé exactamente de qué, fue que una
señora de las que estaba en la manifestación, se acercó y me preguntó: ¿Usted
es la de educación, verdad? y yo le dije que sí, a lo que ella se volteó al
grupo y les dijo, ella es la de educación, y algo así como que ella es de los
nuestros y le ha echado muchas bolas. Agradezco muchísimo también a esa señora,
por su amabilidad, pero me preocupó notablemente que no fueron los argumentos
ni la actitud abierta del estudiante lo que calmó a los eufórico-arrechos. Si
no llego a ser “la de educación”, sino cualquier otra persona, los
argumentos no hubiesen valido de nada para el resto de los manifestantes y esa
persona hubiese tenido que marcharse con los gritos a cuestas y callarse ante
la arbitrariedad de los exaltados.
Al llegar a la Plaza de los
Palos Grandes, le comenté lo sucedido a mi tocaya y también le narré como el
día que se paró el metro por un daño en un riel y tuvieron que prestar el
servicio mediante autobuses de PDV y metrobuses, pasó algo similar; aunque esa
noche sólo discutí con una amiga que insistía que era suficiente con lo poco
que los dejaban pasar, porque, para ella, el gesto era que los dejaran pasar de
vez en cuando.
Le comentaba a mi tocaya
que conversé sobre ello con algunos de los presentes, y que me había
puesto en el lugar de los que venían parados en las unidades de transporte para
tratar de imaginar lo que podían haber sentido al ver a un pocotón de
manifestantes detener el tráfico, pensando en lo cada vez más riesgoso que
podría ser atrasar la hora de llegada a su zona y el trayecto entre la estación
del metro a su casa, que para muchos de ellos, llegar a pie a sus casas, a
partir de cierta hora, literalmente, pone en riesgo sus vidas.
Pensé además, en cómo se
sentirían rodeados por un grupo grande de manifestantes que les gritaban
consignas y me imaginé que me pasara algo similar pero en medio de una
manifestación del oficialismo, que sabiéndome opositora o suponiéndome
“indiferente”, trataran de convencerme a pleno grito, de que debía pensar como
ellos y bajarme del bus para unirme a su lucha.
Pensé en que una “invitación”
eufórica y a gritos, probablemente podría producir miedo en cualquiera y en el
mejor de los casos, rechazo.
Hoy, experimenté en carne
propia, lo que puede sentirse recibiendo ese tratamiento, pero identificándome
como opositora en una manifestación en la que un grupito estaba ganado por ese
tenor. No puedo imaginar el temor que pueden sentir los no alineados, los
desconfiados, los indiferentes y los oficialistas, experimentando como tales,
una situación similar.
Esa noche fue muy reveladora.
Tuve también otra imagen que me dejó preocupada, sobre todo porque no era
la primera vez que la tenía, aunque esta vez identifiqué algo con lo que poder
ilustrarla.
A esa hora, era ya de noche y
había mucha gente en la Plaza Francia.
Había una clase de medicina,
espectacular, no sólo por el tipo de protesta, sino por el excelente profesor
que la daba; había grupos haciendo oración y recordando con respeto a los
asesinados durante los largos días de protestas; había gente mirando y había
gente manifestando.
La mayoría de los manifestantes
estaban congregados en la esquina sureste de la plaza. En ese nutridísimo
grupo, me llamó poderosamente la atención la cantidad de personas que estaban
con pancartas sólo mostrándoselas a los otros que también estaban mostrando sus
pancartas, en algunos casos, los más desafortunados, se las mostraban solamente
a las espaldas de las personas que estaban delante de ellos protestando, con o
sin pancartas.
Muchos de los manifestantes
gritaban consignas, algunos lo hacían eufóricos. Mientras estuve allí, vi con
mucho interés cómo había manifestantes que se acercaban a los autobuses y les
pintaban SOS Venezuela, entre otras cosas, en las ventanas, debo confesar que
se veían especialmente simpáticos los autobuses de PDV con esas pintas.
Tomé una foto de un metrobus
luciendo un SOS Venezuela en su parabrisas y la subí a twitter con la leyenda
“interesante…”.
Pero como les comenté hace
poco, me preocupaba la cantidad de gente parada en los autobuses que estaban
atrapados en un tráfico detenido por una protesta.
Pensaba en ellos y también en
los eufóricos -los eufóricos-arrechos y los simplemente eufóricos-, pensaba en
el encuentro de esas dos realidades y lo que podían estar sintiendo los que
pensaban diferente atrapados en un autobús, rodeados de gente gritando
consignas a esa hora de la noche, y, por alguna razón, me acordé de los
trabajadores de los peajes de las autopistas -cuando existían peajes, se
cobraba por transitar y el cobro se mediaba con la entrega de una tarjeta
(seguramente muy pocas personas recuerdan los peajes y las tarjetas).
