Por Roberto Patiño
La palabra soberanía ha sido
usada con reiteración por el régimen, en los momentos en que se agudiza la
crisis y se afianza su talante dictatorial. Cuando niega o desmiente la
profundidad del drama del hambre en el país, habla de una supuesta soberanía
alimentaria, que dice promover y que ha sido agredida por la guerra económica.
Cuando, en su deriva autoritaria, es sometido al rechazo y sanciones por gran
parte de la comunidad internacional, se defiende arguyendo que se trata de
ataques infundados e intentos de intromisión extranjera sobre la soberanía
nacional. Y quizá uno de los argumentos más viles que ha utilizado en estos
últimos 4 meses, ha sido el de justificar la violación sostenida de derechos
humanos como una acción del Estado en contra de fuerzas desestabilizadoras, en
defensa del pueblo venezolano, del soberano, al que dice representar y que, por
el contrario, agrede a todo nivel.
El concepto de soberanía ha
evolucionado desde sus inicios para definir la prevalencia del poder monárquico
por encima de poderes eclesiásticos o de otro tipo, hasta la concepción moderna
republicana, a partir de la Revolución Francesa, en la que el poder reside en
el pueblo y este lo ejerce a través una serie de órganos del Estado que lo
representan. En los principios fundamentales de nuestra Constitución se
establece de esta manera, y los órganos representativos se inscriben en los
diferentes poderes públicos: legislativo, ejecutivo, judicial, ciudadano o
moral, y electoral.
Pero los venezolanos hemos
reconocido cómo la soberanía y su ejercicio se han ido erosionando en los
distintos estratos de la vida del país. Primero por la presidencia
excesivamente personalista de Hugo Chávez y luego, y de manera acelerada, por
la claramente dictatorial de Nicolás Maduro y el grupo al que representa.
Es clara la injerencia del
régimen castrista en las decisiones políticas y en el modelo de ejercicio de
poder, y su presencia en sectores tan delicados como el militar. También hemos
vivido la imposición de órganos como el TSJ y, de una forma grotesca e ilegal,
el de la fraudulenta Asamblea Constituyente. Han sido generadas sin la
aprobación del pueblo (o sus representantes elegidos como la Asamblea Nacional)
y se han auto promovido derechos y atribuciones supraconstitucionales. Incluso,
en el caso de los grupos paramilitares afectos al gobierno, se han impuesto por
medios violentos en comunidades enteras.
En nuestra Constitución, el
instrumento primario de soberanía de todo país, están consagrados derechos
políticos, económicos y sociales que han sido negados por un régimen que ni
desea ni está en capacidad de garantizarlos, preocupado únicamente por
mantenerse en el poder. Esto ha causado enormes distorsiones económicas, crisis
sociales y políticas, hambre, violencia y conflictividad. Nuestra tragedia a
nivel intencional se traduce en preocupación, con percepciones tan negativas
como el de ser un posible factor de desestabilización regional. Más grave aún,
la deriva dictatorial de quienes hoy detentan el poder pone a todo el país en
peligro de sanciones o intervenciones de más fuerza, con las terribles
consecuencias que esto representa para nuestra población.
En estos momentos es
importante reflexionar sobre la soberanía, no desde los nacionalismos extremos
y patriotismos vacíos que de manera tan hipócrita utiliza el régimen. Podemos
hacerlo desde la conciencia de lo que somos y aspiramos, desde la
responsabilidad frente a nuestros problemas y necesidades comunes, y desde la
capacidad –desde el poder– que tenemos para lograr cambios y transformaciones.
Los tiempos que atravesamos
son de enorme esfuerzo, constancia e imaginación para afrontar la crisis y
recuperar la democracia, frente a un Estado hostil que busca oprimirnos y
quebrantarnos. Mi experiencia en el trabajo por la convivencia en el municipio
Libertador, señala la importancia fundamental de la participación y
organización, articulando fuerzas locales y externas (vecinos, organizaciones
sociales y políticas, liderazgos, comunidades, entes privados, voluntariado,
gremios) en un trabajo de base para aliviar graves problemas y generar
condiciones de cambio continuas y duraderas. De esta manera también se ejerce y
se manifiesta ese “poder que reside en el Pueblo”.
Recuperaremos nuestra
soberanía defendiendo y participando en el rescate de las instituciones que el
régimen ha pervertido o secuestrado para oprimirnos. Pero también debemos
replanteárnosla en las maneras en las que podemos involucrarnos en lo
individual y lo colectivo en los problemas y asuntos que nos afectan a todos, y
que la crisis histórica que sacude al país ha evidenciado tan dolorosamente. En
asumir ese proceso de empoderamiento y ejercerlo de manera constructiva y
solidaria, estará la vía para que como personas, como sociedad, como país,
seamos en verdad soberanos.
23-08-17
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