Por Nicmer Evans
Una secta que ha pretendido
secuestrar a un sector político venezolano y al país entero, el madurismo,
actúa como una fiera herida, va contra todo con sus garras afiladas, pero con
profundas lesiones.
El madurismo es un recurso
semántico al que ha tenido que recurrir el ciudadano común para poder
identificar lo que es y rodea al actual gobierno de Nicolás Maduro. Sin
embargo, en el tiempo se ha observado claramente como ha cobrado una muy particular
identidad: pragmatismo, desideologización, repetición de clichés, obsesión
fatal por el poder, exclusión, neototalitarismo, violencia, ausencia de
argumentos, terrorismo de Estado, perversión, saña y cinismo son algunos de los
atributos que lo acompañan y describen muy bien.
El madurismo tiene un
objetivo: preservar el poder como sea, y se hace de elementos del chavismo para
intentar lavarse la cara. El chavismo es hoy aún un sentimiento, una
identificación con un proyecto político encarnado en Hugo Chávez y su gestión,
una forma de vivir y de concebir la sociedad venezolana, que tuvo virtudes y
fracasos. Entre sus virtudes estuvo la legitimación democrática con base en un
liderazgo carismático, cosa que hoy no posee el madurismo.
De las cosas que conserva y
profundiza el madurismo del chavismo es el legado negativo. La corrupción, el
autoritarismo y la ausencia de un proyecto o modelo económico eficiente y
eficaz, pero lo peor no es solo que lo conserve, sino que lo potencie y lo haga
su única política.
EL chavismo además, desde un
principio fue diverso, plural, incluyente hacia los excluidos históricos, y esa
diversidad es hoy peligrosa para el madurismo. El madurismo es una máquina de
exclusión y de extorsión. Su vinculación con la ciudadanía es de generación de
dependencia y no de autonomía, ahí el chavismo tenía una relación más diversa.
Las políticas del madurismo no son solo para que le agradezcas a quien te
beneficia sino que dependas de él así no quieras: Las cajas del Clap, el carné
de la patria, misión vivienda, etc. Una serie de políticas que obligan a
convertir a la población en sumisa a cambio de mal satisfacer alguna necesidad,
y si pretendes diferir, tener conciencia propia, decir lo que piensas, entonces
viene la amenaza, la coacción, el terror contra quien es capaz de hacerlo y su
familia.
El madurismo es el tumor
maligno del chavismo, que se disfraza de socialista, heredado de los errores de
Hugo Chávez, pero metamorfoseado por su actual conducción política. El
madurismo no tiene remedio, pero cobra vida propia y es parasitario, por lo que
tiene capacidad de resistir mucho más de lo que se puede pensar. La única cura
posible es la ética y la justicia, pero como parece inviable, lo mejor es la
extirpación.
Pero mientras todo esto ocurre,
no sabemos cuánto, el madurismo arremete contra el chavismo democrático, aquel
que decidió no ser parte de esa mutación, que se preserva originario en sus
deseos de generar una revolución ciudadana, con humanismo y sensatez, y eso
sucede porque le tiene mucho miedo, porque sabe que ahí aún queda el germen
intacto de las causas por la que en algún momento se gestó una revolución en
Venezuela, que ha sido aplastada por los errores de una conducción política
fallida, pero está volviendo a florecer con mayor conciencia y capacidad de
formular un proyecto social, económico y político viable. Es por todo lo
anterior que el madurismo, agonizante, le tiene terror al chavismo democrático
y bolivariano vigoroso, amplio, diverso, que se conecta incluso con su oposición
natural, y le sigue diciendo al país cuál es la verdadera salida democrática.
23-08-17
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