Por Hugo Prieto
La sociedad venezolana ha sido
sometida a un proceso de destrucción a gran escala y en ese desandar pareciera
que no hay fin. ¿Por qué no reaccionamos? La gran pregunta es si estamos
condenados a ser una sociedad estancada. Para atisbar el futuro sólo tendríamos
que ver el reflejo de Cuba. Seríamos, como alguna vez lo dijo el general Raúl
Castro, “la misma cosa”. Los venezolanos hemos demostrado capacidad de
respuesta, pero ha sido insuficiente, entre otras cosas, porque no ha habido
una reflexión que nos haga tomar conciencia del momento que vivimos y del reto
que nos ha impuesto la Historia.
Estamos en una encrucijada, en
una disyuntiva, inapelable y desconocida. “Es un momento muy confuso. Vivimos
en un vaivén de emociones al límite que compromete nuestra capacidad de
aprendizaje”, dice Mireya Vargas al otro lado de la línea telefónica.
Socióloga, con maestría en Economía y formación en psicología profunda,
mitología y psicología arquetipal, Vargas, además de docente en varias
universidades venezolanas, es Directora del Centro Lyra, que atiende a
Latinoamérica en temas relacionados al bienestar y el desarrollo sustentable.
Le he pedido a Vargas que
defina dos conceptos. Se trata de “proceso regresivo” y la noción de progreso,
ambos, entendidos en su acepción psicológica. “Regresión se refiere al fenómeno
psíquico que hace que la psique vuelva a un momento anterior como para retomar
aspectos atascados o desconocidos y poder moverse de nuevo o recuperarse.
Progreso se refiere más al movimiento de la psique a nuevos niveles de
conciencia, conexión emocional y conocimiento de las propias complejidades”.
A simple vista, “progreso” es
lo que nos hace falta a los venezolanos.
A cuatro meses de protesta
sigue una aparente pasividad, un desencanto, enfrentamos un momento muy
contradictorio. ¿Qué balance haría usted de esas emociones de signo contrario?
Yo partiría de la noción del
proceso regresivo que estamos viviendo. Eso nos ubica claramente en un momento
psíquico, en el cual, efectivamente, estamos en esa etapa de volver a atrás
para tomar fuerzas y hacer conciencia de todas las complejidades que atañen,
necesariamente, a ese proceso regresivo, caracterizado por los sube y baja, por
todo este vaivén, en los que se van dando resoluciones parciales, sin que
necesariamente se produzca la solución esperada. Todos los venezolanos vivimos
las marchas y contramarchas durante estos cuatro meses, todos los días en las
calles, en un activismo enorme y poniendo a prueba, de alguna manera, fuerzas y
capacidades. Pero lo curioso es que siempre esperamos que eso traiga una
solución definitiva. Lo que resulta evidente es que esto es “un proceso” y como
tal tiene todas estas emociones en juego: excitación, depresión, ansiedad, que
transitamos a diario. Diría, en definitiva, que lo que siempre está en juego
para el venezolano es la resolución inmediata como una psicología del Caribe,
donde el sol sale y se oculta brillante en un día… y donde todo se resuelve en
un día.
A estas alturas deberíamos
tomar distancia, dudar, digamos, del inmediatismo. No existe tal cosa en medio
de un “proceso”, tal como lo estamos enfrentamos en Venezuela.
Nos toca, en medio de todo
este sufrimiento, aprender que los procesos toman su tiempo y en el ínterin
aprender de las posibilidades que van surgiendo, que van sumando en el largo
plazo. Previsible era que después de toda la exaltación de las protestas, iba a
venir una depresión. Resulta insostenible mantener un estado de excitación
indefinidamente sin que ocurra una compensación de la psique en el sentido de
la depresión. Ojalá sea en la posibilidad de hacer conciencia y de aprender a
no vivir en esta zozobra y no saber cuál es el camino, cuál es la respuesta
acertada, cuál es la acción conveniente. Yo creo que son todas, tal como está
ocurriendo, aunque por supuesto eso nos genere una ansiedad tremenda, ante el
riesgo permanente de quedarnos pegados en esta regresión.
Esa ha sido la característica
principal de estos tiempos, buscar una solución inmediata, encontrar un remedio
a nuestros males que nos permita superar la crisis. Aparentemente, hay un
estadio —que sería la política— para buscar ese arreglo. Pero creo que no está
funcionando. ¿Entonces, estamos condenados a la regresión?
Diría varias cosas. En primer
lugar, creo que la respuesta es individual. Buscamos en la política, buscamos
en la protesta colectiva, la posibilidad de solución a todo el drama que
estamos viviendo, pero es ahí, precisamente, donde radica el desfase de la
respuesta que estamos dando. Si bien hay respuestas que son institucionales o
que se deben dar desde la institucionalidad, lo más importante, insisto, es la
respuesta individual, la que cada uno de nosotros puede dar. Allí es donde está
el trabajo más duro de hacer, porque precisamente en las respuestas
individuales es que vemos los mayores desplazamientos y con razón, porque el
reto es demasiado grande para cualquiera de nosotros, por ponerlo en contexto.
Diría, igualmente, que estamos aturdidos, vapuleados por el destino y, de
alguna manera, sometidos a una fuerza que supera cualquier capacidad. Pero más
allá de la magnitud de ese reto, hay que ensayar respuestas. Sí, ponerlas en el
ámbito institucional es un camino, pero debería haber allí una transformación
individual. Es ahí donde creo que aún estamos en un proceso regresivo. Lo digo
porque las respuestas individuales están muy circunscritas a la sobrevivencia,
todo se lo lleva las colas para comprar alimentos o medicinas. Estamos
sometidos a una presión tan grande que la posibilidad de ir más allá de la
conveniencia es muy limitada. En ese sentido, la capacidad de reflexión, la
capacidad de hacer conciencia sobre mis oportunidades, se hacen cada vez más
cuesta arriba. Hay que retomar, de alguna manera, una reflexión sobre las
propias decisiones, sobre los propios procesos, de lo contrario vamos a estar
sumidos en una dura y pura sobrevivencia, incapaces de ayudarnos a ver las
situaciones de una manera distinta.
Mireya Vargas retratada por
Clara Toro
Si bien en la respuesta que
estamos dando hay una dimensión individual, que cada vez es más determinante,
el ser humano necesita del otro. Uno no es nada sin el otro, ¿no? Yo creo que
al liderazgo político le falta una conexión con la psiquis de la gente y con
las esferas que plantea esa respuesta individual. No veo propuestas que podrían
sacarnos de la regresión que vivimos. Lo que vemos es un poco de ensayo y
error, pero sin mucha capacidad de aprendizaje. ¿Usted qué cree?
Creo que hay una necesidad de
volver al inicio; en ese sentido, a la expresión de las necesidades con sus
demandas específicas de tener una vida digna, de tener un desarrollo político,
moral, espiritual. Creo que en la medida en que la oferta política, social y
económica tome en cuenta esas necesidades, en esa misma medida será más
acertada. Sin duda, en medio de unas presiones colectivas que se lo llevan
todo. Creo que hace falta centrarse y entender las dinámicas psicosociales para
construir desde ahí una oferta. Sin duda, es una exigencia enorme, gigantesca
dentro de lo que estamos viviendo, que es un proceso de destrucción de una
sociedad, de unas formas sociales, pero es la única manera que demos una respuesta
al reto que nos está poniendo la historia en este momento. La respuesta que
estamos dando carece de una reflexión crítica sobre lo que está ocurriendo. Es
cierto lo que planteas. Es como llorar y vestir al muerto. Tenemos que seguir
haciendo, pero con una capacidad de reflexión sobre las demandas de los
individuos, en relación con su propia vida. Yo creo que si se imponen esas
demandas, nos van a ayudar mucho a entender las contradicciones, porque el país
no es monolítico y la variedad, la gama de necesidades es tan grande que
realmente sobrepasa cualquier capacidad de entendimiento y acción, pero es lo
que toca en este momento. Básicamente hacer un alto y entender esas demandas
para centrarnos mucho mejor en cuáles son las prioridades de atención. Sé que
es mucho pedir, pero solo desde allí es que vamos a tener posibilidades como
colectividad, como individuos agregados, como sujetos de una sociedad.
Diría que como le estamos
escurriendo el bulto al desafío que nos está planteando el momento histórico —y
aquí la responsabilidad de la dirigencia política es crucial—, tratamos de
simplificar las cosas. Tratamos de elaborar un plan A, acompañado de un plan B,
que consiste en profundizar el plan A. De modo que nos hemos pasado dos
décadas, quizás más, sin resultados, digamos, en la esfera política, en la
esfera social, en la esfera de la convivencia ciudadana.
No diría sin resultados. Los
resultados son lo que son. Para bien o para mal son los que vamos alcanzando.
Pero yo sí creo que el reto sobrepasa las capacidades. Y, precisamente, por
eso, debería haber una reflexión mayor de organizarnos alrededor de propuestas
más acertadas. Ese puede ser un camino. Sin duda, la acumulación de todos estos
años ha traído liderazgos y capacidades que no tuvimos en el pasado, liderazgo
que, en alguna medida, se corresponde con este momento. Ahora son momentos muy
confusos, son momentos de muchas presiones y de enorme agotamiento, que también
nos toca encararlos de manera diferente. Lo que uno observa es que la regresión
tiene dos posibilidades. O das un paso atrás para retomar un proceso que está
estancado o simplemente te quedas ahí. Hoy se habla de las sociedades
estancadas, que no han podido con el reto que les plantea la Historia, tienden
a desaparecer o al inmovilismo, es el caso de la sociedad cubana, por ejemplo.
