Eduardo Fuenmayor Por Prodavinci 20 de Marzo, 2014
El jueves 20 de marzo Gustavo Dudamel visitó Montreal
junto a la Orquesta Filarmónica de los Ángeles, de la cual es director titular. La
Presse ya
había anunciado que no concedería entrevistas durante su estadía en la ciudad,
lo cual no es de extrañar. Este último mes, la luz de los reflectores se ha
visto opacada por el descontento de exiliados venezolanos que se reúnen para
reclamarle a este prodigio de la música por su silencio cómplice con los abusos
del chavismo y por haberse prestado para dirigir una serie de conciertos que se
realizaron en Venezuela en medio de la brutal represión que el gobierno del
presidente Nicolás Maduro ha ejercido contra las protests opositoras. A ojos de
la oposición, el Titánic de la revolución bolivariana se hunde y Dudamel le
pone música. “Este último mes no ha sido fácil”, confesó al periodista Michael
Cooper en entrevista para la serieTime Talks del New York Times, el pasado 15 de marzo.
Precisamente en esa entrevista Dudamel hace mención a un
punto que ha pasado totalmente inadvertido: dijo estar convencido de que
“vivimos en el mejor de los mundos posibles” y que se identificaba con el
filósofo Pangloss, personaje creado por Voltaire en su novela filosófica Cándido, o el optimista para ridiculizar al matemático y
filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz, quien a finales del siglo XVII
defendió la idea de que, puesto que no existe efecto sin causa, el mundo en el
que vivimos no puede ser sino el mejor de los mundos posibles.
“Cuando estaba leyendo el Cándido de
Voltaire,” dijo Dudamel, “me sentí conectado con Pangloss, este filósofo que
piensa que estamos viviendo en el mejor de los mundos posibles. Y yo creo eso,
porque esta es nuestra vida, estamos viviendo este mundo y tenemos que sentir
todos los elementos de la vida: sufrimiento, felicidad, todo este tipo de
elementos humanos que necesitamos. Y yo creo que este momento hará a mi país
crecer y ser mejor”.
Esta
curiosa, más bien desafinada conexión que Dudamel dice sentir con Pangloss se
presta para múltiples interpretaciones. Pero comencemos por recordar quién es
Pangloss.
Pangloss aparece a primera vista como una especie de
filósofo hippie, un idealista cuyas buenas intenciones lo mantienen
desconectado de su realidad más inmediata y brutal. Pero pronto descubrimos que
es uno más de los tantos aduladores del barón de Westfalia, a quien todos
llaman “Monseñor” y le ríen las gracias. Cambiemos Monseñor por Comandante y
Westfalia por Venezuela y la simbología se tornará mucho más actual.
Pero
la lógica panglossiana pasa de idealista a teneborsa cuando el filósofo
defiende que los males del mundo, incluso aquellos creados por los humanos como
las guerras, son “indispensables” y que “las desgracias particulares
contribuyen al bien general, de manera que a más desgracias particulares mejor
va todo”. No es difícil observar que la puesta en práctica de un razonamiento
similar en el ámbito político resultó siendo la base de los tantos regímenes
fascistas que marcaron el siglo XX y que su aplicación en Venezuela durante
quince largos años de chavismo ha llevado al país al borde de la ruina y la
guerra fratricida.
Al
final del libro, Pangloss aparecerá como lo que en verdad es: un cínico o, en
el mejor de los casos, un alma mediocre empecinada en morir equivocada. Así,
luego vivir las mil y un tragedias, Cándido le pregunta a su maestro: “¡Y bien,
mi querido Pangloss! (…) ¿seguís pensando que todo está perfectamente en el
mundo aun cuando hayáis sido ahorcado, disecado, molido a golpes y hayáis
remado en galera?” Pangloss acaba por confesar que “siempre había sufrido
muchísimo, pero que, como una vez había defendido que todo estaba perfecto,
seguía defendiéndolo aun sin creérselo”.
¿Qué
es entonces lo que tanto admira Gustavo Dudamel de este oscuro personaje?
¿Sugiere con esta alusión que la Venezuela del chavismo es el mejor de los
mundos posibles?
“Estos
son tiempos difíciles”, contesta incómodo Dudamel la pregunta que le hace
Michael Cooper sobre las protestas en Venezuela. “Yo creo en el derecho de la
gente a protestar porque esos son derechos. Y creo que lo importante en este
momento es sentarse y pensar. Hay dos formas de reaccionar: por instinto o por
la razón. Yo amo pensar, porque de alguna forma es lo que hago.”
“Pero
si algo puedo decir es que necesitamos sentarnos y respetar: respetar lo que el
otro piensa porque al final eso es la democracia”, continúa. “Venezuela es un
país muy joven. Si miras la historia de Venezuela, estos últimos doscientos
años, es una historia corta. Es una historia en evolución, pero miro y todavía
veo a Venezuela como una bella adolescente que está tratando de encontrar su
forma de vivir”. Ciertamente, a ojos de un revolucionario, la revolución
siempre es joven.
