Por Roberto Patiño
Escribo estas líneas desde
el dolor, la rabia y la tristeza. El asesinato de Fernando Albán representa
una pérdida irreparable que se produce en condiciones de injusticia y crueldad
extremas.
Fernando, un hombre de
reconocidos y profundos principios religiosos, activista social, líder político
y comunitario, es apresado en Maiquetía de manera ilegal el viernes 5 de
octubre. De regreso de acompañar a Julio Borges a la ONU y visitar a su familia
en Nueva York es secuestrado por el SEBIN bajo acusaciones fraudulentas de
magnicidio. Permanece incomunicado y desaparecido hasta el domingo, cuando por
fin logra contactar a su abogado e informa que está detenido en la sede de la
policía política en Plaza Venezuela. Avisa que está siendo presionado para
obligarlo a incriminar a Julio Borges en el supuesto intento de magnicidio
contra Nicolás Maduro. Está cansado, pero a pesar de la terrible situación
en la que se encuentra mantiene el ánimo en alto.
El lunes 8, cuando se espera
su traslado a tribunales durante la mañana, empiezan a correr rumores de su
asesinato. Se produce una primera declaración del Ministro de Interior,
Justicia y Paz, en la que anuncia que Fernando se ha suicidado lanzándose desde
el décimo piso del edificio del SEBIN. Minutos después el Fiscal General
de la República corrobora la noticia, pero ambas declaraciones difieren en
algunos puntos. En medio del repudio generalizado de la opinión pública,
se hace una autopsia firmada por un médico comunitario. En declaraciones
posteriores, el Fiscal contradice su propia declaración y surgen informaciones
en distintos medios que cuestionan gravemente la versión oficial. Se alerta
que, desde el gobierno, se está produciendo una presión sobre periodistas y
medios de comunicación para silenciarlos e impedir que se conozcan
informaciones sobre el suceso.
No voy a enumerar aquí la
suma de inconsistencias, falsedades y absurdos de la versión oficial que, a más
de una semana de este terrible hecho, ya han sido ampliamente discutidas,
puestas en duda y refutadas por los abogados de Fernando, sus familiares y
compañeros, voceros de organizaciones de los derechos humanos, periodistas,
expertos.
Solo una cosa es verdad: es
una versión que el país no cree y no acepta.
Y esto es así, porque la
versión oficial no puede ocultar lo que el secuestro y asesinato de Fernando,
por grotescos, por monstruosos, evidencian: la instrumentalización del terror y
la muerte, por parte de este régimen, como política de Estado para mantenerse
en el poder. Una política cuyas opciones son o el sometimiento o la destrucción
–física y moral– de las personas. Una política de intimidación, de
encarcelamiento, de tortura, de asesinato. Una política que tiene hoy como sus
víctimas más reconocibles a Fernando y a los integrantes de Primero Justicia,
pero que este gobierno, en cada una de sus decisiones, medidas y actos, ha
venido desarrollando en contra de los venezolanos, sembrando el miedo, la
impotencia, la desmovilización.
Fernando fue un hombre de
virtudes humanas, éticas y religiosas que no escatimó en compartir con su
familia, sus amigos, sus compañeros y su comunidad. Es reconocida su labor con
Caritas y su compromiso político con causas sociales, llevando a cabo
iniciativas como la Olla Solidaria, así como su lucha, civil y pacífica, por el
restablecimiento de la democracia desde Primero Justicia, la organización en la
que tuve el honor y la fortuna de conocerlo y compartir con él.
No podemos permitir que el
ensañamiento del régimen en contra de su persona, luego de asesinarlo
físicamente, se mantenga a través de las acusaciones de “magnicida” y la infame
versión de su “suicidio”, de los intentos viles del régimen de desprestigiar a
su persona y cuestionar el talante de su gran entereza moral
Son otras formas de
asesinato: el de su memoria, el de su verdad.
Los valores que Fernando
defendió y puso en práctica también están presentes en nosotros, son también
parte de nuestra verdad. No vamos desconocerlos y dejar que sean barridos
por una dictadura que ambiciona al país convertido en cárcel y secuestro, en
tumba y ruina. Fernando es ahora Venezuela. Es nuestro padre, nuestro hijo,
nuestro hermano, a quienes se les acusa falsamente, se les denigra, se les
difama de la manera más ruin e inhumana.
Por encima de cualquier
diferencia o desencuentro, hay dos principios que hacen posible a la sociedad y
garantizan la prosperidad y el desarrollo de quienes la conforman: el respeto a
la vida y el reconocimiento del otro. Con el asesinato de Fernando Albán el
régimen muestra, de manera brutal e inocultable, que irrespeta la vida y
desprecia al otro. Pero, sobre todo, que es su objetivo el obligarnos a aceptar
su realidad bajo estas condiciones.
Los venezolanos no vamos
someternos a ello.
Fernando tomó la decisión de
oponerse. Por eso, para nosotros, su ejemplo no es el de muerte y miedo que
pretende la dictadura. Es el de valentía y solidaridad, de trabajo y cambio por
el que luchó toda su vida y que ahora encarna para todo el país
Coordinador de Movimiento Mi
convive
Miembro de Primero Justicia
robertopatino.com
16-10-18
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