Tulio Ramírez 17 de octubre de 2018
Salvo
algunos beatos, al pueblo norteamericano le importaba muy poco si el galán del
Presidente Bill Clinton le había montado cachos a su esposa Hillary con la no
menos buenamoza de Mónica Lewisnky. Total, los cachos son universales, no
respetan fronteras, rangos, credos, niveles educativos ni posición social.
Nadie está exento de ponerlos o sufrirlos, sean presidentes, ministros,
religiosos, amas de casa, poetas, Generales y hasta consejeros matrimoniales. Lo
que irritó a esa nación fue la mentira presidencial. En ese país, tan
contradictorio en sus prioridades, hay algo que se valora más que los símbolos
patrios: la verdad.
Mienta
en la aduana, mienta al fisco, mienta en un juicio, mienta en su solicitud de
tarjeta de crédito, mienta a inmigración o miéntale al pueblo y tenga por
seguro que podrá existir la posibilidad de que triunfe en las primeras de
cambio, pero eso no quiere decir que lo hará por siempre. Al salirse con la
suya y obtener lo deseado mediante la mentira, pensará que los gringos son unos
soberanos pendejos. Pues no lo asegure tanto. Cuando sea descubierta su mentira
sufrirá las peores consecuencias y se arrepentirá de haber tratado de engañar a
quien aseguraba, era bobo e ingenuo. Al Capone puede dar fe de ello.
Se
preguntarán por qué inicio este artículo con esa soberana jalada al culto
gringo por la verdad. La respuesta está en que pienso que ese culto ha sido uno
de los pilares que ha logrado que esa nación haya llegado hasta donde está.
Para
un buen Tío Conejo venezolano, de esos que se las echan de vivos, usar la
mentira es un recurso legítimo para conseguir lo que se quiere. No ha sido
diferente desde el ejercicio del poder. Alguien con razón dirá, “pero todos los
gobiernos han mentido”. No pretendo meter la mano en fuego por los gobiernos
que ocuparon Miraflores desde la caída de Pérez Jiménez. Más de una mentira fue
descubierta a lo largo de esos años, quizás muchas otras siguen posesionadas
como verdades. Lo que sí es cierto es que nunca antes en la historia de
Venezuela, un gobierno había hecho tanto esfuerzo por institucionalizar la
mentira como el gobierno chavista.
Han
mentido sobre la producción petrolera, sobre las fallas de los servicios, sobre
el ingreso real por renta petrolera, sobre supuestos magnicidios, sobre las
causas de la escases de alimentos y de medicinas, sobre las enfermedades que
han resurgido, sobre la fulana Guerra Económica, sobre la matricula
estudiantil, sobre la diáspora, sobre la calidad de los médicos integrales
comunitarios, sobre las circunstancias de la muerte de Hugo Chávez, sobre la
nacionalidad de Maduro, sobre los votos obtenidos por el PSUV en cualquier
elección, sobre los delitos imputados a los políticos de oposición y pare usted
de contar. No hay aspecto en materia cultural, económica, política, laboral,
salud, nutrición, deportiva y hasta conyugal, sobre el cual no hayan mentido a
la nación, por lo menos una vez.
Por si
fuera poco mentir, hacen lo imposible por evitar que la verdad se conozca. Así,
no hay boletines epidemiológicos, ni memorias y cuentas, ni cifras oficiales de
homicidios, no hay información sobre número de empleados en PDVSA, sobre número
de presos sin haber recibido audiencia preliminar después de años detenidos,
sobre delitos impunes, sobre número de desempleados y sobre cualquier cosa que
pueda suponer dejar al gobierno mal parado.
No
solo mienten y ocultan información, también impiden que otros digan la verdad.
Cierran canales de televisión, sacan del aire programas de opinión, censuran
contenidos que molestan al gobierno, vetan a periodistas, encarcelan y
persiguen a reporteros que se atreven a informar verdades, compran emisoras de
radio y periódicos para homogenizar las mentiras, estrangulan diarios no
proveyendo papel y quitan de la grilla a canales extranjeros acostumbrados a
investigar para informar con la verdad.
De
tanto mentir, ocultar o tergiversar la verdad, ya solo algunos pocos seguidores
incondicionales le creen al gobierno. El triste capítulo de las declaraciones
del Fiscal sobre la muerte del Concejal Fernando Albán, es prueba de ello. La
primera versión nadie se la creyó, y la segunda, menos. El sentido común y la
lógica privan. La tesis del “suicidio” no cuadra por ninguna parte. Horas antes
CONATEL ordena la salida del aíre el programa Gente de Palabra de Alonso
Moleiro y Esteninf Olivarez por sus pociones críticas. En Venezuela, la verdad
se fue de viaje, pero no de paseo, la exiliaron.
Tulio
Ramírez
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