Francisco Fernández-Carvajal 16 de octubre de 2018
— Jesucristo quiso ser tentado, nosotros
también sufriremos tentaciones y pruebas. En la tentación se muestra nuestro
amor a Dios y la fidelidad a los compromisos que con Él tenemos.
— Qué
es la tentación. Bienes que puede producir.
—
Medios para vencer.
I. No
nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal,
rogamos al Señor en la última petición del Padrenuestro.
Después
de haber pedido a Dios que nos perdone los pecados, le suplicamos enseguida que
nos dé las gracias necesarias para no volver a ofenderle y que no permita que
seamos vencidos en las pruebas que vamos a padecer, pues «en el mundo la vida
misma es una prueba (...). Pidamos, pues, que no nos abandone a nuestro
arbitrio, sino que en todo momento nos guíe con piedad paterna y nos confirme
en el sendero de la vida con moderación celestial. Y líbranos del mal.
¿De qué mal? Del diablo, de quien procede todo mal»1.
El diablo, que existe, que no deja de rondar alrededor de cada criatura para
sembrar la inquietud, la ineficacia, la separación de Dios. «Hay épocas –hacía
notar el Papa Juan Pablo II– en las que la existencia del mal entre
los hombres se hace singularmente evidente en el mundo. Aparece entonces con
más claridad cómo los poderes de las tinieblas, que actúan en el hombre y a
través de él, son mayores que el mismo hombre. Lo cercan, lo asaltan desde
fuera.
»Se
tiene la impresión de que el hombre actual no quiere ver ese problema. Hace
todo lo posible por eliminar de la conciencia general la existencia de esos
“dominadores de este mundo tenebroso”, esos “astutos ataques del diablo” de los
que habla la Carta a los Efesios. Con todo, hay épocas históricas en las que
esa verdad de la Revelación y de la fe cristiana, que tanto cuesta aceptar, se
expresa con gran fuerza y se percibe de forma casi palpable»2.
Jesús,
nuestro Modelo, quiso ser tentado para enseñarnos a vencer y para que nos
llenemos de ánimo y de confianza en todas las pruebas. No es nuestro
Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas; antes, fue
tentado en todo a semejanza de nosotros, fuera del pecado3.
Seremos tentados de una forma u otra a lo largo de la vida. Quizá más cuanto
mayor sea nuestro deseo de seguir a Cristo de cerca. La gracia que hemos
recibido en el Bautismo y ha aumentado por nuestra correspondencia se verá
amenazada hasta el último momento en que dejemos este mundo. Hemos de estar
alerta, con la vigilia del soldado en el campamento. Y hemos de tener siempre
presente que nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas4.
Podemos vencer en toda circunstancia si huimos de las ocasiones y pedimos los
auxilios oportunos. Y «si alguno aduce la excusa de que la debilidad de la
naturaleza le impide amar a Dios, se le debe enseñar que Él, que requiere
nuestro amor, ha derramado en nuestros corazones la virtud de la caridad por
medio del Espíritu Santo (Rom 5, 5); y nuestro Padre celestial da
este buen espíritu a quienes se lo piden (cfr. Lc 9, 13); y
así, con razón le suplicaba San Agustín: Da lo que mandas, y manda lo
que quieras. Y ya que está a nuestra disposición el auxilio divino (...),
no hay por qué asustarse por la dificultad de la obra; porque nada es difícil
para el que ama»5.
La
tentación en sí misma no es mala; es más, es una ocasión de mostrar al Señor
que le amamos, que le preferimos a cualquier otra cosa, y medio para crecer en
las virtudes y en la gracia santificante. Bienaventurado el varón -enseña
la Escritura- que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la
corona de la vida, que Dios prometió a los que le aman6.
