Por Enrique Ochoa Antich
Abundan en las redes e incluso en el
debate político nacional numerosos argumentos contra el diálogo (esa ahora mala
palabra) que si acaso llegan a falacias. Quisiera permitirme aquí considerar
ocho de ellos y mostrar cómo no sólo pueden ser rebatidos en el plano de la
racionalidad discursiva sino que son negados por la experiencia histórica.
Veamos:
1. La profecía auto-cumplida:
De todas las falacias, ésta es la más
fácil de rebatir: “No se llegará a nada”, pontifican los anti-dialoguistas.
Claro, de tanto boicotearlo, fracturando la unidad de los negociadores o
imponiendo precondiciones maximalistas de imposible cumplimiento, logran su
cometido, y entonces al final tienen razón: no se llega a nada. Pero es
sólo una profecía auto-cumplida: así es cómodo tener razón. Difícil
saberlo si no se intenta, y si no se intenta con seriedad, rigor, y tiempo, no
con la prisa y la superficialidad con las que hasta ahora hemos asumido
procesos que, por su propia naturaleza, requierenpreparación adecuada,
paciencia y tiempo. Podría evocar el escepticismo colectivo que tuvieron
sus camaradas del Congreso Sudafricano frente al Mandela que asumió con audacia
el diálogo y la negociación con la minoría blanca que lo mantenía cautivo, o el
de las izquierdas en Chile cuando el PS resolvió hacer lo propio con el
sangriento Pinochet, o en la vecina Colombia cuando Santos acometió sin temor
el proceso de paz con las FARC incluso luego de perder la consulta popular en
la materia. El éxito del diálogo depende de que se emprenda con
resolución y convicción plena. A los profesionales del escepticismo
hay que ponerlos a un lado. No creer en el diálogo y la negociación es perder
la fe en la virtud de la palabra, ésa que es la base misma del
origen de la democracia, y en la propia condición humana.
2. La naturaleza del
interlocutor o con comunistas no se dialoga:
El argumento que descalifica al diálogo
a partir de la descalificación del interlocutor es tal vez la prueba más
fehaciente de que quien lo esgrime sencillamente no quiere diálogo. Los
antiguos hablaban dematar al mensajero para no oír las malas
noticias (conseja rebatida por Shakespeare y explicada por
Freud) y ya se sabe que es una de las versiones de la falacia ad
hominem. Aquí se mata la credibilidad del interlocutor para matar
el diálogo. Al decir que con el chavismo madurista, esa caterva de infames
comunistas que sólo quieren la desgracia de la nación, no se puede dialogar, se
olvida que es muy posible que del otro lado haya quienes tengan hacia nosotros
argumento semejante, y con descalificaciones tan subidas de tono: lacayos del
imperio y etc. Lógicamente, por esta vía no se llega al diálogo.
Precisamente porque los que
están del otro lado de la acera representan algo enteramente contrario a lo que
aquí se piensa, cree y quiere, es por lo que se le da un carácter especialísimo
a lo que en democracia debería ser cotidiano. De hecho, en cierta forma los
Parlamentos del mundo tienen ese fin: en vez de caernos a tiros para disputar
el poder y decidir las políticas públicas, nos encerramos a usar la
palabra, a parlamentar, a dialogar. Sólo cuando el diálogo natural se ha
quebrantado, cuando los interlocutores llegan precisamente a la conclusión de
que con el otro no vale la pena dialogar y que la única opción que se tiene es
la imposición de los valores propios, es que se requiere más que nunca de
diálogo.
Los ejemplos sobran, y el contraste vale
la pena. ¿Pensarían los demócratas chilenos que la feroz dictadura de
Pinochet, y que el propio dictador, con miles de ejecutados y desaparecidos a
sus espaldas, era una contraparte digna y confiable para el diálogo? ¿Serán los
chavistas para la oposición peores que lo que eran los blancos para los negros
en Sudáfrica quienes hasta su condición humana les negaban luego de décadas de
ignominia y crímenes de todo tipo? Y los socialistas aceptaron
compartir el mismo recinto parlamentario con un dictador devenido en senador
vitalicio que había ordenado la muerte de los suyos y Mandela, estando aún
encarcelado por los blancos, aceptó a De Klerk como su primer futuro
vicepresidente.
