Por Sumito Estévez
Amigos,
Me piden que hable de
testimonios de civilización en un país que todos perciben al borde del abismo,
pero vengo a contarles una historia sencilla. Una historia poco intelectual.
Una historia de conversión. La historia de alguien que no fue criado con
rituales, que no los heredó; pero que heredó una experiencia humana que lo
invitó a vivir humanamente. La historia de un hombre que llegó a la adultez sin
muchos prejuicios y rituales impuestos. Y así, en Cristo, descubrió la
respuesta.
Mi historia
A mediados del 2009 mi esposa
y yo, luego de una larga y fructífera vida profesional en Caracas, capital de
Venezuela, decidimos mudarnos a la isla de Margarita. Lo hicimos por amor al
mar y por la certeza de que éste, que no era el primer matrimonio para ambos,
nos iba a agarrar viejitos; y es más bonito ser viejito frente al mar. No
huíamos de nada.
Cuando llegamos a la isla yo
era muy famoso en Venezuela. Para ese momento tenía 6 años saliendo todos los
días en televisión con mi programa de cocina, tenía un programa de radio
nacional y escribía una columna en el principal diario del país.
La isla era la posibilidad de
hacer las cosas en solitario, sin tanta fama alrededor. Mi esposa y yo somos
tímidos y podemos pasar semanas solos en casa. Hablamos mucho entre nosotros,
jugamos Scrabble, vemos películas, vamos solos a la playa. No somos
antisociales, sino retraídos y nos va bien como compañía.
¡La isla resultó una bendición
en ese sentido! Casi no conocíamos gente y, por no ser capital, la vida social
es menor. Habíamos llegado a un lugar perfecto para una pareja solitaria con
poco entrenamiento gregario.
Somos emprendedores Sylvia y
yo, así que en diciembre de 2010 culminamos la construcción de nuestra escuela
de cocina en un terreno precioso que compramos en la montaña de la isla.
Estábamos a un mes de inaugurar cuando una terrible inundación hizo que quedara
bajo barro tanto esfuerzo.
Ese amanecer de barro nos
agarró a Sylvia y a mí sentados solitos en la puerta de la escuela.
Silenciosos. Impotentes.
Y de repente comenzaron a
llegar vecinos. Vecinos que no conocía. Y comenzaron a ayudar a sacar barro.
Eran no menos de 20. Mi esposa salió a buscar comida para ellos y yo no
entendía nada ¿Por qué ayudarnos si no éramos amigos y tampoco es que habíamos
perdido la casa y estábamos damnificados? Atardeció y luego de sacar baldes y
baldes de barro, se marcharon. Les dije que esperaran porque mi esposa venía
con comida (ella tardó horas porque la isla estaba muy afectada) y me dijeron
que aún tenían que ayudar a otros. Y se fueron. Así como vinieron, se fueron.
Ese día mi escuela no quedó
como nueva (pasaría un año antes de poder inaugurarla), pero ese día cambié.
Cambié para siempre.
Ese día, quizás no con la
consciencia que hoy tengo, me di cuenta que era mentira que quería ser un
solitario.
Estaba lejos de imaginar que
un 22 de octubre, años después, habría de ser bautizado en la fe católica ¡Y
todo comenzó el día que desconocidos me ayudaron a recoger barro!
Muchos nombres acumulo desde
entonces. Mucho entrenamiento. Mucho encuentro. El tiempo que tengo para hablar
en este foro es corto, permítanme resumirlo entonces con cuatro nombres. Porque
lo importante es que desde ese día en que nací del barro más nunca fui sordo al
encuentro con el otro.