La imagen que me asaltó desde
mis recuerdos, fue la de una de las tantas largas y lentas colas que se
formaban en el peaje de salida de Caracas o el de llegada a Valencia, en la que
los trabajadores salían de la caseta y comenzaban a abanicar frenéticamente la
tarjeta que tenían en la mano, como si con ese sencillo acto, contribuyeran a
aligerar y progresivamente eliminar la cola, mientras para cualquier espectador
atrapado en la cola sin poder moverse, o avanzando muy lentamente en su carro,
se trataba sólo de una imagen inexplicable, una persona blandiendo una tarjeta
al viento, derrochando energía inútilmente, drenando adrenalina para sentirse
que podía contribuir efectivamente con su trabajo. (Para quiénes no recuerden
esa época, basta con que piensen en un fiscal de tránsito, agitando su mano y
sonando su pito, en medio de una tranca…)
Y fue justamente esa imagen la
que le comentaba a mi tocaya que me impresionó más de aquella noche y que la he
visto repetidas veces a lo largo de estas protestas, la imagen de gente que en
lugar de enfocar sus energías en acciones creativas, que puedan generar
empatía, que tengan un objetivo claro, derrochan sus energías drenando su
rabia, su indignación por lo que todos los días sucede y su impotencia ante un
gobierno que cada vez hace más derroches de abuso de poder.
Y está bien drenar de vez en
cuando, porque somos seres humanos y es sano drenar, pero hay formas y lugares
para drenar y la protesta no puede convertirse en uno permanente para ello.
Quiero llamar la atención sobre
ésto, porque es importante que se entienda que hay una diferencia abismal entre
enfocar la energía en la protesta, pacífica, constructiva, generadora de
una salida viable para Venezuela y enfocarse en drenar la rabia y la
indignación, corriendo entre otras, el riesgo de echar para atrás a gritos, lo
que otros construyen con mucho esfuerzo, que es generar ese espacio de empatía
con el que piensa diferente o con el que coincide con nosotros en los motivos,
pero no comparte nuestra lucha o nuestra forma de protesta; y también porque
tenemos que entender que la lucha es por la democracia, no en contra del que
muchos denominan “indiferente”, o de aquel que, por la razón que sea, no nos
acompaña en la calle. Tenemos que entender que a todos ellos, nos los tenemos
que ganar con perseverancia e inteligencia.
Inteligencia como la que, por
ejemplo, se desplegó ayer en la Plaza Brión de Chacaito, con la actividad
promovida por los estudiantes y denominada:
“El
que va ganando no tranca la mesa”
“Gritarle al otro “despierta”, “reacciona”, “indiferente”, en
lugar de sumar, resta.
Generar empatía, construir un
espacio de lucha común y superar la tendencia al “drenando ando”, de cada uno
de nosotros depende.
Una nota al margen, no tan al margen:
Como dirigente estudiantil que
fui en mis tiempos universitarios, creo en los jóvenes de los liceos y de las
universidades, creo en su capacidad organizativa, en su capacidad para analizar
política y estratégicamente las luchas y trazar rutas creativas, acertadas y
empáticas. Creo que son interlocutores válidos y valiosos para cualquier dirigente
político de trayectoria, así se lo he hecho saber a algunos amigos que se me
han acercado a plantearme la necesidad de “hablar con los muchachos” para
“orientarlos”.
Porque creo en ello, cuando
converso o discuto con alguno de ellos, los valoro como actores políticos que
son y me dirijo a ellos de tú a tú, como pares, como ciudadanos que son, en
ejercicio legítimo y valioso de sus derechos políticos y ciudadanos. Espero lo
mismo de ellos y de cualquier ciudadano.
Con ellos, como con cualquiera
de nuestros representantes electos, o los diversos líderes políticos que hoy
tenemos, soy exigente, porque creo en un liderazgo político serio y diferente.
Creo que todos tenemos la
responsabilidad y el deber de hacerlo, de tratarlos como líderes y ciudadanos
que son, de plantarnos a su lado, de tú a tú, de discutir sobre lo que está
sucediendo y la forma que están tomando las acciones de calle, todas, las que
nos parecen creativas y las que consideramos pueden convertirse en un
error; tenemos la responsabilidad y el deber de hacerles saber que
hay muchas muestras de madurez, creatividad e irreverencia en sus acciones
de calle, pero también que aún deben discutir más para consolidar la unidad de
sus grupos, porque en estos días se aprecian algunas obvias divergencias.
Tenemos la responsabilidad y el deber de debatir con ellos y
construir juntos la lógica y el tenor de esta lucha.
Y tenemos la responsabilidad y el deber de exigirles a ellos, al
liderazgo social y al político partidista, que se sienten juntos a debatir y a
construir una salida política viable para Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico