Por Simón García
La derrota se propaga como
un virus que desorganiza, deprime y tumba la acción de las fuerzas de cambio,
desolando la certeza de que pueda sacarse el país del agujero negro donde lo
metió Maduro. Uno de sus efectos, que duele y desarraiga, es la diáspora.
No será fácil sobreponerse,
aunque a diferencia del 2005, ahora existen aceleradores de la recuperación.
Por una parte, la globalización de nuestra crisis convoca a poderes
internacionales cuyo auxilio será indispensable en la salida y en la
reconstrucción del país. Por otra, la contracción cotidiana de mínimos de vida
coloca transversalmente a la sociedad frente a la disyuntiva de enfrentar la
crisis, desde diversos aportes y grados distintos de determinación, o morir en
el intento. Frase que no es en absoluto retórica.
Un tema previo a confirmar o
explorar rutas es determinar a quienes darle la confianza de guiar la marcha
hacia los objetivos. La dirección actual de la oposición debe convencerse que
es la única realmente existente y que no puede pasar a ser un factor de
omisión: o le da respuestas al país o pasa el testigo. Si está debilitada o no
existen condiciones, la misión dirigente es actuar para transformar sus
desventajas competitivas. Los aciertos son los votos para seleccionarlos. Mejor
que unas primarias.
El análisis, inevitablemente
angustioso, de lo que sufre el país nubla el optimismo de la voluntad y nos
exige apresurar, con ideas innovadoras, las demostraciones concretas para
despejar el pesimismo de la razón. En política, es la función de logros y
victorias, por pequeñas que sean, al mover piezas en todos los tableros donde
toca jugar. En todos.
Pero lo primero es
deslindarse, lo que no implica automáticamente ruptura. En el RAE, deslindar
tiene dos acepciones: señalar y distinguir los términos de un lugar. Y la otra,
aclarar una cosa, sin dar ocasión a las confusiones. ¿De cuál unidad formar
parte, mientras sus miembros se despedazan entre sí, sin exponer claramente los
motivos de sus furias y confusiones? ¿Seguirán fragmentándose o se atreverán,
contraviniendo a Maquiavelo, a mostrarle a propios y adversarios cuál es el
juego país de cada uno?
El agravamiento perpetuo de
una crisis unida a la continuación del sistema de dominación de la sociedad,
abre el temor a que el poder se consolide como dato crónico; pero también
ofrece oportunidades para aplicar formas de lucha apropiadas para superar
debilidades y salir de una situación defensiva que amenaza con la
prescindibilidad de la actual oposición. Lo peor del menos deseable de los
mundos: cederle el país a un régimen que se lo engulla como su botín.
La unidad, cuya idealización
ha pasado a ser un mito, no puede ser el bonsái de fanatismos de partido y egos
sin regulación
La unidad, cuya idealización
ha pasado a ser un mito, no puede ser el bonsái de fanatismos de partido y egos
sin regulación. Tampoco una goma que pretenda mantener unidas a dos políticas
que aunque busquen un mismo objetivo, jalan hacia caminos opuestos.
Nuestra situación obliga a
dejar de lado moldes convencionales: deslindar y asegurar una franja de acción
común entre proyectos distintos o incluso contrarios, como es el caso del
chavismo, primer adversario y al mismo tiempo, parte del país que hay que
unificar. A eso se refieren, sin decirlo, los que hablan de unidad superior.
Retomar la política es decir
cuál es la que se propone, por qué, para qué y cómo convertirla en acción
eficaz. Es poner fin al silencio y a la omisión que abandona a la gente a su
propia suerte.
28-10-18
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