Ya abierta la escuela, y ya
absolutamente involucrados con nuestra comunidad, mi esposa y yo organizamos
una feria gastronómica de calle. Por cierto inspirados en una que habíamos
visto aquí en Italia. Quien era nuestro jardinero me fue a buscar al aeropuerto
con mi auto y allí me dijo que había estado cocinando y experimentando en mi
ausencia. Él concursó y me sorprendió no por su sazón sino por su manejo
técnico. Alberto, que es como se llama, comenzó a formarse y trabajar más en
cocina. Un día mi esposa y yo le dijimos que lo despedíamos porque estaba listo
para emprender y la rutina del trabajo con nosotros era un freno. Lo peor que
podía pasarle era tener que volver al trabajo con nosotros. Hoy Alberto ha
ganado un montón de premios, es famoso, aquella primera feria es hoy
parte de un movimiento de festivales de calle en la isla, y nosotros desde una
fundación que hicimos llamada Fogones y Bandera tenemos un Diplomado de
Emprendimiento Gastronómico de alcance nacional para formar familias en sus
casas y generar microempleo. Esa Fundación nació porque fui al encuentro de un
jardinero y quise oírlo de verdad y no por cortesía.
La otra historia es la de
Oscar. Él vivía en un pueblo montañoso a 1000 kilómetros de la isla y escribió
una carta hermosa explicando que no tenía dinero para estudiar. Recibo decenas
de cartas preguntando si doy becas. Pero él no me pedía la beca. Solo explicaba
el amor que tenía por la cocina y me deseaba bendiciones. Mi esposa lo llamó y
le dijo que se viniera. Le dimos trabajo en mi restaurante y lo becamos. Hoy
Oscar es un pastelero importante en Ciudad de México. Oscar fue nuestro primer
becado, pero hoy tenemos el Sistema Nacional de Becas Rubén Santiago desde la
Fundación y hemos logrado que cerca de 100 muchachos sean becados por padrinos
en el exterior y estén estudiando en varios lugares del país. Oscar hoy
apadrina a otros y jamás hubiésemos hecho el esfuerzo de estructurar un sistema
de becas de no haber buscado un encuentro con él.
Para ese momento ya intuía que
pertenecer a una comunidad y buscar el encuentro es un recorrido que otros han
hecho. Que sumar se hace desde el ejemplo. Era eso: una intuición.
Llega la tercera historia. La
de los Palmeros. Los Palmeros suben cada jueves previo a Domingo de Ramos a la
alta montaña a recoger palma. Bajan el viernes en peregrinación y el domingo se
hace la bendición de esa palma, dando inicio a la Semana Santa que en mi pueblo
es muy importante. Un día los veía bajar y me reconocieron por famoso, no por
vecino. Me invitaron a ver cómo una semana después, el Viernes Santo, hacen una
sopa que se llama frijolada para alimentar a quienes cargan el Santo Sepulcro.
No fui. Olvidé el encuentro. Dos años después volvía a estar en la calle
viéndolos bajar. Uno de ellos me dijo que me habían estado esperando. Sentí
vergüenza. Fui a todas las procesiones que hace la comunidad esa semana. Estuve
con mi comunidad. Y una semana después fui en la madrugada a ayudar a hacer la
sopa y descubrí que no sólo la hacen para los cargadores del Sepulcro sino para
cualquiera de la comunidad que pase por su casa el Viernes Santo. La historia
es larga, pero hoy soy palmero y este año me invitaron a cargar el Santo
Sepulcro. Ser nombrado palmero es un honor inmensurable. Dormir en la montaña
en hamaca con mis compañeros es una experiencia de comunión indescriptible.
Todo empezó porque me atreví a pelar ajo con ellos para una sopa.
Esta historia va terminando,
pero déjenme hablarles del Padre Irineo. Meche, mi suegra, murió en casa. Sus
meses finales fueron muy dolorosos y yo veía permanentemente en su cara la
sonrisa forzada de quien sufre y no quiere angustiar a su familia. Una tarde
llegué a casa y Sylvia me pidió que buscara a un cura. Yo no era católico así
que no sabía dónde se busca a un cura. Fui a una iglesia cercana pero, obvio,
los curas no viven en las iglesias. Llamé a una amiga (que luego pasaría a ser
mi madrina de bautismo) pidiendo ayuda y ya anocheciendo entró a mi casa el
Padre Irineo. Fui testigo de una unción. No tenía idea de lo que es un
sacramento y mucho menos que eran siete. Ese día vi al Padre Irineo llorar y
tomarle la mano a Meche y darle las gracias a ella por haberle permitido vivir
a él ese momento. Ese día vi como entró en paz la sonrisa de Meche. Meche murió
5 horas después. En ningún momento cambió su cara de paz en esas horas.
Para ese momento no lo sabía,
pero todas las personas que me habían impresionado, marcado, enseñado, en los
últimos años, incluyendo mi esposa Sylvia, lo habían hecho convenciéndome desde
su ejemplo. No habían sido ni libros, ni ritos, ni respeto a autoridades (eso
habría de venir luego como consecuencia y no como fin), sino el permitirme ser
testigo de una manera de vivir la vida. Una manera cristiana.
Pasó un año más. Ya intuía que
el camino para aplacar mis fantasmas estaba en Cristo y en su ejemplo. Estaba
un día en una procesión y pasó la Virgen de El Valle. Mejor dicho, para los de
la isla es nuestra Virgencita de El Valle. Cuando pasó comencé a llorar. Sin
razón. Al día siguiente fui a buscar a aquel Padre Irineo de la unción y le
pedí que me convirtiera. Estudié un año y el 22 de Octubre de 2015, el día que
cumplí 50 años de edad, me bautizó en la iglesia del Cristo del Buen Viaje de
Pampatar. Cuando Irineo lloró frente a mi suegra pudo haberme parecido hasta
ridículo pero ese día me puse en sus zapatos y fui a su encuentro.
Yo no me convertí a los 50
años ni por miedo a la vejez, ni por enfermedad, ni por tristeza, ni por
vicioso redimido. Me convertí porque tenía años viendo gente cristiana ser
cristiana.
Recientemente en mi país un
soldado mató salvajemente a quemarropa a un estudiante en una manifestación.
Toda Venezuela fue testigo y podría decirse que fue un punto de inflexión en
medio de meses de represión y muertes. Al día siguiente la madre del muchacho
fue entrevistada en la morgue y dijo que pedía justicia pero perdonaba al
asesino. Automáticamente comenzó a ser despedazada en las redes sociales porque
solo una madre degenerada es capaz de perdonar al asesino de su hijo. Quienes
escribían en una especie de asesinato virtual colectivo eran en su inmensa
mayoría jóvenes. Jóvenes que no creen que el perdón con justicia es posible
aunque lo haya dicho el mismo Juan Pablo II. Jóvenes que saben que el perdón
cristiano está escrito en algún lado, pero no creen en él. Jóvenes que
van a misa. Que tienen ritos. Jóvenes que han dejado de ver un ejemplo
pero que en misa se agarran de las manos y repiten mecánicamente perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos. Jóvenes a quienes hay que
comenzar a llamar y mostrarles que es partiendo del encuentro con la persona
que se genera una cultura para sumar voluntades a través de un recorrido.
Un recorrido de vida cristiana
Es cierto que ahora leo a Don
Giussani y a Carrón. Que me formo. Lo hago desde el intelecto porque en sus
palabras y en el accionar cotidiano de amigos de Comunión y Liberación he
comenzado a encontrar como darle forma a una intuición gestada a fuerza de
calle y sobresaltos. Pero sobre todo porque necesito un método.
Estoy metido de lleno en eso
que ahora llaman Emprendimiento Social y podría mostrarles bastantes ejemplos y
testimonios concretos de cómo una Venezuela civil logra espacios civilizados, o
podría hablarles de cómo hemos hecho el trabajo desde nuestra fundación Fogones
y Bandera. De hecho mis dos compañeros de foro, Ana Cristina Vargas y Alejandro
Marius, son un ejemplo brillante de porque en medio del caos mi país se erige
como un ejemplo; pero hoy quiero contarles otra cosa. Quiero decirles que hoy
tengo una certeza y no es otra que una vida Cristiana como la que nos enseñó
Cristo, sencilla, con parábolas en donde entendernos todos y sobre todo con
coherencia entre la palabra y la acción, es el camino que me ha servido.
Seguramente seguiré formándome, construyendo redes, entrenándome para el
emprendimiento social, contribuyendo a la reconstrucción de un país
fraccionado, dudando, teniendo miedo, huyendo, regresando… pero amigos, desde
que soy Cristiano me ha resultado más fácil.
27-08-17
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