Américo Martín 16 de octubre de 2018
Más de
18 millones de ventaja le sacó Jair Bolsonaro a Fernando Haddad. El analista
Paulo Sotero apreció que el sesgo anti bolsonaro de la elección cambió
bruscamente enfilándose contra el PT. Quiere decir que impedir el retorno de
Lula-PT prevaleció sobre las negatividades de la retórica ultraderechista. Fue
el voto-castigo, la ira, lo que se acaba de pronunciar en Brasil
Una
tarea homérica espera a Haddad: lograr que una masa descomunal de votantes
abandone a Bolsonaro en el tiempo que va del 12 al 28 de octubre, o no le sume
el algo menos de 4% que le falta. Seguramente Haddad acentuará el perfil de la
moderación y la inclusión pero le costará mostrarse libre de la tutoría de
Lula, cosa que con seguridad le recomendará el experimentado reo.
No es
sencillo desarticular los factores que causaron la hecatombe de Lula y el PT.
Diría que cuatro de ellos fueron determinantes.
El
primero, el fracaso insondable del modelo venezolano, que Brasil no quiere ni a
palos repetir.
El
segundo, la vergonzosa corrupción que arrastró a la cárcel al popular Lula y a
muchos otros líderes de su partido.
El
tercero, la agonía de la armazón latinoamericana coronada por la ALBA, hoy
reducida virtualmente a escombros. Arrancó con galope de pura sangre y ahora
mengua en cansino trote asnal.
Y el
cuarto, el retroceso económico de Brasil, con un drama social intensificado aun
sin llegar al extremo de la tragedia madurista. La primera potencia
latinoamericana necesita fortalecer el mercado, reconstruir la confianza y
atraer inversiones. Geraldo Alkmin era “El candidato de los mercados” pero al
final decidió sumarse a Bolsonaro atraído por una posible victoria en primera
vuelta.No es probable que esa franja electoral (10%) se desdiga.
Se
recuerdan, con justificada alarma, la homofobia, el racismo y el antifeminismo
de Bolsonaro. Si las encarnara en actos administrativos y de gobierno
levantarían en su contra un muro de hostilidad y rechazo. El ultraderechismo es
grave como lo es todo extremismo. Brasil no merece pendular entre la pavorosa
corrupción populista y el retorno a la Edad Media.
Otto
von Bismarck, el fuerte canciller que logró la unidad de Alemania, era un duro
ultraderechista, sin embargo dotado de un brillante sentido pragmático que le
permitió aprovechar los imperativos de la realidad. Bolsonaro ha salpicado su
estilo de un agresivo fundamentalismo que le causará problemas si no puede
controlarlo. Dados los peligros que afrontará el gran país hermano, ojalá
prefiera al menos a Bismarck, quien ganó la guerra franco-prusiana sin
ensimismarse en excesos extremistas ni dejar de usar la mano izquierda.
El
liderazgo depende ahora de entramadas realidades globales más que de solitarias
pulsiones personales. La corriente hemisférica va hacia la
democracia y rechaza las dictaduras de cualquier signo, no importa las virtudes
que se arroguen, porque a los hombres -que dijera Maquiavelo- no hay que
juzgarlos por sus declaraciones de virtud.
¡Si
fue válido en el siglo XVI, cuánto más podría serlo en la huracanada nueva
realidad!
Américo
Martín
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