Trino Márquez 18 de octubre de 2018
@trinomarquezc
La
propuesta del gobierno español, a través de su canciller, Josep Borrel, de
cambiar la línea de sanciones contra Nicolás Maduro por iniciativas que
propicien el diálogo entre el Gobierno y la oposición venezolanas, fue
respondida de inmediato por un grupo de dirigentes en el exilio y de los que
aún permanecen en Venezuela, señalando que no existen condiciones para tal
diálogo, y que la iniciativa representa una cortina de humo de Podemos, el Psoe
y Pedro Sánchez para permitirle al mandatario venezolano ganar tiempo frente al
acoso al que está sometido en el plano internacional y para disimular la grave
crisis doméstica.
Maduro,
sin duda, necesita ganar tiempo. El mundo se le vino encima. Carece de
credibilidad. Se encuentra aislado. Ningún inversionista importante, incluidos
los chinos, quieren traer sus capitales a Venezuela. La inseguridad jurídica,
la corrupción y la ineptitud forman un coctel letal. Depende del oxígeno que le
transmiten los militares. Sabe que el cable que lo conecta a esa bombona puede
obstruirse en cualquier momento. Trump llamó a las Fuerzas Armadas a restituir
el hilo constitucional. La amenaza de llevarlo a la CPI por parte de un número
creciente de países, pende sobre su cabeza.
Todas
estas son verdades evidentes. Sin embargo, también es cierto que tanto él como
sus colaboradores más cercanos y comprometidos con las fechorías del régimen,
para no hundirse aún más, necesitan contar con vías de escape que permitan un
cambio progresivo hacia un nuevo gobierno, que inevitablemente, al menos
durante su fase inicial, deberá incluir gente vinculada con el madurismo.
En el
país existen condiciones para que la oposición inicie un diálogo con el
Gobierno por el acoso al que éste se halla sometido y, sobre todo, por el
indetenible deterioro de la nación. Los venezolanos padecen un sufrimiento
bíblico. Todos los experimentos alocados de Maduro sólo multiplican las
penurias y aceleran el éxodo de compatriotas hacia Colombia y otros países. El
régimen frente a sus errores no corrige; y ante las presiones no retrocede.
Quienes cargan con el mayor peso de su terquedad son los grupos más
vulnerables, cada vez más famélicos y arruinados.
El
ambiente para dialogar existe. ¿O es que las condiciones objetivas estarán
dadas sólo cuando de Venezuela queden nada más que escombros o la polarización
alcance tales extremos que la violencia se haya desbordado y se haya desatado
una confrontación bélica como la que destruyó a Siria? El diálogo en este país,
que en algún momento tendrá que producirse, será para trazar las líneas de cómo
esa nación va recuperarse de la devastación total.
Antes
que, de forma irreflexiva, negarse a dialogar, la oposición tendría que
realizar los ajustes internos que le permitan volver a constituirse en un
interlocutor válido y peligroso para el régimen. En la actualidad no lo es. La
oposición, por su dispersión y contradicciones internas, carece de peso propio.
Ocupa un lugar accesorio en el escenario nacional. La oposición tendría que
definir aspectos relacionados con los actores y objetivos de ese diálogo.
Rodríguez Zapatero no debería ser el puente que conecte a la oposición con el
Gobierno. Ese papel podría cumplirlo alguien como Federica Mogherini, quien
goza de la autoridad y el prestigio para llevar adelante unas conversaciones
equilibradas.
Algunos
de los temas políticos que deberían tratarse podrían girar en torno al status
de Maduro luego del 10 de diciembre de 2019, fecha a partir de la cual perderá
la legitimidad de origen, pues los resultados de las elecciones presidenciales
del pasado 20 de mayo fueron rechazados por una sólida cantidad de países
democráticos. El debate en relación con la Constitución que elabora la Asamblea
Constituyente podría dar origen a una norma transitoria que permita llamar, en
un período muy breve, a la relegitimación de los poderes públicos, entre ellos
al Presidente de la República, con un nuevo CNE, surgido del diálogo propuesto
por distintos agentes de la comunidad internacional.
Tenemos
que intentar resolver la crisis nacional dentro de un ambiente caracterizado
por la paz. Esto es muy fácil decirlo, pero muy difícil lograrlo, por la
vocación totalitaria del régimen. Contamos con que hasta los aliados más
cercanos del régimen, como Rusia y China, opuestos a cualquier tipo de
intervención armada en Venezuela, abogan por una solución pacífica al conflicto
y, según las evidencias, no obstaculizarían los acuerdos hacia la transición.
El
carácter internacional adquirido por los problemas nacionales podrían conducir,
si la oposición no se recompone y actúa con un grado mayor de responsabilidad y
pragmatismo, a que un grupo de naciones, donde podría entrar China, ignoren a
la dirigencia opositora, erigiéndose ellas en las interlocutoras de Maduro, con
el fin de concretar acuerdos que abran las compuertas hacia la normalidad
institucional. Este peligro ha sido advertido con toda razón y claridad por el
embajador Emilio Figueredo.+
Esperemos
que la sensatez retorne a la dirigencia opositora. Condiciones y temas para
negociar abundan.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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