Quienes defienden y usan esta falacia,
suelen poner como ejemplo, elevando su calidad, los insultos y agresiones de
los cuales es víctima la oposición por parte del régimen. Y, ¿qué duda cabe?,
los insultos y las agresiones existen y son muchos e inaceptables. ¿Pero no
será por eso que precisamente se debe dialogar de modo de superar con la
palabra civilizada otro tipo de relación violenta? Suelo poner como ejemplo el
de los vietnamitas con los estadounidenses: ¿serán los insultos de
Maduro o Cabello, las detenciones arbitrarias, las acciones anti-democráticas
contra el derecho al voto, etc., incluso los asesinatos, más graves que las
bombas napalm que el gobierno de Nixon arrojaba en proporciones inimaginables
sobre Vietnam? Y los negociadores vietnamitas en París seguían
acudiendo pacientemente a la mesa de negociaciones mientras las bombas caían
sobre sus compatriotas. En algún momento durante los diálogos y negociaciones
en Chile, algún extremista de izquierda asesinó mediante un explosivo al
gobernador de Santiago, y; aunque no faltaron las voces indignadas que lo
pidieron, ni gobierno ni oposición suspendieron los contactos.
Hay una variante de este argumento: los
chavistas son comunistas y por su propia naturaleza no aceptan dialogar ni
mucho menos entregar el poder por elecciones. Eso me recuerda aquél
razonamiento de la ultraizquierda o de la izquierda comunista que en mi
juventud combatía desde la propuesta socialista democrática del MAS, según la
cual -Marx dixit- ninguna clase dominante entrega sus privilegios
pacíficamente por lo que la revolución debía ser violenta, dictadura del
proletariado y todo lo demás. Los extremos se tocan, en efecto.
Pero esta falacia se fundamenta en una
inamovible falta de fe en la capacidad transformadora de la palabra,
de la que nos habla Mandela cuando en sus memorias nos cuenta la transformación
experimentada por sus propios carceleros al entrar en relación con su
testimonio de no-violencia. Gandhi nos recuerda en su autobiografía que “la
otra mejilla” que pregonaba Jesús no era un acto de cobardía o auto-castigo
sino que con ese testimonio más bien valiente se perseguía la transformación
interior del agresor. Si perdemos la fe en la palabra, perdemos la fe en la
propia condición humana. El diálogo es un proceso en el que cada uno de
los interlocutores se transforma. Perder esa esperanza es perder la
esperanza en la vida misma. Al final de todo proceso de negociaciones, en el
que cada una de las partes conquista algo de sus aspiraciones pero cede en
otras, ni unos ni otros serán los mismos.
3. El tiempo o resultados
ya:
Si algo ha hecho fracasar las tentativas
de diálogo entre el gobierno chavista-madurista y la oposición democrática en
Venezuela, y hacerle cometer a la oposición el error (a mi juicio) de
levantarse siempre de la mesa de negociaciones a las pocas semanas de
instalarse, ha sido la exigencia de resultados inmediatos. Se sientan los
negociadores /a veces muy pusilánimes) y comienza la deplorable presión
de algunas minorías extremistas que exigen resultados ya. Incluso la no muy
recomendable práctica de informar qué se discutió luego de cada sesión, es
expresión de esa insana visión.
El diálogo, en
particular cuando la fractura entre los interlocutores es muy grande, requiere
de tiempo, es casi obvio decirlo. Los ejemplos sobran. Mandela cuenta en sus
memorias que necesitó cinco años (¡cinco años!) de diálogo, en los que iba de
su calabozo primero y luego de su casa de reclusión al despacho presidencial y
del despacho presidencial de vuelta, para obtener el primer resultado.
Y se trata de la negociación más breve entre las que en el mundo han sido. Creo
que en Chile se requirieron diez años de diálogo para arribar finalmente a
resultados. ¿Cuántos años duró el diálogo en Colombia? Veamos algunos números:
El Salvador 10, Guatemala 11, Irlanda 21, Angola 14, Sudán 7, y la lista
continúa por el mismo tenor.
Sé que se me dirá que el país no
aguanta más. Recuerdo cuando en 2002 (que fue el año de los atajos) se me
decía que el país no aguantaba hasta 2004 (revocatorio) y aquí estamos en 2017.
Pero de aquella afirmación sólo puede desprenderse una conclusión obvia: si
hubiésemos empezado hace cinco o diez años, tal vez hoy tendríamos resultados.
Así que mejor empecemos cuanto antes que mientras más tarde empecemos,
más tarde se verán los resultados. Claro, no está demás subrayar que en
Venezuela es necesario y se puede lograr que los resultados se vayan ofreciendo
en la medida en que el diálogo va teniendo lugar.
4. Los resultados
convertidos en precondiciones:
Uso a este respecto el concepto que le
escuché al padre Arturo Sosa: dice él que un error en la forma de asumir el
diálogo es el de comenzar convirtiendo lo que se supone deben ser sus
resultados en sus precondiciones.
Ya hemos escuchado decir: acudiremos al
diálogo si se liberan los presos políticos, si se reconoce a la AN, si se
convoca a elecciones (algunos llegan a agregar: generales), y si se aprueba la
ayuda humanitaria. ¿Y entonces? ¿Para qué es el diálogo?
Debemos partir de una premisa que les es
cara a los extremistas: vamos a dialogar con un régimen autoritario (una neo-dictadura
del siglo XXI), no con otro partido liberal-democrático. Entonces, se
supone que nos sentamos para lograr que esas conquistas se den,
no si esas conquistas se dan.
Suele decirse que el gobierno incumplió
los acuerdos y que hasta que no los cumpla, no podemos sentarnos a la mesa de
diálogo. Todos los acuerdos comenzaban por la desincorporación en cámara de los
diputados de Amazonas, pues así el TSJ levantaba la inconstitucional, abusiva e
ilegal declaratoria de desacato contra la AN; luego la AN podía elegir por
acuerdo un nuevo CNE; después se convocaba elecciones en Amazonas; y etc.
Reconozcamos que la oposición no quiso hacerlo (no voy a
detallar aquí las razones incluso individuales de ese incumplimiento). Tanto
fue así, que la primera decisión que adopta la nueva legislatura es esa
desincorporación, sólo que con una directiva electa en "desacato", lo
que dio argumentos al adversario para no reconocerla. Así que no es verdad
que sólo el gobierno haya incumplido los acuerdos.
Pero aunque fuera cierto que sólo el
gobierno los hubiese incumplido: precisamente por eso nos debemos sentar en la
mesa de diálogo, para combatir ese incumplimiento, para denunciarlo ante el
Vaticano, los expresidentes y el mundo. Y para discutir y negociar la forma de
superarlo. Es fácil denunciarlo sin actuar para que se supere.
5. Todo debe saberse:
Otra exigencia absurda es la de pretender
que todo debe saberse, cada conversación, cada propuesta, cada avance y
cada retroceso. Se ha llegado al extremo de exigir que a cada sesión siga una
rueda de prensa en que se rinda cuenta de lo acordado. Lo que parte de otra
falacia, la falacia del tiempo, que hemos expuesto más arriba: como
se imagina que el resultado esperado debe ocurrir ya, pues se exige que se
informe rápidamente su logro. Incluso se cuestionacomo si fuera un delito la
idea misma de la privacidad necesaria, propia a toda negociación.
Todo proceso de diálogo, negociación y
acuerdo ha sido casi por definición privado, reservado, pues parte
de la premisa según la cual los negociadores deben tener absoluta
autonomía y cierta discrecionalidad al menos para explorar aquellos puntos que
puedan ser cedidos a cambio de otros que serán obtenidos a efectos de
lo cual no pueden estar sometidos a la presión constante de quienes no conocen
la complejidad y los vericuetos del conjunto generalmente complejo que se está
negociando. Claro, es obvio queal final los negociadores presentarán sus
resultados primero a las organizaciones a las que representan y luego al pueblo que
incluso puede tener la última potestad de aprobar o no mediante referendo su
contenido final.
6. En suelo patrio:
Así llegamos a otra falacia que es
complemento de la anterior, aquélla según la cual se pretende que las
negociaciones deben hacerse en suelo patrio pues de lo contrario estaríamos en
presencia de una ofensa a la dignidad nacional. Se sugiere así que al
hacerse fuera de nuestro territorio, se estaría en presencia deun contubernio
sospechoso y que sólo si las negociaciones se hacen aquí, entre nosotros, puede
asegurarse su transparencia. Así se lo escuché decir a varios voceros
principales de la MUD. Por supuesto, todo eso no es más que una
ridiculez, y, cuando mucho, un ejercicio demagógico e irresponsable.
Sobran los ejemplos que prueban la
utilidad de que las negociaciones se hagan fuera del entorno propio del
conflicto. Las razones son tan obvias que no necesitan ser mencionadas. Es
claro que en el propio lugar de los acontecimientos se multiplican las
posibilidades de interferencias, presiones indebidas, y, last but
not least, la colocación de los negociadores frente a hechos
diarios, frente a urgencias que pueden hacerlos mirar el árbol y no el bosque,
perdiendo el sentido trascendente y de largo alcance que generalmente tienen
estos acuerdos. De Vietnam cuyas negociaciones fueron en París hasta
Colombia cuyas negociaciones fueron en La Habana, así ha sido.
7. La rendición:
Otra falacia, conectada con la que en el
punto 4 hemos definido como la de pretender convertir los resultados en
precondiciones, es aquella según la cual el único objetivo de un
proceso de diálogo y negociación es la rendición incondicional del adversario.
Lógicamente, confundir diálogo y negociación (a través de los cuales cada parte
cede algo y a la vez deja saber aquello en que no está dispuesto a ceder) con
una rendición del adversario, es no saber de qué se habla.
