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jueves, 20 de marzo de 2014

Venezuela: el socialismo como vicio, @LuisDeSanMartin


Por Luis de San Martín, 19/03/2014

El marxismo es la sistematización de un pensamiento tan antiguo como la humanidad, ese que lleva al extremo las pulsiones igualitarias y colectivistas para la organización de la vida en sociedad. Su racionalización y proyección moderna se la debemos a ese pensador alemán que le presta su apellido – de nombre Karl-, quien fundó un movimiento que ayudó a popularizarlo entre las élites intelectuales y políticas del siglo XX; esas que sirvieron de sustento para la implantación del más largo y criminal experimento totalitario que ha padecido el mundo moderno: el comunismo o socialismo real. Tal ha sido su potente influencia, que a pesar de haberse demostrado en la realidad su inviabilidad económica, sus errores teóricos y su estafa moral, con el derrumbe del Muro de Berlín hace ya 25 años, existen un buen número de mutaciones políticas que le sobreviven, entre ellas la revolución bolivariana que fue liderada por un militar golpista de cuyo nombre no quiero acordarme y que ha marcado para peor el presente y el futuro de Venezuela.

El caudillismo militarista y luego la aparición de la renta petrolera, fueron los factores determinantes para la construcción del Estado moderno venezolano en el siglo pasado; uno que condicionado por la preexistencia de una cultura política marcada por el autoritarismo mesiánico, una población rural diezmada, enferma, analfabeta y un territorio invertebrado, inició la organización de la sociedad apoyado en la receta positivista tan popular en las primeras décadas del siglo XX. Ese Petro-Estado que se fue conformando paulatinamente en lugar de ser la representación jurídica de la nación, fue modelando a la nación como representación social del Estado. Es decir, la sociedad civil tal y como la conocemos actualmente fue organizada por el Estado y no al revés. En síntesis y a grandes rasgos, estas son las raíces políticas, económicas y sociales del estatismo en Venezuela.

Con un sedimento estatista históricamente tan marcado, no es de extrañar que el socialismo, tanto el democrático (socialdemocracia, socialcristianismo) como el revolucionario encontraran tierra fértil para prosperar. Las ideas políticas o discurso de poder en Venezuela siempre han privilegiado al Estado por sobre la sociedad (paternalismo), o bien desde la perspectiva positivista o, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, desde el prisma marxista que influenció, entre muchos otros, a esa generación de jóvenes estudiantes que irrumpieron en 1928 pidiendo el fin de la tiranía gomecista. Los aires modernizadores y las reformas democráticas de la vida política en Venezuela provinieron de líderes como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, etc. Todos gente de izquierda partidarios del consenso socialdemócrata que se impuso en el mundo Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.

La “derecha” en la Venezuela democrática, si acaso, la representaba un Rafael Caldera y su partido Copei, (socialcristianos, o lo que es lo mismo, el ala izquierda de la democracia cristiana internacional) tan partidarios del asistencialismo y el intervencionismo estatal en la economía como sus adversarios de Acción Democrática, de quienes sólo se diferenciaban por su militante fe católica. Por tanto, en Venezuela nunca ha existido una derecha liberal o conservadora crítica con el estatismo, defensora apasionada de la propiedad privada y la iniciativa individual como fuente de progreso con opciones reales de poder, porque aquí la clase política y económica han bailado siempre al ritmo del Petro-Estado que es el que paga la orquesta y pone la música y la letra.

La izquierda revolucionaria, por su parte, quedó relegada en tiempos de consenso socialdemócrata (AD-Copei) a las universidades autónomas, el “mundo de la cultura” y los medios de comunicación, desde donde prepararon el camino hacia el poder consolidando una hegemonía ideológica que transformó el término “izquierda” en fuente de todas las bondades y “derecha” en la suma de todas las perversidades. Asimismo, dicha izquierda se embarcó, como es propio de su naturaleza violenta, en una lucha armada en los 60 de la mano de la dictadura cubana y fracasó; fue perdonada e integrada en aquella joven democracia pese a sus actos de deliberada traición. Rumiando su derrota se quedaron a la espera de que otro atajo violento les abriera el camino hacia el poder; éste llegó el 1992 de la mano de una camarilla de militares que intentaron derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez y fallaron. Una derrota militar que se transformaría en poco tiempo en victoria política.
En términos estrictamente ideológicos esta larga noche autocrática y liberticida es el resultado del agotamiento del consenso socialdemócrata en Venezuela, cuyas rémoras clientelares, estatistas, corruptas e ineficientes se han visto ampliamente agravadas por la revolución bolivariana. Entonces, ante el fracaso de la izquierda democrática, las élites políticas e intelectuales llevaron al electorado a dar la oportunidad a la izquierda revolucionaria (del veneno dos frascos), cerrando las puertas e estigmatizando las urgentes reformas liberales que necesita este país para superar su actual condición de deterioro y postración producto de un nuevo colapso económico del Petro-Estado.

Por todo esto, cuando veo los gestos de solidaridad automática de la izquierda global con los responsables de la destrucción de Venezuela todos estos años, pese a las evidencias de terrorismo de Estado, asesinato, tortura, censura y detenciones arbitrarias como respuesta a las protestas de estas últimas semanas, no me conformó con acusarlos de recibir dinero, condición que se limita a ciertos personajes y organizaciones, pues la gran mayoría simplemente lo hace porque además de compartir fobias y filias con nuestros opresores sufren de su misma deshonestidad intelectual y ceguera ideológica que los lleva a intentar remendar el disfraz de democracia del régimen chavista y a renovar ese maquillaje progresista con el que se le ha permitido conculcar impunemente derechos y libertades a los venezolanos.

No obstante las oscuras perspectivas de esta Venezuela humillada y destruida por el socialismo, todavía la izquierda y la socialdemocracia (progresismo) cautivan a la mayoría de la dirigencia y la base opositora. De hecho, el líder y preso político, Leopoldo López, y el ex-candidato presidencial, Henrique Capriles, declaran su entusiasta adhesión a unos paradigmas de desarrollo que no sólo fracasaron aquí, allanando el camino al chavismo, sino que entraron en crisis recientemente en la Europa del sacrosanto y cada vez más oneroso Estado de Bienestar, seguramente convencidos de que un discurso liberal o crítico con el Estado grande y asistencialista no tiene ninguna posibilidad de acceder al poder con una cultura política tan marcadamente estatista, dependiente de un modelo económico rentista. Sólo la diputada María Corina Machado se ha atrevido a defender ideas contrarias al hegemónico socialismo, con discretos resultados electorales en aquellas primarias de 2012 para escoger el candidato presidencial opositor que enfrentaría a un autócrata moribundo.

El socialismo en Venezuela no ha dejado de fracasar desde hace décadas pero eso no ha mermado radicalmente su popularidad en la clase política y en grandes sectores de la población, porque siempre hay una excusa para exonerarlo de culpa y aplicarlo de nuevo. Cual sapo saltando una pared, los venezolanos no perdemos la fe en tener un Estado grande y funcional, tan cargado de deberes como la sociedad exenta de responsabilidades. No pretendamos que nuestras menguadas libertades sobrevivan intactas a una sucesión de errores tan clamorosos. El subdesarrollo no es la causa de nuestros males, es la consecuencia de la tozuda aplicación de las recetas de un socialismo que más que una ideología se nos convirtió en vicio.

http://hechosyopiniones.com/2014/03/19/venezuela-el-socialismo-como-vicio/

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