Fernando Mires 20 de marzo de 2014
Puede que no sea solo interés por más
petróleo. Puede que tampoco Maduro les inspire simpatía. Puede que si algunos
gobiernos no lo condenan e incluso lo defiendan en OEA, CELAC, UNASUR, no solo
es para evitar problemas con las respectivas “izquierdas” en sus países.
Puede, quiero decir, que efectivamente
se trate de una posición formal. O como expresó Michelle Bachelet, “no nos
parece adecuado que pueda haber acciones violentas buscando desestabilizar a un
gobierno democráticamente elegido”. Parece que ese último es el argumento más
fuerte pues explica por qué el gobierno de Venezuela puede cometer atrocidades
sin merecer objeción de los organismos internacionales. Se trata de un régimen
democráticamente elegido. Y en las relaciones internacionales lo que cuenta no
es la legitimidad de ejercicio sino la de origen.
En cierto modo los gobiernos
latinoamericanos, al apoyar a Maduro, lo hacen en defensa propia. Cualquier día
podría ocurrir lo mismo en sus países. Condenar a Maduro significaría sentar un
caso precedente el que, en cualquier momento, como un boomerang, podría
volverse en contra de ellos.
En sentido notarial hasta Insulza
tiene cierta razón: La OEA no puede proceder en contra de un gobierno elegido.
Luego, desde un punto de vista formal –y en las relaciones internacionales no
hay otro- los gobiernos latinoamericanos actuarían correctamente.
Lo que no han podido o querido
advertir dichos gobiernos es, sin embargo, algo muy distinto; a saber: las
principales reivindicaciones del movimiento encabezado por los estudiantes
venezolanos no exigen la salida inmediata del gobierno sino el fin de un
sistema de dominación política que precede y determina a ese gobierno.
La diferencia entre gobierno y sistema
no es ejercicio académico. Por el contrario, eso significa que el fin de un
gobierno no lleva al fin del sistema del mismo modo como la salida biológica de
Chávez solo llevó a la prolongación del sistema chavista de dominación. La
salida de Maduro podría incluso contribuir, bajo determinadas condiciones, al
fortalecimiento (militar) de un sistema de dominación del cual Maduro es solo
una parte; y no la más importante.
Afortunadamente el movimiento estudiantil
venezolano corrigió sobre la marcha los objetivos inmediatistas de su
convocatoria inicial. Así, las principales exigencias apuntan hoy no a “la
salida” del gobierno, sino a la liberación de los presos políticos, a la
eliminación de las bandas para-militares, a la independencia de los poderes
públicos, a una mayor libertad de opinión, reunión y prensa. Todas, exigencias dirigidas, más
que a un gobierno en sí, en contra de la lógica del sistema chavista. Conviene
precisar más este punto.
Del sistema de dominación imperante en
Venezuela las elecciones son por cierto un pilar. Pero no el único.
Conjuntamente al electoral, el régimen se sustenta sobre otros, a saber: la
identificación absoluta entre gobierno y estado, la formación de un partido
estatal (PSUV), la eliminación de los derechos civiles de la oposición, la
inhabilitación del parlamento, la estatización de los sindicatos, la creación
de organismos estatales de control (Concejos Comunales), la conversión del
aparato judicial en un brazo del partido estatal, la monopolización de la
prensa escrita y televisiva, y no por último, la militarización de la política
a través de una Junta Cívica Militar, organismo anti-constitucional desde donde
emanan resoluciones de gobierno.
Sí: tiene razón Bachelet cuando afirma
que no es adecuado pedir la salida de gobiernos elegidos. Pero ¿no es adecuado
pedir la separación del gobierno de un sistema de dominación
anticonstitucional? Ese es precisamente el punto que no pueden ni quieren
entender Bachelet, Rousseff o Mujica.
Los estudiantes venezolanos están
pidiendo la democratización del gobierno y eso pasa por su separación con
respecto a ese sistema de dominación que lo precede y lo determina. O para
decirlo en clave de ejemplo: quienes votaron por Maduro no lo hicieron a favor
de las bandas para-militares. Y la supresión de esas bandas, no la caída del
gobierno, es la primera exigencia del movimiento estudiantil y popular.
No ha habido ningún líder venezolano,
ni estudiantil ni político, que se haya pronunciado en contra de las
elecciones. Tampoco nadie lo ha hecho a favor de una salida violenta. Y la
única persona que constantemente ha hablado de golpe militar en Venezuela, ha
sido Nicolás Maduro.
Vamos a suponer incluso que todas las
elecciones venezolanas han sido democráticas. Que nunca hubo control de la
propaganda, ni intimidación en los puestos públicos; ni acarreos de votantes en
autobuses estatales; que las bandas para-militares no asomaban en los centros
electorales; que no fueron creados circuitos electorales artificiales para que
la oposición, aún con el 52% de los votos, apareciera como perdedora en la
Asamblea Nacional. Vamos a suponer eso, y mucho más. Bachelet: ¿son esas,
razones para hacer vista gorda frente a la represión a los estudiantes
venezolanos cuando ellos reclaman por derechos tanto o más legítimos que los de
los estudiantes chilenos durante Piñera?
Los estudiantes y el pueblo que los
sigue no tienen en Venezuela derecho a justicia imparcial, son presas de grupos
armados, el parlamento ha sido inhabilitado, no cuentan con un solo canal de
televisión, sus líderes son encarcelados sin proceso ¿Qué otra alternativa les
queda sino protestar en las calles?
La democratización del gobierno pasa
en Venezuela por la desmilitarización de la política. Militarización que no
solo opera en el discurso violento de Cabello/Maduro. Además, el venezolano es
un ejército segmentado. La GNB, que teóricamente debería pertenecer a las FAN,
está directamente vinculada al Partido- Estado. El tercer segmento, el más
anticonstitucional y peligroso, son las bandas para- militares (“portadoras del
amor” según el lenguaje orwelliano de Maduro). Con la supresión de esas bandas
debería comenzar un verdadero dialogo político. Un dialogo sin pistola al pecho
que conducirá a la separación del gobierno respecto a un sistema de dominación
más militar que político.
Si esa separación tendrá lugar con
Maduro o sin Maduro es problema interno del chavismo; pero no es el de los
estudiantes. Ese, reiteramos, es el punto que no han podido ni querido entender
Bachelet, Rousseff, Mujica y otros demócratas del continente.
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