Dudamel
se incomoda aún más cuando el periodista lo presiona preguntándole, palabras
más o menos, cuán subjetiva es la razón cuando la violencia se ejerce más de un
lado (el del gobierno) que de otro (los manifestantes). “¿Quién tiene la
razón?”, contesta Dudamel. “La razón es muy subjetiva… Lo que quiero decir,
honestamente, es que yo condeno firmemente la violencia, completamente, venga
de donde venga, porque con violencia no llegaremos a ningún punto… Es un tiempo
para mi país para la reflexión, para el diálogo muy sincero, respetuoso…”
Dudamel
afirma que ha pasado un mes reflexionando, pensando. Debemos interpretar
entonces que esas reflexiones han gravitado en torno a la idea de que vivimos
en el mejor de los mundos posibles y que Pangloss es un modelo a seguir. Y yo
no dudo de que esa sea la realidad particular de Dudamel: un talentoso joven
venezolano de orígenes humildes que muy temprano en la vida alcanza fama y
fortuna mundial. Pero es imposible escuchar hablar de la Venezuela actual como
el mejor de los mundos posibles sin indignarse o cuando menos reírse
amargamente. ¿Le dirá Dudamel a las familias de los casi 200 mil venezolanos
asesinados por la delincuencia en estos quince años de gobierno chavista que su
pérdida, aunque irreparable, ocurrió en el mejor de los mundos posibles? A las
miles de empresas expropiadas y hoy totalmente quebradas; a los dieciséis mil
empleados de PDVSA despedidos ilegalmente por ir a huelga y a los otros miles
despedidos y perseguidos por firmar en el referendo revocatorio contra Chávez
en el 2004; a la mitad del país que en las pasadas elecciones presidenciales
votó a favor de Henrique Capriles; al país asediado por una inflación oficial
de 56% y la escasez de productos básicos como la leche y el papel tualé; a los
presos políticos y los estudiantes que hoy se encuentran en la calle
protestando porque el chavismo les robó su futuro, o como dicen ellos, les
quitó tanto que les quitó hasta el miedo; a todos ellos, ¿les dirá Dudamel que,
aunque no puedan verlo, en realidad viven en el mejor de los mundos posibles?
Casi
al final, Dudamel ilustra su idea de unión y convivencia: “Cuando toco en mi
país tenemos en la audiencia gente que piensa diferente, completamente
diferente. Tienen diferentes posiciones sociales, pueden ser pobres, tener
dinero, pueden ser de religiones diferentes… Pero cuando estamos tocando, ellos
están unidos y no piensan en eso. El Sistema es un símbolo de unión”.
El Sistema es símbolo de unión, sugiere Dudamel, porque
mientras la orquesta toca, la audiencia calla y se olvida de sus diferencias.
El problema, maestro, es que el único régimen en el que se dialoga en silencio
es la dictadura. Las diferencias no son para callarlas ni para esconderlas,
sino para expresarlas, debatirlas y consensuarlas. El respeto consiste en
reconocer el pensamiento disidente, aunque no se lo comparta, un principio que
el mismo Voltaire defendió enérgicamente aun al verse amenazado y perseguido
por la Inquisición tras la publicación del Cándido. Tiendo a
creer, maestro, que la razón no es tan subjetiva cuando se tiene una bota en el
rostro, un fusil en el ano o una bala en la cabeza, mucho menos cuando la
Asamblea Nacional de un país conforma una Comisión de la Verdad sin miembros de la oposición y el
gobierno llama a sus “enemigos” a dialogar… insultándolos.
Me gustaría saber cómo les explicará Dudamel a los casi
1600 jóvenes detenidos en el último mes por protestar contra el gobierno de
Nicolás Maduro que los perdigonazos sufridos a quemarropa, las torturas
recibidas y las vacunas de hasta diez mil dólares que militares y policías les
cobran para liberarlos son el mejor de los mundos posibles. O si se atrevería
siquiera a defender una idea semejante frente a Marivinia Jiménez, golpeada salvajemente por una militar y luego
acusada ella misma, la víctima, de cinco delitos, entre ellos “agresión a tres funcionarios
públicos”. Eso, por no mencionar a las familias de los más de treinta
venezolanos y venezolanas asesinados en este mes de protestas.
¿De
qué sirve, en suma, querer “salvar” al Sistema de las garras destructivas del
chavismo si, como dice Gabriela Montero, para entonces ya no nos quedará país?
En
la cárcel, Cándido se preguntaba, con ironía: “Si este es el mejor de los
mundos posibles, ¿cómo serán los otros?”
El
mundo es un lugar muy desafinado, maestro. En sus manos está usar su enorme
talento para crear armonía… o contribuir con el caos.
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