Pero, aunque la prueba en sí misma no es un mal, sería una presunción desearla
o provocarla de alguna manera. Y en sentido contrario, sería un gran error
temerla excesivamente, como si no confiáramos en las gracias que el Señor nos
tiene preparadas para vencer, si acudimos a Él en nuestra debilidad. «No te
turbes si al considerar las maravillas del mundo sobrenatural sientes la otra
voz –íntima, insinuante– del hombre viejo.
»Es
“el cuerpo de muerte” que clama por sus fueros perdidos... Te basta la gracia:
sé fiel y vencerás»7.
II.
Tentar –enseña Santo Tomás– no es otra cosa que tantear, poner a prueba. Tentar
al hombre es poner a prueba su virtud8.
La tentación es todo aquello –bueno o malo en sí mismo– que en un momento dado
tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios. Podemos
padecer tentaciones que vienen de la propia naturaleza, herida por el pecado
original e inclinada al pecado: nacemos con el desorden de la concupiscencia y
de los sentidos. El demonio incita al mal, aprovechando esa debilidad y
prometiendo una felicidad que él no tiene ni puede dar. Estad alerta y
velad, advierte San Pedro, que vuestro adversario el diablo, como
león rugiente, anda rondando y buscando a quien devorar9.
Solo «quien confía en Dios no teme al demonio»10.
Junto
al diablo están aliados el mundo y nuestras propias pasiones,
que nos acompañarán siempre. El mundo, en este sentido, está
constituido por todo aquello que aleja de Dios: las criaturas que parecen vivir
exclusivamente para su amor propio, su vanidad y su sensualidad; los que tienen
los ojos puestos solo en las cosas de la tierra: el dinero y un desordenado
deseo de bienestar material, que se considera en la práctica como lo único que
realmente vale la pena. Para ellos, son locura y algo propio de siglos atrás el
necesario desprendimiento de las cosas de la tierra, la amable austeridad
cristiana, la castidad... La mortificación voluntaria, sin la cual no se puede
ir adelante en el seguimiento de Cristo, es mirada como necedad. Están
incapacitados para entender las cosas de Dios, y querrían inculcar a los demás
sus principios, un sentido de la vida en el que Dios no tiene lugar o bien
ocupa un puesto muy alejado y secundario. Con palabras, y sobre todo con su
ejemplo, se empeñan en llevar a otros por el camino ancho por el que ellos
corren. A veces intentan desalentar al que quiere ser consecuente con los
principios cristianos, y se burlan de su vida y de sus ideas.
Dios
permite que seamos tentados porque persigue un bien superior. En su Providencia
ha dispuesto que también de las pruebas saquemos provecho. A veces son un medio
insustituible para acercarnos filialmente a Él.
La
tentación es, frecuentemente, como una bengala que ilumina las profundidades
del alma. En la tentación y en la dificultad podemos ver nuestra capacidad real
de generosidad, de espíritu de sacrificio, de rectitud de intención..., y también
la envidia oculta, la avaricia enmascarada bajo la fachada de falsas
necesidades, la sensualidad, la soberbia..., la capacidad de mal que hay en
cada uno. En esos momentos podemos crecer en el propio conocimiento y, como
consecuencia, en la humildad. Nos hace ver lo débiles que somos y lo cerca que
estaríamos del pecado si el Señor no nos ayudara. Es más fácil entonces pedir
auxilio y amparo. ¡Cuántas veces hemos de rezar, conscientes de lo que decimos,
a nuestro Padre Dios: no nos dejes caer en la tentación y líbranos del
mal! Las pruebas nos enseñan a disculpar con más facilidad los
defectos de los demás y a darnos cuenta de que, al fin y al cabo, es una mota
de polvo lo que llevan en el ojo, en comparación con la viga que hemos visto en
el nuestro. Por eso, nos ayudan a vivir mejor la caridad, a comprender más y a
estar dispuestos a rezar y a prestar la cooperación y el socorro que están a
nuestro alcance.
La
tentación impulsa a crecer en las virtudes. Rechazar una duda contra la fe
despierta un acto de fe; cortar una incipiente murmuración es crecer en el
respeto a los demás; apartar con prontitud un mal pensamiento contra la
castidad es ganar en finura en el trato con el Señor. Una época especialmente
difícil en tentaciones, que se puede presentar en cualquier edad y momento de
la vida interior, será una ocasión excelente para aumentar la devoción a la
Virgen, para crecer en humildad, para ser más dóciles y sinceros en la
dirección espiritual... No debemos asustarnos ni desanimarnos. Nada nos separa
de Dios si la voluntad no lo permite. Nadie peca si no quiere. Ese tiempo
difícil, si el Señor lo permitiera, es época de adelantar mucho en la vida
interior y de purificar el corazón.
La
tentación puede ser una fuente inagotable de gracias y de méritos para la vida
eterna. Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te
probara11. Con estas palabras consoló el Ángel a Tobías en medio de su
prueba. También han servido a muchos cristianos a la hora de sus tribulaciones.
III. Para
vencer, hemos de pedir ayuda a Nuestro Señor, que está siempre de nuestra parte
en la pelea. Él lo puede todo: Confiad, Yo he vencido al mundo12.
Y, junto a Cristo, nosotros podemos decir: Omnia possum in eo qui me
confortat. Todo lo puedo en Aquel que me confortará13. Dominus
illuminatio mea et salus mea, ¿quem timebo? El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré?14.
Contamos
en las tentaciones con el auxilio poderoso de los Ángeles Custodios, puestos
por nuestro Padre Dios para que nos protejan siempre que lo necesitemos: Te
enviará a sus ángeles para que no tropieces en piedra alguna15.
A ellos acudiremos con mucha frecuencia, pidiéndoles ayuda, pero de modo
especial en las tentaciones. El Ángel Custodio es un formidable amigo, presto a
ayudarnos en los momentos de mayor peligro y necesidad.
Estamos
alerta contra las tentaciones cuando cuidamos la oración personal, que evita la
tibieza, y no dejamos la mortificación, que nos mantiene despiertos en las
cosas de Dios. Somos fuertes cuando huimos de las ocasiones de pecar, por
pequeñas que parezcan, pues sabemos que quien ama el peligro perecerá
en él16; cuando tenemos el día lleno de trabajo intenso, evitando la
ociosidad y la pereza. Además, debemos tener en cuenta que es más fácil
resistir al principio, cuando la tentación se insinúa, que si permitimos que
vaya tomando cuerpo, «pues entonces no dejamos pasar al enemigo de la puerta
del alma. Por esto se suele decir: “resiste a los principios; tarde viene el remedio
cuando la llaga es vieja”»17.
Aunque, incluso cuando «la llaga es vieja», se puede, con humildad, encontrar
el remedio oportuno.
Combatimos
eficazmente las tentaciones manifestándolas con toda sinceridad en la dirección
espiritual, pues mostrarlas es ya casi vencerlas. Y si acudimos a la Virgen,
Nuestra Señora, siempre saldremos vencedores, aun de las pruebas en que nos
sentíamos más perdidos.
1 San
Pedro Crisólogo, Sermón 67. —
2 Juan
Pablo II, Homilía 3-V-1987. —
3 Heb 4,
15. —
4 Cfr. 1
Cor 10, 13. —
5 Catecismo
Romano III, 1, n. 7. —
6 Sant 1,
12. —
7 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 707. —
8 Cfr. Santo
Tomas, Sobre el Padrenuestro, en Escritos de
catequesis, p. 160. —
9 1
Pdr 5, 8. —
10 Tertuliano, Tratado
sobre la oración, 8. —
11 Tob 12, 13. —
12 Jn 16, 23. —
13 Flp 4, 13. —
14 Sal 26, 1. —
15 Sal 90, 11. —
16 Eclo 3, 27.—
17 T.
Kempis, Imitación de Cristo, 1, 13, 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico