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sábado, 27 de octubre de 2018

La máquina llamada democracia y los maquinistas venezolanos, por @carome31




Carlos Romero Mendoza 26 de octubre de 2018
@carome31

La democracia en América Latina está en crisis, dice el informe 2018 de Freedom House, y previamente Latinobarómetro, en su Informe 2017, advirtió del declive de la democracia latinoaméricana.

Frente a la crisis, el Pew Search Center, realizó una investigación en el 2017 en el cual positivamente destaca que la mitad de los encuestados, en 38 países del mundo, reivindican, valoran y consideran que la democracia representativa es una forma de gobierno “buena” o “bastante buena”.

En el caso específicamente venezolano, el estudio señalado registra que el 71% afirmó que la forma de democracia representativa es “bastante buena” y “muy buena”. Por su parte, el 61% respondió que la democracia directa es “bastante buena” y “muy buena”; en relación con la forma de gobierno de expertos, hubo 46% de aceptación. El gobierno de un líder fuerte registró un 17% de aceptación, frente al 81% de rechazo por parte de los venezolanos y, por último, la opción de un gobierno militar sólo recibió un 24% de aceptación frente al 71% de rechazo.

Para el Pew Search Center, solo el 25% de venezolanos en la primavera de 2017 expresaron estar satisfechos con la democracia, frente al 73% de insatisfacción. El 72% expresó que la economía marchaba bien, frente a un 14% que dijo lo contrario.

El Informe 2017 de Latinobarómetro, precisamente concluyó que en América Latina había una disociación entre el mundo de la economía y el mundo del poder político, lo que se evidencia también en esas cifras del Pew Search Center.

Según Latinobarómetro, Venezuela es el país que registra mayor apoyo a la democracia, pero en un marco de insatisfacción general. De un 26% de satisfacción en el 2016, se redujo a un 13% en el 2017, lo que representa unos 17 puntos por debajo de la media regional de satisfacción con la democracia.

La información estudiada por Latinobarómetro en el 2017 sobre Venezuela le llevó a señalar que “la manera como los venezolanos entienden la democracia es, sin duda, distinta de la manera como responden los ciudadanos de otros países de la región que se refieren a su democracia, y como apoyan esa democracia”.

Por lo tanto se preguntaron: ¿Cómo entienden los venezolanos la democracia?

Para Giovanni Sartori, en su obra La democracia en 30 lecciones, hasta ahora la mejor “máquina” que se ha podido inventar para permitir al hombre ser libre y evitar ser sometido a la voluntad arbitraria y tiránica de otros hombres, es la democracia.

Los “maquinistras” de esa “máqina”, afirma Sartori, son los seres humanos, y en consecuencia el funcionamiento de esa “máquina” queda condicionada a la voluntad y capacidad de los mismos  hombres.

La indiferencia sobre el tipo de régimen democrático para el 25% de los latinoamericanos, según el Informe 2017, es un tema que exige mayor estudio, porque abre la oportunidad a que el populismo se disfrace de democracia en cualquier otro país de la región y entonces, procure destruirla cuando tenga la oportunidad.

En el pasado hemos tenido distintos ejemplos de populismo, pero la destrucción de la democracia venezolana y las consecuencias humanitarias que ello está generando son claramente inéditas.

¿Qué entienden los venezolanos por democracia?, se preguntó el Informe 2017 de Latinobarómetro, y es oportuna la inquietud para reflexionar sobre ello como sociedad.

Según Latinobarómetro, como ya se dijo, el venezolano es consciente del valor de la democracia, pero no está satisfecho con la calidad de ella y, en ese sentido, es muy positivo, a los fines de abordar esa pregunta. Que el mismo Informe 2017 reconozca que la “confluencia de demandas democráticas desde los extremos enfrentados, aun con posiciones bien diversas, coinciden en que dicho sistema es el medio para lidiar con los problemas del país”.

Ello es coherente con el apoyo a la democracia de la enorme mayoría de los venezolanos y claramente condiciona la solución de los problemas del país a la restitución del orden democrático, lo que supone, en principio, restaurar la vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, a los fines de recuperar un orden mínimo en el que procurar el debate más profundo sobre la democracia, sus problemas y posibles soluciones.

Se escribe y se dice fácil, pero hay más de seis millones de venezolanos que no se identifican con los artículos 333 y 350 de la Constitución de 1999, y menos aun con el modelo político, social y económico que allí se plantea. La razón de ello es porque no participaron en ninguno de los procesos de consulta de la constituyente de 1999.

Recordemos que ese proceso político –facilitado jurídicamente por la Corte Suprema de Justicia a través de una interpretación constitucional– fue validado y acompañado por un poco más de tres millones de venezolanos, por lo tanto,  entonces la gran mayoría fue indiferente sobre el tipo de régimen democrático que se estaba debatiendo en ese momento.

El populismo aprovechó ese resultado, la sociedad ignoró debatir la legitimidad del cambio constitucional y, entonces, 20 años después, el populismo se alió con la corrupción y, de manera progresiva, manipulando el tejido legal, irrumpió el orden democrático, hasta lograr desconocer definitivamente el orden constitucional.

Así como sucedió luego de la caída de Pérez Jiménez y también luego de la muerte de Juan Vicente Gómez, la Constitución de 1999 es el único instrumento político capaz de aportar los principios, valores y garantías democráticas necesarias para garantizar una transición política y posteriormente facilitar un proceso de reforma constitucional, que permita lograr el reencuentro de la sociedad venezolana.

Pero el Informe 2017 de Latinobarómetro advierte que ese proceso de transición, con o sin la Constitución de 1999, tiene que valorar un elemento fundamental, clave para la sostenibilidad del proceso político que se inicie con un cambio en Venezuela: el nivel alarmante de desconfianza interpersonal.

Venezuela ocupa uno de los niveles más bajos de confianza interpersonal en América Latina –que tiene un registro promedio de 14%–, el más bajo porcentaje que haya registrado la región en los últimos 20 años. Venezuela registra solo 9% de confianza interpersonal.

Esa realidad evidencia la ruptura o el quiebre de la cohesión social y permite explicar algunas razones por las cuales la sociedad venezolana no logra, en terminos generales, organizarse de manera efectiva para impulsar la restitución del orden democrático, y podría aportar elementos importantes para comprender la respuesta de la sociedad venezolana a los anuncios sobre el diálogo y/o negociación entre oposición y gobierno.

El gran desafío, la urgencia de hoy, no es superar la crisis económica –y menos aún hacer entender al mundo la tragedia que se vive en el país–, es trabajar la cohesión social a los fines de mejorar los niveles de confianza interpersonal para enfrentar con mayor efectividad los desafíos que suponen la organización política y social e impulsar el cambio político en el país.

No podemos construir consensos sobre las expectativas venezolanas frente a la democracia sin espacios de debate, sin el encuentro entre todos los actores de la sociedad civil y, menos aun, en un clima de desconfianza entre la propia sociedad civil.

En Venezuela hay muchos “maquinistas”, pero sin una hoja de ruta que genere confianza y cohesione a los actores sociales. En la medida en que el tiempo avance cada vez será más díficil la labor pedagógica de restaurar esa cohesión social. El régimen juega a ello y los “maquinistas” lo saben.

Carlos Romero Mendoza
@carome31

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