MIBELIS ACEVEDO DONÍS 18 de octubre de 2018
@Mibelis
Reaparece
la palabrita incómoda y la rabiosa piel se eriza. “¡Colaboracionista!”, se
espeta sin rubor a sus promotores y se demonizan a priori las agendas, no
importa cuán diáfanos sean los historiales involucrados. Decir “entendimiento”
en Venezuela supone alistarse para la lapidación, asumir que en el paredón
alzado por los impolutos habrá un lugarcito para quien ose farfullar las
sílabas vedadas. A ese triste punto nos llevó el deslave del intercambio
público: a negar que vivir en esta beligerante y erosionada polis exige apelar
al logos que articula, realidad de por medio, las angustias y aspiraciones
colectivas.
Sabiendo
que las opciones menguan para una oposición atomizada que enfrenta a un
disfuncional, pero todavía fornido Leviatán, la postración del país debería ser
motivo suficiente para presionar por acuerdos. Sumidos en la noche de estos
sótanos, atenazados por la obscena arbitrariedad del mandón y virtualmente
desarmados, luce justo considerar la vía del pragmatismo político; y apostar a
aquella acción que, efectivamente, produzca resultados tangibles, hic et nunc.
Sí:
aun cuando el argumento moral nos asista, aun cuando el rigor de ciertos
principios incite a atrancar puertas y tragaluces, la realidad sigue lanzando
fardos inobjetables: ¿cuál es la amenaza real con la que lidia el régimen hacia
lo interno; cuánto en ella perfila una oferta que interese mirar en una puja
sin aliados? ¿Alguna de las oposiciones tiene el capital político que le
permita reducir su propuesta a un apolíneo “todo o nada”? ¿Podemos darnos el
lujo de desairar la ocasión de explorar un “proceso político” (Mogherini dixit)
que, asistido por la mesura de una comunidad internacional consciente al fin de
nuestro protagonismo, nos aparte de la catástrofe que hoy engulle vidas y esperanzas
con la misma grosera avidez de Pantagruel?
Sorprende,
sin duda, que las elementales claves de la antipolítica, el pathos
desnaturalizando el beneficio de la palabra e hincando su espina en las
vísceras encrespadas, siga dando buena guarida al extremismo. Pero por sus
obras (o por sus vacíos) los conoceréis: hasta hoy, tales espasmos solo han
servido para solapar la inacción. Ajenos a la sensata disposición a abrir
trochas cuando la autopista colapsa, jamás ganados para la tarea de transitar
el camino largo, espinoso y ahíto de entresijos, mucho menos serán tentados por
la invitación a capitalizar un liderazgo creativo, flexible. “Fiat justitia, et
pereat mundus”: es la apuesta a la orgullosa petrificación, no importa que “el
mundo perezca”. Una que prescinde del alcance concreto de las decisiones, del
daño mordiente de la emergencia, del humano ahogo que a la política concierne
gestionar.
No
obstante, el encuentro que -gracias a las gestiones del Grupo de Boston- juntó
al senador Bob Corker con diversos sectores de la sociedad venezolana, brinda
otras señales. (Luego de la estampa del atrabiliario Trump dando la mano al
tirano reilón de Corea del Norte y del vehemente voto de “no más amenazas”, es
posible que las intransigencias respecto al diálogo político sigan
moderándose). Presto a escuchar y empaparse in situ de las angustias y visiones
de sus interlocutores, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del
Senado de EEUU no prometió de entrada diálogos ni mediaciones, lo cual ya es un
giro llamativo. “Fuimos allá para tener una idea de cómo avanzar”, dijo al
regresar a su país. Aún cuando la política de sanciones sigue en pie, una
relación signada por la confrontación adquiere inesperados matices.
Algo
perturba. Y es que el balance de tales políticas desemboca en la desilusión que
sabemos: el gobierno no-reconocido continúa allí, la crisis sigue drenando
nuestros bríos, el caótico éxodo rebasa la capacidad de contención de los
vecinos… ¿qué más hacer, entonces?
“Nadie
ha hablado de modificar las sanciones”, aclara por su parte Josep Borrell, sino
de “explorar vías por las que se pueda facilitar un diálogo… La posición de
España es la misma que la de la alta representante: no puede haber una solución
que pase por la intervención militar” o que omita “un acuerdo entre
venezolanos”. Tras la declaración del ministro español de Exteriores es obvio
que la preocupación por la falta de avances arropa también a la UE. Aún
admitiendo que "no hay condiciones para una mediación ni un diálogo en Venezuela”,
la propia Federica Mogherini habla de “establecer un grupo de contacto y ver si
hay condiciones para facilitar un proceso político”.
Privilegiar
soluciones y resultados, antes que prejuicios; ampliación de la interlocución,
rechazo del pensamiento binario y las verdades absolutas, la vuelta puntual a
cierta razón instrumental: el giro pragmático de estas últimas movidas quizás
habla de un nuevo abordaje del nudo venezolano. Toca esperar por frutos más
nítidos, claro; pero aún sin grandes expectativas, alivia distinguir la brega
por superar el atasco. Que no sean las obras de Pantagruel, en fin, las que
ganen la partida.
MIBELIS
ACEVEDO DONÍS
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