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miércoles, 17 de octubre de 2018

Política en tiempos de guerra, por Vladimiro Mujica




Vladimiro Mujica 16 de octubre de 2018

No hay forma de insistir suficientemente en que no hay reemplazo a la existencia de una dirección política en circunstancias en las que se pretende articular la respuesta de un pueblo a un poder opresivo. Esto vale especialmente en el caso de una guerra o de una invasión, circunstancias ambas presentes en el caso de Venezuela, donde por un lado el gobierno adelanta una guerra de represión política y de hambre contra el pueblo y, por el otro, se ha ido produciendo una lenta invasión de militares y funcionarios de seguridad e inteligencia cubanos y de otras nacionalidades que controlan crecientes espacios de la vida del país.

La brutal arremetida del gobierno no encuentra respuesta adecuada en una oposición que todavía no termina de asumir que es imposible resistir sin unirse, y que esa unión tiene que poderle hablar de manera articulada tanto al mundo opositor civil, como al chavismo descontento, a los militares constitucionalistas y al mundo internacional. Muchas son las demostraciones de incoherencia, pero escojo tres de mucha relevancia para ilustrar mi argumentación.

La increíble y triste historia del Tribunal Supremo en el exilio

Si algo debiera unificar a la oposición venezolana y su liderazgo es el apoyo a la decisión de la Asamblea Nacional sobre el enjuiciamiento a Nicolás Maduro. Esta decisión, de acuerdo con la constitución, debe ser analizada por el TSJ y se espera un pronunciamiento sobre la materia. Tal decisión es requisito imperativo para que se activen otros mecanismos nacionales e internacionales de presión y acción contra el régimen de Maduro.  La pregunta que sigue sin resolverse es: ¿Hasta qué punto entienden los magistrados, que actúan desde varios países diferentes que les han ofrecido cobijo y apoyo, que su decisión es un grado superlativo tanto política como jurídico-legal? La ventana de tiempo para actuar es muy breve, tanto frente a un gobierno audaz y envalentonado, como frente a una crisis de credibilidad en torno a la AN y al TSJ en el exilio. Crisis ésta que se ve incomprensiblemente azuzada por las propias fuerzas de la oposición que pretenden exigir una acción imposible del tribunal para auto-limpiar sus filas de corruptos y agentes escondidos del chavismo. No son los tiempos de estas marionetas, y esto tampoco se entiende en el inefable paredón de fusilamiento de las redes sociales, desde donde se dispara inclementemente contra lo que podría ser uno de los últimos bastiones institucionales frente al chavismo.

Amigos hoy, enemigos mañana, amigos otra vez …

Si en algún terreno se expresa con dramática fuerza la ausencia de dirección de la oposición venezolana, o la resistencia, como se prefiera calificarla, es en el tratamiento de los aliados internacionales. Un ejemplo calamitoso es el caso del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, un hombre que ha hecho más por Venezuela que muchos venezolanos, y cuyas posiciones son alternativamente alabadas y demonizadas por distintos sectores de la oposición. Un liderazgo opositor serio, unificado y comprometido, entendería que Almagro es un aliado de alto calibre y que a pesar de que tenga opiniones que puedan diferir de sus actuaciones, lanzarlo al pantano del “injerencismo en los asuntos internos de Venezuela” es un acto inentendible.

En la misma dirección están las actuaciones erráticas con el Grupo de Lima. Un apoyo internacional fundamental para la causa de la democracia en Venezuela, es demolido en las redes sociales y en las declaraciones de muchos voceros opositores por una infortunada nota que parecía indicar un giro en relación a la posición del grupo sobre Maduro y su gobierno criminal. Luego se vino a saber que la nota había sido la obra en la oscuridad de funcionarios menores y que no representaba la posición de los cancilleres. Fue la acción del Grupo de Lima esencial para la condena a Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra y para el “fó” que en términos coloquiales se le dispensó a Maduro en la reciente Asamblea General de la ONU.

Las leyendas urbanas del comunismo del partido Demócrata y
la ultraderecha republicana en los Estados Unidos

Una de las distorsiones más importantes en la política norteamericana de estos últimos tiempos es la que pretende presentar al partido Demócrata en su conjunto como una organización infiltrada por socialistas y comunistas que propician una alianza con sectores de la izquierda autoritaria internacional. Igualmente importante es la distorsión que pretende describir al partido Republicano en su conjunto como una organización de ultra derecha.  A la campaña anti-demócrata se han unido importantes sectores de la oposición venezolana que se identifican con el partido Republicano con el argumento de que el gobierno de Trump tiene una posición dura con el narco-régimen venezolano, mientras que la administración de Obama mantenía una política blandengue en relación al chavismo. A la campaña anti-republicana se han unido sectores de la oposición que se conceptúan a sí mismos como social y políticamente de avanzada. Ambas posiciones son extremistas y contribuyen a incrementar el grave riesgo de polarización en que se encuentra inmersa la sociedad norteamericana. Deberíamos haber aprendido algo de lo que ocurrió en Venezuela cuando se permitió el deterioro del sistema de partidos y se abrió la puerta al Comandante Galáctico. Algo que debería ser de mucha importancia para los venezolanos que viven en los Estados Unidos y que en buena parte tienen ciudadanía doble. Tanto los demócratas como los republicanos han cometido errores graves y cuentan en su seno con sectores extremistas: la derecha religiosa en el caso republicano y el sector más liberal de los demócratas que apoyó a Sanders. Dicho eso, del equilibrio entre ambos partidos y de la participación ciudadana depende en gran medida que se mantenga el sistema de “checks and balances” entre poderes que le ha permitido sobrevivir a la gran democracia norteamericana. Los retos van en otra dirección: reinventar el capitalismo es una tarea compleja que nos debería comprometer a quienes creemos en la libertad de pensar y actuar.  Como señaló con aguda precisión el filósofo de Harvard Michel Sandel en ocasión de una entrevista que le hiciera El País por haber sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias, “Un capitalismo sin regular genera desigualdad, destruye las comunidades y despoja de su poder a los ciudadanos. Fomenta una ira de la que acaba siendo víctima la democracia …”

Una dirección política seria de la oposición venezolana entendería que la crisis de nuestro país es muy severa y que requiere un esfuerzo global, bi-partidista, que comprometa el apoyo tanto de los demócratas como de los republicanos en las acciones que emprendan los Estados Unidos, conjuntamente con el Grupo de Lima y la Unión Europea, para apoyar el restablecimiento de la democracia en Venezuela y aliviar la crisis humanitaria compleja que agobia al país. Esa consideración le llevaría a reconocer los aciertos y criticar los desaciertos de determinada administración sin caer en los nefastos caminos de contribuir a la polarización interna del país. Ese mismo liderazgo debería clarificar ante el mundo que la supuesta idea socialista que presuntamente defendían Chávez y sus acólitos, y que todavía reúne un importante apoyo internacional, se ha transformado en un grosero ejercicio autoritario y criminal de guerra contra su propio pueblo que no puede ser defendido en ningún contexto.

Una reflexión final

Quiero terminar recordando el ejemplo del general De Gaulle en Londres tratando de hacerse con un liderazgo no reconocido por los aliados. Fue su visión política de largo aliento la que le permitió ser reconocido finalmente como la voz de la Francia Libre. No hay que ser mezquino en reconocer los inmensos sacrificios, a veces pagar con su propia vida, de los líderes políticos de la oposición venezolana. Pero todavía nos falta un largo camino por recorrer para que nuestro liderazgo actúe con la sabiduría de De Gaulle. Y ya van más de 20 años de destrucción del país.

Vladimiro Mujica

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