En nuestro caso, diálogo y
negociación persiguen, sí, abrir el camino a un proceso de transición
democrática que al final permita un desplazamiento del gobierno de aquellos que
hoy lo detentan. Pero este último objetivo dependerá de la fuerza
realque cada quien tenga. Como se ha dicho tanto, creer que por ser
mayoría electoral se tiene más poder que aquel factor que es minoría, muestra
un errado análisis de la correlación de fuerzas.
Un proceso de diálogo y negociación es
eso, un proceso. Por tanto,el único objetivo no puede ser el
derrocamiento del gobierno. Comenzando porque quien lo detenta ha dejado
saber una y otra vez que ésa es una línea roja: se ha pedido siempre que se
reconozca que Maduro será presidente hasta diciembre de 2018. ¿No negociamos
entonces? ¿No hay nada más que obtener para las fuerzas democráticas?
Más allá del cambio de gobierno hay
otros objetivos valiosísimos para la oposición democrática, que entre otras
cosas permiten mejores condiciones para la lucha por ese cambio de gobierno.
El año pasado, 2016, estaban sobre la mesa otros logros, que hoy harían mucho
más fácil la lucha por el cambio de gobierno: elecciones en Amazonas,
reconocimiento de la AN, elecciones regionales, recomposición del TSJ y del
CNE, libertad de los presos políticos, ayuda humanitaria. Obsesionarse sólo con
el cambio de gobierno como objetivo único, como si de él dependiera todo lo
demás (error esencialista), hizo que la oposición democrática no consiguiera
otros objetivos que en su momento eran perfectamente conseguibles.
8. El diálogo y la calle:
la coartada perfecta:
La última falacia que queremos mencionar
es una que adquiere verdaderos ribetes metafísicos: el diálogo es una
trampa del gobierno para ganar tiempo y para apagar la calle, se dice.
¿Cómo es eso? Los problemas del país, la capacidad de denuncia de la oposición,
las luchas de calle, las demandas sociales de gremios y sindicatos, las
protestas de las comunidades, la realización y/o exigencia de elecciones, etc.,
etc., etc., ¿desaparecen porque la oposición se siente a negociar alternativas
de acuerdo con el gobierno? ¿De dónde se saca ese vínculo determinante (y
metafísico) entre el diálogo y la supuesta paralización de las luchas
democráticas? Si ésta ocurre no es por causa del diálogo sino de quien tiene el
deber de mantener activa la movilización popular.
Esa supuesta contradicción entre calle y
diálogo ha llegado al extremo de que las últimas protestas violentas animadas
por algunos sectores extremistas de la MUD fueron en términos fácticos no sólosin sino contra el
diálogo. Muchos hemos insistido en que la lucha pacífica de calle debe
acompañar como factor de presión cualquier proceso de diálogo y negociación.
Pero esta falacia tiene un modo muy
curioso de auto-cumplirse. Por 19 años, la oposición ha actuado mediante este
procedimiento ya histórico:
a. Primero niega
cualquier escenario de diálogo y negociación(con base en las falacias enunciadas
aquí).
b. Luego, se lanza a confrontaciones -unas
veces violentas, otras no- con el gobierno con un objetivo central: su
derrocamiento. Es el todo o nada que ya conocemos. Así fue en abril de
2002, luego con el paro de 2002/2003, años después con las guarimbas de 2014
y La (mal llamada) Salida, e incluso cuando el año pasado se
convirtió al revocatorio en un dogma que no se aceptó negociar bajo ningún
respecto.
c. Por supuesto, la
protesta o la movilización de calle ya han entrado en declive debido a
la derrota misma.
d. Derrotada en cada uno
de estos eventos, entonces la oposiciónse ve constreñida a acudir al diálogo.
e. Así concluye: ¡Fue
el diálogo el que apagó la calle!
Una coartada, pues.
Esta Venezuela fracturada sólo tiene una
manera de salir de la crisis que la agobia: la reunificación de todo el
país, la reconciliación, y la reconstrucción de un consenso político y social
nuevo que se exprese en un gobierno de unidad nacional. Y eso sólo
tiene una vía posible: diálogo, negociación, acuerdo. Depende, claro, de que
quienes detentan el poder comprendan por fin que no les es, que no tiene por
qué serles una tragedia su salida del poder, internalicen la idea misma
de alternancia democrática como parte de su proyecto político, y dejen de
colocar obstáculos a la interlocución civilizada entre gobierno y oposición.
Pero depende también de que la oposición (aquélla representada en la MUD y
aquélla muy vasta que no) supere la falsa racionalidad de las falacias que aquí
hemos analizado, y que constituya al diálogo, a la negociación y a los
acuerdos posibles como componentes esenciales a su pensamiento y su proyecto.
29-08-17
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