Yo confío en que nosotros estamos dando el paso atrás para dar el paso hacia
adelante. De alguna manera, como país hemos tenido capacidad de respuesta. Pero
sin duda corremos el riesgo de quedarnos girando alrededor de un mismo eje, sin
posibilidades de futuro.
De movilizaciones, marchas y
enfrentamientos en las calles pasamos a un momento en el que cohabita —para
unos— la depresión y la confusión y —para otros—, la paz y la alegría, en un
escenario virtual construido por la hegemonía comunicacional del gobierno. No
veo, por ningún lado, conexión con las necesidades, las demandas de la gente.
El país está inmerso en un mar
de emociones contradictorias, que conviven casi al mismo tiempo. En un abrir y
cerrar de ojos vamos de la euforia a la depresión, en ese sube y baja
interminable en el que estamos metidos, ¿no? Yo diría que esas emociones son
necesarias. Solo que, de alguna manera, se viven muy inconscientemente. Yo
estoy deprimida porque se enfrió la calle, pero al día siguiente se reanuda la
protesta y bueno… soy feliz de nuevo. O yo soy seguidora del gobierno y
esto es el mar de la felicidad. Yo creo que esas emociones se
corresponden, precisamente, al momento actual, en el que tenemos poca o nula
conexión con lo que nos ha tocado vivir. Parte del trabajo pendiente es el
reconocimiento de esa batería, de esa gama de emociones. De alguna manera
tenemos que aprender a reconocernos en esta realidad que vivimos. Pero sin duda
el venezolano está sometido a un estrés emocional límite y eso, además de
agotamiento, produce una incapacidad manifiesta de aprender.
Mireya Vargas retratada por
Clara Toro
La protesta en la calle no
logró cambiar la posición del gobierno, ¿no sería el momento de reconocer el
fracaso, la derrota y plantear otras alternativas, otras formas de impulsar la
lucha política?
Yo no haría esa
generalización. Yo lo que veo es un momento muy confuso, muy heterogéneo, en el
que la gente actúa en algún sentido. No quiero dejar de reconocer el papel que
ha jugado la dirigencia política, con todas sus dificultades. Creo que hay una
acción que funciona con todas sus precariedades. Eso es posible. Pero sí creo
que esto es parte del proceso que estamos viviendo, justamente, en sus
contradicciones y de las distintas maneras de atender las demandas de la gente.
Lo digo por lo siguiente. No
creo que frente a la Constituyente que tenemos, que va enrumbada a la
dictadura, la respuesta sea unas primarias para escoger candidatos a la
elección de gobernadores. ¿No es este el momento de plantarse frente a esa
realidad política y mostrar coherencia y liderazgo. ¿Acaso este es un momento
de “normalidad”? No creo que el país viva, propiamente, en democracia. Aquí hay
cosas muy contradictorias. ¿Se ha entendido la dimensión del problema?
Básicamente, tiene que ver con
este momento de reflexión, donde las contradicciones están sobre la mesa que,
de alguna manera, se expresan en esas paralizaciones, en esa falta de
coherencia, en las actuaciones de los individuos y de la sociedad toda.
¿Llegó la hora de enfrentar
los conflictos sociales sin la ayuda del petróleo? ¿Sin la ayuda del Estado
mágico? ¿Sin apelar a la idea de que nosotros somos chéveres porque hay un
mestizaje? ¿O al expediente de que el venezolano es sensual porque es caribeño?
¿Se esfumó la fantasía y nos toca asumir nuestras propias complejidades? ¿Usted
qué piensa?
Esa es la pregunta de las
40.000 lochas. De verdad que aquí se centra todo el conflicto que estamos
viviendo. Tener la capacidad de dar respuesta al reto que nos pone la Historia,
esa es la pregunta, ¿no? Mi corazón venezolano se inclina a pensar que sí, que
de alguna manera toda esta crisis, todo este momento tan lleno de
contradicciones, lo que va a producir es una respuesta distinta a ese reto.
Ojalá logremos salir de esta etapa tan oscura, tan difícil que nos ha tocado.
Esa es mi esperanza como venezolana. Creo que el país, de muchas maneras, tiene
capacidad de respuesta en la fuerza de su pueblo. Pero también corremos el
riesgo de quedarnos estancados, de quedarnos en una conflictividad, en una
desazón, en un abatimiento, en nuevas situaciones de deterioro, lo que vendría
sería un estancamiento o la destrucción de la vida física, estoy hablando en
términos psicológicos, ¿no? Este sufrimiento, si ha servido de algo, es para
que seamos capaces de ver lo otro y tener conciencia sobre lo que somos, sobre
nuestras realidades. Yo espero que sí.
20-08-17
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