Por Marco Negrón
Quien desde afuera se asome
hoy al escenario de nuestro país seguramente pensará, y no sin razones, que
sólo un orate puede hablar de futuro. Ni siquiera el humor más negro habría
sido capaz de imaginar las escenas del rebaño bovino de la fraudulenta asamblea
constituyente, amontonados unos sobre otros levantando la mano a cada mugido
del patético trío directivo, en verdad intermediarios de quien realmente mueve
los hilos.
Pero con todo lo grotescas que
ellas son, tales escenas se quedan pálidas frente a la concepción misma de esa
ilegal asamblea: una creatura monstruosa donde medio millar de sujetos nacidos
de un fraude de dimensiones galácticas, sentados sobre bayonetas ensangrentadas
y cuyos nombres ni siquiera conocemos, pretenden imponernos a 30 millones de
venezolanos desde el sistema político que nos debe regir hasta la forma de
cepillarnos los dientes.
Un diseño centrado en el
cinismo y la falta de escrúpulos pero que, sin embargo, falla por la base
porque es incapaz de asomar una alternativa a las políticas que por 20 años han
colocado a Venezuela en las peores posiciones mundiales en materia de inflación
e inseguridad personal, la hunden en la más profunda y prolongada recesión
económica, han destruido la producción y el sistema sanitario y nos han
conducido al mayor aislamiento internacional que sea dado imaginar. Recurriendo
a la jerga marxista, se pretende imponer una superestructura política sobre una
estructura económica y social totalmente colapsada.
Pareciera entonces que, en un
contexto semejante, sería una frivolidad pensar en planes para el futuro de
nuestras ciudades, pues lo que ha conducido a su ruina es el mismo modelo que
ha conducido a la ruina del país como un todo: su erradicación es
condición sine qua non para entrar en una espiral de progreso. Pero
aquí se presenta una contradicción: si no se prefigura el futuro se avanzará a
tropezones en medio de la improvisación hasta alcanzar el desguace definitivo
del entramado social.
Superar esa contradicción
exige una concepción radicalmente nueva del plan. Como lo hemos dicho
innumerables veces recuperando una idea de Giulio Carlo Argan: más que como el
proyecto de una acción futura se lo debe concebir como obra abierta, como un
actuar en el presente según un proyecto, “planificando no se planifica la
victoria sino el comportamiento que se propone mantener en la lucha”.
Un enfoque como ese exige
partir de la definición de una serie de objetivos estratégicos tales como
garantizar la gobernabilidad democrática de los grandes sistemas
metropolitanos, superar las enormes desigualdades que afectan a nuestras
ciudades, potenciar su rol como principal motor del desarrollo socio-cultural y
del crecimiento económico nacional y construir las bases del desarrollo
sustentable. El contraste entre esos objetivos estratégicos y las dinámicas
coyunturales posibilitará ir definiendo progresivamente los objetivos tácticos
que permitirán vencer los obstáculos que en cada circunstancia oponga el
sistema dominante hasta su supresión.
Un plan así concebido, como
obra abierta en constante adaptación a los requerimientos coyunturales, se
facilitará en la medida en que sea adoptado por los gobiernos locales, pero lo
realmente fundamental es lograr la incorporación protagónica de los sectores
interesados de la sociedad civil.
No hay espacio para
desarrollar este tema más a fondo, por lo que, para argumentar acerca de su
viabilidad, nos limitaremos a recordar la extraordinaria demostración de auto
organización dada por la sociedad civil venezolana en resistencia en la
consulta del pasado 16 de julio. Recuperarla no sólo abrirá las puertas a una
forma más eficaz de entender la planificación, sino que además la asociara
indisolublemente a las luchas por rescatar y profundizar la democracia.
22-08-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico