Vladimiro Mujica 16 de octubre de 2018
No hay
forma de insistir suficientemente en que no hay reemplazo a la existencia de
una dirección política en circunstancias en las que se pretende articular la
respuesta de un pueblo a un poder opresivo. Esto vale especialmente en el caso
de una guerra o de una invasión, circunstancias ambas presentes en el caso de
Venezuela, donde por un lado el gobierno adelanta una guerra de represión
política y de hambre contra el pueblo y, por el otro, se ha ido produciendo una
lenta invasión de militares y funcionarios de seguridad e inteligencia cubanos
y de otras nacionalidades que controlan crecientes espacios de la vida del
país.
La
brutal arremetida del gobierno no encuentra respuesta adecuada en una oposición
que todavía no termina de asumir que es imposible resistir sin unirse, y que
esa unión tiene que poderle hablar de manera articulada tanto al mundo opositor
civil, como al chavismo descontento, a los militares constitucionalistas y al
mundo internacional. Muchas son las demostraciones de incoherencia, pero escojo
tres de mucha relevancia para ilustrar mi argumentación.
La increíble y triste historia del Tribunal
Supremo en el exilio
Si
algo debiera unificar a la oposición venezolana y su liderazgo es el apoyo a la
decisión de la Asamblea Nacional sobre el enjuiciamiento a Nicolás Maduro. Esta
decisión, de acuerdo con la constitución, debe ser analizada por el TSJ y se
espera un pronunciamiento sobre la materia. Tal decisión es requisito
imperativo para que se activen otros mecanismos nacionales e internacionales de
presión y acción contra el régimen de Maduro.
La pregunta que sigue sin resolverse es: ¿Hasta qué punto entienden los
magistrados, que actúan desde varios países diferentes que les han ofrecido
cobijo y apoyo, que su decisión es un grado superlativo tanto política como
jurídico-legal? La ventana de tiempo para actuar es muy breve, tanto frente a
un gobierno audaz y envalentonado, como frente a una crisis de credibilidad en
torno a la AN y al TSJ en el exilio. Crisis ésta que se ve incomprensiblemente
azuzada por las propias fuerzas de la oposición que pretenden exigir una acción
imposible del tribunal para auto-limpiar sus filas de corruptos y agentes
escondidos del chavismo. No son los tiempos de estas marionetas, y esto tampoco
se entiende en el inefable paredón de fusilamiento de las redes sociales, desde
donde se dispara inclementemente contra lo que podría ser uno de los últimos
bastiones institucionales frente al chavismo.
Amigos hoy, enemigos mañana, amigos otra
vez …
Si en
algún terreno se expresa con dramática fuerza la ausencia de dirección de la
oposición venezolana, o la resistencia, como se prefiera calificarla, es en el
tratamiento de los aliados internacionales. Un ejemplo calamitoso es el caso
del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, un hombre que ha hecho más por
Venezuela que muchos venezolanos, y cuyas posiciones son alternativamente
alabadas y demonizadas por distintos sectores de la oposición. Un liderazgo
opositor serio, unificado y comprometido, entendería que Almagro es un aliado
de alto calibre y que a pesar de que tenga opiniones que puedan diferir de sus actuaciones,
lanzarlo al pantano del “injerencismo en los asuntos internos de Venezuela” es
un acto inentendible.
En la
misma dirección están las actuaciones erráticas con el Grupo de Lima. Un apoyo
internacional fundamental para la causa de la democracia en Venezuela, es
demolido en las redes sociales y en las declaraciones de muchos voceros
opositores por una infortunada nota que parecía indicar un giro en relación a
la posición del grupo sobre Maduro y su gobierno criminal. Luego se vino a
saber que la nota había sido la obra en la oscuridad de funcionarios menores y
que no representaba la posición de los cancilleres. Fue la acción del Grupo de
Lima esencial para la condena a Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos de
la ONU en Ginebra y para el “fó” que en términos coloquiales se le dispensó a
Maduro en la reciente Asamblea General de la ONU.
