Protesta contra el fujimorismo en Perú |
HÉCTOR E. SCHAMIS 27 de octubre de 2018
Fui
parte de una jornada de discusión sobre el tema en el Miami-Dade College.
Expertos y expresidentes de la región fueron convocados por la Iniciativa
Democrática de España y las Américas, IDEA, con una pregunta: “¿El crimen
organizado secuestra las democracias en América Latina?” Mi respuesta breve fue
“sí, sin ninguna duda”.
La
larga incluye una elaboración de la historia reciente. Sugiere que el secuestro
de la democracia, una metáfora, es consecuencia de una no-metáfora, la captura
del Estado. Capturado para ser fragmentado, esto es, desde el punto de vista
del ejercicio de la soberanía territorial y de su funcionamiento burocrático.
Como en México, la ilustración más dramática de la penetración de los carteles
en el Estado subnacional, una suerte de “federalismo del narcotráfico”.
Es que
no hay Estado, en el estricto sentido del término, sin centralización política
y administrativa. Ello como condición necesaria para impartir justicia,
recaudar impuestos y monopolizar los instrumentos de la coerción. Capturarlo y
fragmentarlo, entonces, para constituirse en Estado paralelo, léase controlar
el territorio, imponer su propia tributación y usar la violencia con impunidad.
Y sin
Estado no puede haber democracia. Allí tiene el lector el manual de
instrucciones del crimen organizado en la región.
Es una
historia que comienza en los primeros años de este siglo con el súper-ciclo de
precios internacionales. La región encontró términos de intercambio que no
había tenido en toda su historia. El boom de las commodities puso una
descomunal cantidad de recursos a disposición del Estado, especialmente en
aquellos exportadores de petróleo y minerales. El monto de dinero en la
política, en consecuencia, fue igualmente exorbitante.
Fue
una época de redistribución de ingresos, las nuevas clases medias. En la
mayoría de los casos por medio de políticas procíclicas—gastarse la afortunada
bonanza a expensas del ahorro y la inversión—que además fueron implementadas de
manera clientelar: dádivas del fisco, decisiones discrecionales de un líder más
o menos carismático. O sea, el carisma de una billetera abultada.
Así se
alimentó el sueño de la perpetuación. De un periodo a dos, de dos a tres, de
tres a la reelección indefinida; una idea que hubo que financiar. Eliminada la
norma de la alternancia en el poder, el régimen político de esta postdemocracia
ha estado definido por la corrupción. Un sistema nuevo en competencia con los
partidos políticos en su misión específica: controlar el territorio,
seleccionar candidatos y financiar campañas.
Se
trata de la colusión de la política con el crimen, sino de la captura de la
política por el crimen. Una estrategia hemisférica, debe subrayarse, hecha
política exterior. Es decir, plasmada en organizaciones multilaterales, por
ejemplo ALBA, CELAC y Unasur, y creando espacios de divulgación en la sociedad
civil, por ejemplo el Foro de São Paulo. Los fondos originaron en PDVSA y
Odebrecht, ascendieron a miles de millones de dólares y llegaron a casi todos
los países de la región, según las confesiones de los 77 ejecutivos
arrepentidos.
Esa es
la cara desagradable de la globalización. Las fronteras abiertas y el libre
comercio permiten la circulación de bienes y servicios pero también de un
sinnúmero de ilícitos. La corrupción se fusiona así con el propio Estado. No es
casual que las platas de la obra pública terminen junto a las del narcotráfico
y el terrorismo en la misma lavandería. No hay más que recordar los pasaportes
venezolanos que Tareck El Aissami le vendió a Hezbollah. Piénsese en términos
de modelo de negocios: es un conglomerado industrial sectorialmente
diversificado.
Todo
esto, a su vez, anclado en un discurso progresista, una narrativa manufacturada
en La Habana que por más de medio siglo ha cautivado a una buena parte de la
intelectualidad y la izquierda, aun la democrática. Pues es pura hipocresía,
para la dictadura más antigua del continente solo se trata de evitar otro
periodo especial—la recesión de los noventa—ahora financiándose con petróleo
venezolano y negocios conexos.
Ello
mientras subcontrata el trabajo sucio, la corrupción y el crimen organizado, en
el exterior. La casa propia la mantiene muy pulcra. Allí el sistema de partido
único conserva el férreo control del Estado, en especial de sus funciones
represivas. Si eso es el progresismo, pobres aquellos de nosotros que nos
decíamos progresistas.
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