Ismael Pérez Vigil 22 de octubre de 2018
A mis
compañeros de la Promoción 1968 del Colegio La Salle L.C.
Estamos
descubriendo el agua tibia. Por años participamos de las alternativas políticas
que la oposición fue planteando: paros, marchas, elecciones, más paros, más
marchas, más elecciones; hasta llegar al clímax en diciembre de 2015 cuando se
le propinó a la dictadura una rotunda e indiscutible derrota histórica y se le
arrebató dos terceras partes de la Asamblea Nacional. A inicios de 2016 todo
apuntaba a que estábamos en un momento definitorio para un cambio importante en
el país.
Solo
que no contábamos con que “los rusos también juegan” y la dictadura jugó y jugó
sin escrúpulos, aferrada al poder que controla omnímodamente; utilizó su poder
judicial y su poder real –las fuerzas y aparatos represivos del estado– para
diluir esa victoria, como lo había hecho en 2007, pero esta vez fue más lejos:
desconoció diputados, inhabilitó partidos y posibles candidatos, persiguió y
encarceló políticos y asesinó manifestantes.
A eso
le siguieron, concomitantemente, errores garrafales de la oposición, como
generar falsas e irreales expectativas en cuanto al poder de la dictadura y
predicar su inmediato fin, en unos pocos días, pocas semanas o pocos meses.
Todo ese triunfalismo nos trajo dos cosas: primero, se le hizo pensar al
mayoritario país opositor que era posible impedir la elección de una ilegitima
ANC, que sí fue electa y que actúa cuando la dictadura lo necesita; y segundo,
nos trajo una costosa derrota en las elecciones de gobernadores, creyendo que
arrasaríamos por ser mayoría y en realidad fuimos incapaces de organizarnos
para cubrir con testigos opositores por lo menos el 90% de las mesas, de
convencer y movilizar a la gente para que fuera a votar, de impedir el fraude
electoral continuado que se venía realizando y por último, de defender los
resultados en algunas gobernaciones emblemáticas. Sin votos ni estrategia no
había nada que ganar y defender y nos aseguramos una derrota de la cual aún hoy
no nos recuperamos. Los votos son resultados de las políticas, no es al revés.
La
abstención posterior en las elecciones de alcaldes y el desánimo y frustración
que hoy existen para las venideras de concejales o el eventual referéndum
constitucional, son simplemente un corolario de la decepción política de la
población opositora, que se siente abandonada por sus líderes políticos, pero
que tampoco ha sido capaz de remplazarlos, a pesar de algunas encuestas que nos
“ofrecen” figuras, que a la hora de la verdad tienen una exigua capacidad de
convocatoria.
Es en
este contexto que surgen algunos absurdos; como por ejemplo, que después de
haber estado participando de diversas maneras, durante largos 19 años en
procesos electorales –la mayor parte del tiempo regidos por consejos
electorales nombrados por el régimen–, venimos a descubrir ahora que en
realidad “no hay condiciones para votar”, que “estamos bajo una dictadura” y
que dictadura –todo el mundo lo sabe– “no sale con votos”, y “no se va por las
buenas”, sino que hay que sacarla con plomo, con la fuerza militar interna –esa
misma que es el corazón y el eje de la dictadura– o con una ignota fuerza
internacional que vendría a salvarnos, nada más que por que sí, porque somos o
fuimos un gran país, un pueblo simpático, que acogimos con generosidad a
cuantos vinieron atraídos por nuestra riqueza y el mana petrolero, y por eso
ahora juramos que están en “deuda” con nosotros y en la “obligación moral” de
ayudarnos. ¿No es un tanto “extraña” toda esta creencia?
Y todo
lo anterior, lo de las elecciones y lo de la salida del régimen, lo creen el
ciudadano común e incluso algunos diputados, gobernadores, alcaldes y
concejales opositores que fueron electos en esas elecciones tramposas, con
reglas y consejos electorales similares a los que hoy tenemos; y más grave aún,
lo creen, predican y pontifican al respecto algunos que nunca han participado
en elecciones, que no han sido electos nunca a nada, que nunca han puesto su
prestigio y nombre en juego en una campaña electoral, que jamás han sido
candidatos a nada, pero se erigen hoy en “representantes” o “voceros” de
imaginarios votantes y seguidores.
Es
cierto, la dictadura se ha vuelto “disfuncional” para sus vecinos y para otros
países no tan vecinos, como los EEUU y algunos europeos. Nuestros emigrantes ya
no son, como antes, profesionales preparados, ahora hay muchos sin calificación
alguna, sin hábitos de trabajo, hasta con enfermedades, que huyen de la miseria
y el hambre en Venezuela; o son “bolichicos”, delincuentes, con fortunas mal
habidas u otros adinerados venezolanos, de dudosa catadura moral, que engrosan
las arcas de los bancos de los EEUU y Europa, cosa que hasta hace poco era
“tolerada”, pero que ya no está muy bien vista, una vez que se sabe el origen
de esas fortunas, por el mal ejemplo que representan para sus locales.
Por
esas razones y probablemente solo por esas razones, esos gobiernos se vean
compelidos a intervenir de alguna manera para que Venezuela no siga “haciendo
olas”. El narcotráfico y los dineros provenientes de la corrupción es algo con
lo que los gobiernos de los países desarrollados y algunos vecinos saben
lidiar. Pero, más de dos millones de “migrantes, inmigrantes o emigrantes”,
repartidos en unos pocos países, no es algo fácil de asimilar; por lo tanto,
hay que poner “remedio inmediato”, piensan los gobernantes de nuestros países
vecinos y algunos lejanos.
Pero
ese remedio –creo yo– no significa que vendrán tropas a impartir orden en
nuestro país, cosa que internacionalmente ya no es tan bien vista como lo era,
o se toleraba, a principios y mediados del siglo pasado. Habrá, sí, más
sanciones que esperemos que sigan siendo a individuos o a empresas, para evitar
más daños a la ya golpeada sociedad venezolana; probablemente habrá
“reconvenciones” de organismos internacionales o multilaterales; habrá
señalamientos con el dedo y juicios muy duros, pero las cosas no parece que
pasaran de allí. No ocurrirá eso que algunos esperan y otros temen, que es ver
soldados extranjeros marchando por las calles y campos de Venezuela, pero
esperamos que la solución tampoco sea arremeter contra los que buscan asilo y
un futuro en otra parte.
Volverá
a ser cierto aquí, lo que ha sido cierto en todas partes, léase bien, en todas
partes: si no nos organizamos internamente para desestabilizar la dictadura, de
nada servirá la solidaridad internacional.
Ismael
Pérez Vigil
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