IBSEN MARTINEZ 09 de octubre de 2014
Las autoridades de Venezuela dicen que
pueden con la deuda, pese a la debacle
Hace más de un siglo, en diciembre de
1902, Inglaterra, Alemania e Italia impusieron un bloqueo naval a los puertos
de Venezuela para forzar el pago inmediato (“al brinco rabioso”, decimos aquí)
de una considerable deuda externa.
El bloqueo también acompañó
reclamaciones de ciudadanos europeos que habían visto afectados sus negocios y
bienes por las endémicas guerras civiles del siglo anterior. Hubo cañoneo,
desembarco de tropas, pedreas contra las legaciones extranjeras, saqueos,
zarandeo de comerciantes alemanes exportadores de café, vidrios rotos, bajas muy
desigualmente repartidas y, desde luego, discursos patrióticos.
“¡La planta insolente del extranjero
ha profanado el sagrado suelo de la patria!”, denunció en una proclama nuestro
tirano de turno, un pendenciero y juerguista caudillo de montoneras, un sujeto
con antecedentes penales premonitoriamente apellidado Castro, como los hermanos
que hoy disponen de Nicolás Maduro.
Aquel nuestro primer Castro tenía
ideas muy definidas acerca del crédito, la buena salud fiscal y la capacidad de
pago. Un día hizo encarcelar a los contados banqueros de Caracas, renuentes
todos a prestarle dinero a un Gobierno en bancarrota encabezado por un bárbaro
derrochador. Antes de meterlos en chirona, los hizo desfilar por las calles de
la capital, encadenados y a punta de bayoneta, ante un populacho
convenientemente enardecido por las vituperaciones del libertino tiranuelo.
Obtuvo el crédito (cobró rescate, para hablar claro), pero las acreencias
extranjeras fueron otro cantar.
Con seguridad, la “planta insolente
del extranjero” habría aplastado a nuestra famélica y mal equipada tropa
mestiza y ocupado el territorio nacional, de no haberse interpuesto Theodore
Roosevelt, a la sazón vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos.
Aquel intento de cobro compulsivo
brindó a Washington la ocasión de sentar un precedente, enviando a la vieja
Europa un mensaje clarísimo: “A este lado del Atlántico, las cabezas de playa y
los infantes de marina son todos nuestros, old sport”; especialmente en la
cuenca del Caribe de aquellos tiempos.
Las potencias europeas y Venezuela
terminaron firmando, en Washington, un acuerdo de reducción de deuda apenas
siete meses antes de que Roosevelt se hiciese con el canal de Panamá.
En cuanto a la deuda, al siguiente
dictador le tomó décadas saldarla por completo, pero la diplomacia de las
cañoneras nos legó la patriotera muletilla de la “planta insolente” que Hugo
Chávez, un siglo más tarde, sacó a pasear cada vez que le daba por denostar
durante horas a los gringos. Cipriano Castro murió en el exilio y sus restos
reposan en el Panteón Nacional, nimbado por la izquierda venezolana como
ejemplo de luchador antiimperialista, pese a que fueron justamente los yanquis
quienes le sacaron las castañas del fuego.
Este mes de octubre vencen los plazos
en que Venezuela debe honrar los intereses de su deuda soberana, calculados en
unos 4.100 millones de euros. Durante semanas, los mercados temieron la
posibilidad de que el país, acogotado por una crisis económica sin precedentes,
se declarase en suspensión de pagos.
Por ello, señalan los expertos, los
bonos de deuda venezolana llegaron a rendir 11 puntos más que los del Tesoro
gringo, 12 veces más que los de México, 4 veces más que Nigeria y el doble de
lo que paga Bolivia.
Se insistió últimamente en que
Venezuela habría encomendado a un banco de inversión procurar compradores para
sus refinerías en Estados Unidos y así poder pagar el servicio de la deuda. Los
rumores de un inminente default venezolano se solaparon con las noticias del
pulso entre Argentina y los llamados fondos buitre que hablaban de un
perentorio default porteño. En las redes sociales venezolanas llegó a leerse:
“Argentina es como Venezuela, pero sin petróleo”.
Todo indica, sin embargo, que Nicky
Maduro pagará escrupulosamente y a tiempo, sin tener que sacar a remate las
refinerías Citgo. Un país cuya compañía estatal petrolera ingresa todavía
67.000 millones de euros al año está en condiciones de amortizar unos
miserables 4.000 millones de euros.
Un respetadísimo analista financiero
del Bank of America reportó hace dos semanas que los funcionarios del Banco
Central venezolano lo invitaron a ver con sus propios ojos los lingotes de oro
que por valor de 10.200 millones de euros guardan sus bóvedas.
Pese a la debacle económica (las
exportaciones petroleras han caído un 40% desde 1997 y la inflacion es hoy la
más elevada del planeta), Venezuela cuenta, al parecer, con reservas
internacionales suficientes para pagar los 1.350 millones de euros correspondientes
al llamado Bono Global 2014.
Sin embargo, persisten retrasos de
años con las importadoras de alimentos por más de 3.300 millones de euros,
principal causa de la grave escasez de productos de la cesta básica y de
medicamentos, efecto directo de corruptelas denunciadas por el defenestrado
exministro de Planificación, Jorge Giordani, y que se calculan en 15.800
millones de euros.
Para decirlo con palabras de los
economistas venezolanos Ricardo Haussman y Miguel Ángel Santos, ambos de la
Universidad de Harvard, quedar bien con Wall Street haciendo default de lo
adeudado al pueblo de Venezuela en bienestar, salubridad, seguridad personal,
transparencia administrativa y perspectivas de futuro para las generaciones
venideras no es sino señal de la indigencia moral de la “revolución
bolivariana”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico