Humberto García Larralde Domingo, 30 de marzo de 2014
La
gestión de Hugo Chávez encajó bastante fielmente con los cánones del fascismo
clásico: evocó mitos épicos (la epopeya independista) para legitimar sus ansias
de poder; deliberadamente tergiversó la realidad para “justificar” estos
designios; controló a los medios para proyectar una visión maniquea en la que
“revolucionarios” se enfrentaban a poderosos enemigos de la Patria.
Tanto externos como internos; concibió
a la política como una guerra por otros medios; organizó a los suyos según
preceptos militares; desconoció los derechos de la disidencia para implantar un
verdadero apartheid político; desató la violencia para aplastar opositores; y
demolió las instituciones del Estado de Derecho liberal –entre otras cosas. No
obstante, contó con dos recursos poderosos que le ahorraron tener que recurrir
a los extremos de violencia, muerte y destrucción de sus antecesores: un
carisma indiscutible que aglutinó tras de sí a buena parte del país, y unos
ingresos petroleros jamás vistos. El reparto de la renta le hizo creer que no
importaba destruir la economía privada, pues contaría para siempre con el apoyo
popular. Como dolorosamente han descubierto los venezolanos durante el último
año, ello resultó en “pan para hoy, hambre para mañana”.
Muerto el gran embaucador y dilapidada
las arcas del Estado entre misiones dispendiosas, regalos y corruptelas, se
desnuda la naturaleza fascista del régimen en toda su ferocidad. Lo que ha
vivido el país durante el último mes y medio, con su secuela de represión
salvaje, muertes y heridos, más de mil detenidos, persecución de dirigentes
opositores y de periodistas, y la desolación desatada por bandas armadas y
Guardias Nacionales, ha sido un amargo y brusco despertar. Con una eficacia
digna de mejor encomio se ha concatenado un terrorismo de Estado contra el cual
no parece haber amparo. Y si hubiese duda de que entramos al tenebroso túnel
del totalitarismo, el régimen afianza su neolengua para encubrir crímenes e
implantar la única verdad aceptable: la suya. Los “diálogos para la paz” se
convocan insultando a opositores y conculcándoles sus derechos; los Guardias
Nacionales que golpean y matan a mujeres desarmadas son “valientes”; se
califica de “ejemplar” la conducta de las bandas paramilitares que aterrorizan
a la población; los que cometen y amparan desde el poder estos desmanes llaman
“fascistas” a los luchadores por la democracia; y, a pesar de la convulsión
social y política que sacude al país, todo está “normal”.
Pero, al igual que salió a la
superficie el rostro sanguinario y desalmado del fascismo duro, también
emergieron, de manera cada vez más resuelta, las reservas morales, democráticas
y libertarias que anidan en este noble pueblo, en particular, en su juventud. A
estas alturas está bastante claro que la represión, lejos de aplacar la
protesta, ha contribuido a afianzarla, en rechazo de estas prácticas
dictatoriales. Entonces, ¿Por qué persiste el régimen en su camino destructivo
y equivocado?
Es obvio que los que usufructúan a sus
anchas el poder tienen demasiado que perder soltándolo. Las cifras oficiales
del BCV permiten calcular que, durante los últimos quince años, pasaron por las
manos de los que administran el Estado más de USA $1,3 billones (millones de
millones), un promedio anual de casi $90 millardos, cifra varias veces superior
a la de cualquier gobierno pasado. Más allá, la demolición de los contrapesos
al Presidente, la falta de transparencia y de rendición de cuentas, y el
usufructo discrecional y clientelar de estos dineros, se ha traducido en un
formidable dispositivo de expoliación que ha enriquecido mucho a unos pocos, a
la par que compró amplio apoyo político, interno y externo, para perpetuarse en
el poder. Partir con estas mieles es simplemente inaceptable para quienes
carecen notoriamente de méritos para justificarlas.
Sin embargo, aún más grave es la
terrible descomposición moral y de valores que se ha producido en el ejercicio
del poder. Las triquiñuelas en la OEA para evitar que María Corina hablara, la
mentira descarada y repetida para enrostrarle a otros sus propias culpas –v.g.
la estupidez de la guerra económica como coartada a su desastrosa conducción de
lo económico-, la deshumanización y el desprecio por la vida de los demás
puesta de manifiesto en los episodios de represión recientes, la depravación
revelada en los testimonios de estudiantes torturados, la burla desvergonzada
delas leyes por parte de un poder judicial demasiado presto a complacer al
ejecutivo en todo, el desprecio por la voluntad popular al querer despojar a
alcaldes y diputados electos, y la sustitución de toda norma legal por “el que me
da la gana” -como es el caso de la negativa del alcalde Rodríguez en permitir
que los estudiantes marchen al Distrito Libertador-, dibujan una situación de
creciente anomia, en la que se enseñorea el malandraje y la violencia de bandas
armadas protegidas por el Gobierno. Han soltado amarras con todo lo que
significa decencia, respeto, convivencia democrática porque creen que con la
barbarie se impondrán definitivamente a la protesta ciudadana.
Y en esta prolongada e intermitente
versión criolla de la noche de los cristales rotos, resalta como máximo
exponente de tanta perversión, el capitán Diosdado Cabello. Arremete con una
absurda acusación contra Teodoro Petkoff y Tal Cual, y despliega toda su
patanería para despojar “a lo macho” a María Corina Machado de su condición de
diputada, porque no soporta que personas ampliamente reconocidas por su
integridad, verticalidad y apego a principios de justicia y libertad, señalen
con su verbo valiente y certero el abismo moral en que ha caído esta
“revolución”. Como dice el dicho, “es a la sombra que prospera el crimen”. Lo
humilla el honroso historial de luchas de Teodoro y la valerosa y digna actitud
asumida por María Corina. Apelando a otro aforismo, la inquina y el
resentimiento que exudan Cabello y los suyos en contra de ambos, no son más que
“el tributo que paga el vicio a la virtud”.
De manera que hemos caído de nuevo en
la disyuntiva entre civilización y barbarie que inmortalizó hace cien años
Gallegos en Doña Bárbara. La acción política de los herederos de Chávez, como
lo muestra Cabello, adquiere ahora una dimensión visceral en la que los bajos
instintos tienen rienda suelta. En uno de sus escasas confesiones honestas,
Diosdado señaló que el “comandante eterno” era quién los “contenía”. Pero
tampoco el amado mentor sale liso de tanto desmán: se cosecha hoy sus catorce
años de invectivas y de odios contra quienes lo adversaron.
Los militares fascistas creen estar en
el país de Carujo, en el que predominan los fuertes. Toca a los venezolanos
reivindicar a Vargas y hacer que el nuestro sea “el país de los justos”.
Definitivamente son unos desquiciados, desataron la violencia en el país con las acciones llamadas "La Salida", para derrocar a Maduro y ahora se hacen las victimas. Que querían que dejaramos que incendiaran al país con sus hordas armadas de bombas molotov y armas fabricadas en sus guarimbas? Pacifiquense y acepten el socialismo y dejen de sabotear y despreciar a los pobres, antes de que sea tarde. O vivimos todos juntos como hermanos o moriremos todos juntos como idiots. M.Luther King
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