Las leyendas urbanas del comunismo del
partido Demócrata y
la ultraderecha republicana en los Estados
Unidos
Una de
las distorsiones más importantes en la política norteamericana de estos últimos
tiempos es la que pretende presentar al partido Demócrata en su conjunto como
una organización infiltrada por socialistas y comunistas que propician una
alianza con sectores de la izquierda autoritaria internacional. Igualmente
importante es la distorsión que pretende describir al partido Republicano en su
conjunto como una organización de ultra derecha. A la campaña anti-demócrata se han unido
importantes sectores de la oposición venezolana que se identifican con el
partido Republicano con el argumento de que el gobierno de Trump tiene una
posición dura con el narco-régimen venezolano, mientras que la administración
de Obama mantenía una política blandengue en relación al chavismo. A la campaña
anti-republicana se han unido sectores de la oposición que se conceptúan a sí
mismos como social y políticamente de avanzada. Ambas posiciones son
extremistas y contribuyen a incrementar el grave riesgo de polarización en que
se encuentra inmersa la sociedad norteamericana. Deberíamos haber aprendido
algo de lo que ocurrió en Venezuela cuando se permitió el deterioro del sistema
de partidos y se abrió la puerta al Comandante Galáctico. Algo que debería ser
de mucha importancia para los venezolanos que viven en los Estados Unidos y que
en buena parte tienen ciudadanía doble. Tanto los demócratas como los
republicanos han cometido errores graves y cuentan en su seno con sectores
extremistas: la derecha religiosa en el caso republicano y el sector más
liberal de los demócratas que apoyó a Sanders. Dicho eso, del equilibrio entre
ambos partidos y de la participación ciudadana depende en gran medida que se
mantenga el sistema de “checks and balances” entre poderes que le ha permitido
sobrevivir a la gran democracia norteamericana. Los retos van en otra
dirección: reinventar el capitalismo es una tarea compleja que nos debería
comprometer a quienes creemos en la libertad de pensar y actuar. Como señaló con aguda precisión el filósofo
de Harvard Michel Sandel en ocasión de una entrevista que le hiciera El País
por haber sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias, “Un capitalismo
sin regular genera desigualdad, destruye las comunidades y despoja de su poder
a los ciudadanos. Fomenta una ira de la que acaba siendo víctima la democracia
…”
Una
dirección política seria de la oposición venezolana entendería que la crisis de
nuestro país es muy severa y que requiere un esfuerzo global, bi-partidista,
que comprometa el apoyo tanto de los demócratas como de los republicanos en las
acciones que emprendan los Estados Unidos, conjuntamente con el Grupo de Lima y
la Unión Europea, para apoyar el restablecimiento de la democracia en Venezuela
y aliviar la crisis humanitaria compleja que agobia al país. Esa consideración
le llevaría a reconocer los aciertos y criticar los desaciertos de determinada
administración sin caer en los nefastos caminos de contribuir a la polarización
interna del país. Ese mismo liderazgo debería clarificar ante el mundo que la
supuesta idea socialista que presuntamente defendían Chávez y sus acólitos, y
que todavía reúne un importante apoyo internacional, se ha transformado en un
grosero ejercicio autoritario y criminal de guerra contra su propio pueblo que
no puede ser defendido en ningún contexto.
Una reflexión final
Quiero
terminar recordando el ejemplo del general De Gaulle en Londres tratando de
hacerse con un liderazgo no reconocido por los aliados. Fue su visión política
de largo aliento la que le permitió ser reconocido finalmente como la voz de la
Francia Libre. No hay que ser mezquino en reconocer los inmensos sacrificios, a
veces pagar con su propia vida, de los líderes políticos de la oposición
venezolana. Pero todavía nos falta un largo camino por recorrer para que
nuestro liderazgo actúe con la sabiduría de De Gaulle. Y ya van más de 20 años
de destrucción del país.
Vladimiro
Mujica
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