Por Antonio Ecarri Bolívar
Hay que ir buscando las
causas de la diáspora interna de la oposición venezolana, en cada una de sus
manifestaciones, a ver si se pueden corregir esos entuertos; a menos que sean
defectos incorregibles y no quede otra sino denunciar esas taras, a ver si las
podemos derrotar antes de que sigan haciendo más daño del causado hasta ahora.
La psiquiatría, rama de la medicina que estudia el diagnóstico, tratamiento y
prevención de las enfermedades mentales, de carácter orgánico y no orgánico,
podría venir en nuestro auxilio.
Antes de que me digan que
ando pirateándole la ruta a los especialistas, les informo que el tema lo he
venido conversando, en tertulias frecuentes, con algunos profesores que son
verdaderos expertos en esta rama médica de los amigos y colegas de Freud y
compañía. Ellos son los que me exhortan a hacer públicas sus preocupaciones,
sobre las manifestaciones externas de este síndrome que observan en la conducta
de algunos de nuestros líderes políticos.
Al principio los contrariaba
argumentándoles que se trataba de una característica casi innata en las mujeres
y hombres que abrazan la carrera de los asuntos públicos, debido, más que todo,
a su necesaria exposición en los medios de comunicación. Incluso les contaba el
chiste, ya muy conocido, del político que al abrir la nevera de su casa a
medianoche, y ver la luz del refrigerador, comenzaba a declarar creyendo, medio
dormido, que se trataba de una cámara de televisión. Sin embargo, les veía el
ceño adusto y, más bien, me recriminaban que viera las cosas con tanta
ligereza, porque era un problema de salud mental más grave de lo que yo creía.
Así fue como uno de los más
reputados psiquiatras –obvio el nombre para que algún energúmeno no se vaya a
sentir aludido y lo vaya a encarar– me explicaba, palabras más o menos, lo
siguiente: Mira Antonio, se dice que estamos en presencia del trastorno de
personalidad megalomaníaca cuando la forma de ser de una persona está influida
por un concepto grandioso de sí mismo, una exagerada autoestima que les lleva a
alterar o filtrar la realidad. Sin embargo, la cosa se agrava, se pone peor, en
los casos llamados de “trastorno delirante megalomaníaco”, que acontece cuando
una persona, en un momento de su vida, se ve inmersa en un delirio y se ve
alguien único, grandioso.
Dentro de ese delirio,
continuaba mi amigo, existe un corte brusco con la realidad objetiva. Para
estos individuos, su visión de sí mismos y de la realidad es la única posible.
La inflexibilidad para reconocer otro tipo de realidad es muy marcada. El
individuo puede pasar de un estado de exaltación a sentirse humillado,
avergonzado. Florece esa parte escondida que coincide con la baja autoestima o
inferioridad. Conviven las dos personalidades, vive una dicotomía, por eso es
un trastorno. Y aquí, Antonio, me decía, es cuando el sujeto de marras se pone
peligroso para la sociedad debido a su influencia pública.
Me seguían explicando, los
otros médicos amigos, que también la megalomanía se considera un síntoma o
expresión de trastornos de personalidad como el narcisismo, la psicopatología o
trastorno social o el histrionismo, trastorno este último que lleva al
individuo a necesitar reconocimiento permanente y ser el centro de atención,
además de presentar rasgos dramáticos, susceptibles, emocionales, que rayan en
la extravagancia.
Al continuar la tertulia, me
precisaban que si alguien tiene afán de ser superior a los demás suele
decantarse por profesiones como la política o por buscar convertirse en
funcionarios de alto rango. Se da en los dos sexos pero se expresa de forma
distinta: el hombre a través del poder, la mujer por la seducción. Aunque
algunos hombres, por el narcisismo inherente a la megalomanía, también
comienzan a creerse Adonis o Casanovas.
El tratamiento psicológico
iría dirigido a hacerles ver que esas creencias de grandeza son falsas.
Intentar derribar la pared de lo que ellos perciben y en lo que creen, para
hacerles ver que es falso. Obviamente, estos pacientes son una rémora para los
partidos políticos, porque no asumen conductas colectivas, en beneficio del
grupo, sino solo cuando el partido coincide con sus intereses individuales,
pues es lo único que alimenta su ego inflamado. Ahora usted, amigo lector, no
caiga en la tentación de buscar personas a quienes encuadrar en conductas
similares, porque de que los hay… uff… los hay, como dirían los orientales
venezolanos… ¡de más!
Al final les pedí que me
confesaran si se trataba de una lucha infructuosa contra esta desviación en
nuestra política vernácula, pero me dieron la buena noticia de que sí se puede
mejorar la enfermedad y recomiendan, entonces, un tratamiento combinado
psicológico y farmacológico con neurolépticos que ayudan a rebajar la
intensidad de la idea delirante.
Sin embargo, me dicen que el
tema es problemático, en nuestra política actual, porque algunos de estos
megalómanos tienen la idea delirante de que hay que participar en elecciones a
todo evento y, los otros, que hay que abstenerse siempre. Los últimos son los
más peligrosos, porque agreden a quien piense diferente. En este último caso
hasta los neurolépticos se hacen ineficaces, porque si los ingieren puede que
les ocurra el efecto contrario y ponerse tan violentos que a quien vean optar
por un cargo de elección popular podrían ordenar como en el Levítico: “Saca al
blasfemo del campamento y que muera apedreado” (Levítico 24:13-16).
Todo según mis amigos
científicos, yo guardé discreto silencio y me vine corriendo, asustado,… a
echarles el cuento.
26-10-18
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