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viernes, 21 de marzo de 2014

EL ODIO ESTRATÉGICO



Américo Martín 13 de marzo de 2014
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin 

Se cruzan en la ciudad de Verona dos grupos de alegres miembros de la servidumbre de los ricos y muy respetados señores Capuleto (padre de la inocente Julieta) y Montesco (padre del agraciado Romeo). El odio entre las dos familias es furioso y de origen desconocido. Ya se olvidó lo que pudo haberlo motivado, pero con el tiempo se ha incrementado. El caso es que se detestan. Algún incidente que nadie recuerda desataría el rencor entre un Capuleto y un Montesco, que fue proyectándose a ambas parentelas y luego también a sus vastas servidumbres.

Uno de ellos le hace a los rivales una “higa”. “Higa” sería la señal de la paloma con los dedos de la mano, y mejor que no: fue como arrojar carbones encendidos en gasolina derramada. Los dos grupos se van a las manos. El combate es de una violencia incomprensible.

La diferencia entre esa obra de Shakespeare y el odio que reina en Venezuela es que el nuestro tiene un origen claro y perfectamente desentrañable, mientras que el que causó la muerte de Romeo y Julieta, dos maravillosos jóvenes veroneses, no se sabe de dónde pueda venir.

Hugo Chávez, padre y fundador del odio que envenena el alma de sus seguidores, se encargó de explicar por qué predicó una pasión tan negativa y apocalíptica. Para justificar la violación sistemática de la Constitución y su aspiración de gobernar para siempre y mediante los más agresivos métodos, hizo ver a los suyos que encabezaba una revolución proyectada a la Máxima Felicidad, sobre todo para los más pobres. Ese maravilloso destino estaba siendo saboteado por siniestros personajes al servicio del imperio, el fascismo, la ultraderecha. Acabar con ellos era indispensable para que el nuevo Mesías pudiera llevarnos a todos al Cielo en la tierra.

Cambió la Historia para adaptarla a sus intereses personales, acabó con la libertad de expresión y de medios, arremetió contra la educación en todos sus niveles, contra la descentralización del país, contra trabajadores, empresarios y demás productores independientes y cada vez más contra la libertad y la vida de quienes calificó como fascistas y agentes del imperio. Es justo decir, que en orden a vidas sacrificadas, encarcelamiento de disidentes y despliegue de bandas paramilitares deseosas de aplastar manifestaciones justificadas y absolutamente legales, Maduro, el sucesor, lo está superando.

Chávez a su modo tuvo éxito. Nadie puede regatearle su carisma y voluntad de quebrar resistencias. Por eso el resultado se despliega a la vista. El cerco totalitario contra los venezolanos se está estrechando, vidas inocentes están siendo segadas por perros rabiosos armados e impunes, atronando motocicletas. 

Pero lo que no podía prever el autor de este plan fue la capacidad de resistencia del país, sobre todo de sus jóvenes ¡y no únicamente de ellos! El totalitarismo nunca podrá cerrarse por completo si se le opone una firme y masiva resistencia, basada en la ley y en principios  como el de la paz, la aspiración de convivencia y la justicia. Es el drama que estamos viviendo en la atormentada Venezuela de nuestros días.

Como otras quimeras de las que de tanto en tanto le caen a la desdichada Humanidad, la de Chávez ha arruinado al país en la forma más insólita. Las cifras son escandalosas. Estamos entre los tres últimos en crecimiento del continente, junto a Haití. Primero imbatible en inflación, primero en recesión, primero en homicidios, primero en tamaño de la deuda, primero en corrupción, entre los primeros en violencia. Y lo más escandaloso es que ha recibido por años el ingreso fiscal y de divisas más alto de Latinoamérica.

Estructuralmente el esquema chavista-madurista no soporta el diálogo. La división es para el gobierno una necesidad de sobrevivencia. El diálogo es una trampa. A menos que….

A menos que se trate de una trampa montada por ellos mismos. Porque si la inviabilidad del país se hace insuperable, como en efecto ha ocurrido, si por fuerza comprenden que no pueden enfrentar el desastre que han creado, contra la voluntad expresa de medio país, entonces una forma de dialogar con todas las ventajas y privilegios a favor sería no hacerlo pero pareciendo que lo hacen.

¿Es el diálogo que promueve Maduro una trampa? ¿O es acaso una necesidad que se les impone?

Creo que la verdad está repartida entre las dos preguntas. El diálogo se les impone y al mismo tiempo, como buenos falsarios, tratan de ir a él de la manera más deshonesta. Y cuando se les pide prendas de sinceridad como la libertad de los presos, el desarme de los colectivos, el cese de la represión y del lenguaje escarnecedor, salta el inocente Maduro a proclamar, solemne, con la mano en el pecho y aire de duque ofendido que a un Presidente de la República no se le ponen condiciones. ¿Y quién dijo eso? ¿De dónde salió esa regla?

Llámelas como quiera pero son evidentes. Dialogar en medio de asaltos a urbanizaciones y barrios, entrando en hogares con el puñal en la mano, disparando plomo cerrado y gas del bueno no es honesto, no es serio, no se puede hacer. Sé que algunos de buena fe –los de mala no merecen que se les mencione- sostienen que con todo hay que dialogar procurando ampliar rendijas, pero no veo la necesidad de semejante sacrificio. Porque  no dudo que en la otra acera se impondrá en algún momento la conveniencia de un diálogo sincero y entre iguales.

Sea que descubran la futilidad de las trampas o que aparezcan nuevos interlocutores.

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