Juan Guerrero 18 de octubre de 2018
@camilodeasis
Desearía
pasar mi vejez en Osaka, Japón. O en Alejandría, en Egipto. Quizás en algún
pueblo del mediterráneo, sea Italia o Grecia. Es que se dice que en estos
lugares a los ancianos se les tiene como seres especiales. Se les respeta y
hasta venera.
Los
consideran como seres que mantienen viva la memoria de la familia y los
pueblos. Ellos, simplemente, pasan las horas y los días holgazaneando y
felices. Conversando con sus pares, jugando ajedrez, tomando té o café arábigo
y hablando en la cotidianidad de sus vidas mientras observan el paso del
tiempo.
No hay
prisa. Nadie te apura para nada. Ellos atienden a los niños. Les transmiten el
conocimiento ancestral, las tradiciones de su cultura mientras juegan con
ellos. Hay una ética y una estética en esa relación de respeto e informalidad.
Los actos más trascendentes están dedicados a sonreír, al saludo grato y
efusivo. A los dones sagrados de la existencia, como despertar mientras el sol
se levanta sobre el horizonte. Escuchar con atención, sea al viento como al trinar
de los pájaros o el llamado de quien nos ama. El desayuno espera en la mesa de
la cocina y los amigos de tanto tiempo se reúnen en la esquina.
El
tiempo es apenas un siempre presente que en nada molesta ni distrae de la
sencilla manera del afecto y la sonrisa. Están dedicados a ellos y al Otro
semejante o diferente. A la religiosidad de la práctica de la bondad que
dignifica y ennoblece.
Cuando
ya se está cercano a partir de esta vida nos damos cuenta que la prisa, el
ajetreo y el haber vivido corriendo en la vida, nos restó tiempo para meditar
la existencia. Para disfrutar el paso de los instantes, de esos simples
momentos donde el silencio es parte de la gracia de vivir intensamente.
Vivimos
a la carrera. Raudos y haciendo todo en la rapidez que nos cansa, desgasta y
predispone a la insatisfacción existencial. Al final de la vida es cuando nos
damos cuenta que perdimos los instantes de quietud y reposo. Nos olvidamos de
nuestra cotidianidad, de ejercer esos actos primarios del afecto, de la conversación
sobre la vida. Los amigos. Las miradas, las voces y gestos de esos seres
anónimos como nosotros que se cruzaron en la línea de nuestras vidas.
Porque
si bien es cierto que debemos hacer algunas tareas en lo inmediato. Hay otras,
muchas, que necesitan del reposo y la meditación. La reflexión donde la duda y
el cuestionamiento se hacen imprescindibles. Necesitan tiempo. Porque el
resultado solo se podrá apreciar en lo lejano de la vida.
La
formación educativa es una de ellas. El conocimiento de una relación, sea de
pareja o en la amistad. El arte y la cultura. La ciencia. Son, entre tantas,
experiencias que necesitan meditarse, pensarse mientras se construyen. Porque
ellas exigen su visión poética (poiesis=construcción) que las hace
paulatinamente realidades tangibles en sus actos de vida.
En
estos tiempos de tanta corredera y frenesí de vida acelerada, debemos exigir el
respeto a la quietud y el reposo. Permitir que a esas actividades fundamentales
se les den el tiempo para que puedan florecer. Porque la prisa no es favorable
en actos trascendentes al ser humano.
Las
sociedades que valoran el tiempo del reposo. Que resaltan la presencia de los
ancianos como seres que poseen la sabiduría en su memoria. Son las que más
fortaleza espiritual y vida ética poseen para la prosperidad de sus miembros.
En ellas se aprecia mayor capacidad para la sonrisa espontánea, la solidaridad
y la gratitud permanentes.
Han
aprendido que al otorgarle valor al reposo, la reflexión adecuada y la práctica
de vida en grupo, aparecen las verdaderas y reales riquezas de la existencia.
Porque nada más esplendoroso hay en la vida como servir al Otro y obtener al
final la sonrisa plena como respuesta mientras te estrechan fuertemente la mano
y te abrazan en gratitud.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico