Francisco Fernández-Carvajal 18 de octubre de 2018
— La
hipocresía de los fariseos.
— El
cristiano, un hombre sin doblez.
— Amar
la verdad y darla a conocer.
I. Se
reunió tal muchedumbre para ver a Jesús que se atropellaban unos a otros. Y
entre tantos como le rodeaban, el Maestro se dirigió en primer lugar a sus
discípulos con esta advertencia: Guardaos de la levadura de los
fariseos, que es la hipocresía. Y añadió: Nada hay oculto que no
sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho
en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo
este techo será pregonado sobre los terrados1.
La
palabra hipócrita designaba en el mundo griego antiguo al
actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una personalidad ajena. Fingía
ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano a su propia realidad: unas
veces era rey y, otras, mendigo o general. Le bastaba con ocultar su propio ser
detrás de la máscara y tomar cualidades y sentimientos postizos. Su papel se
desarrollaba cara al público, teniendo como regla suprema de su actuación la
aprobación y el aplauso de la galería.
El ser
íntimo –la levadura– de muchos fariseos era la hipocresía, el
actuar de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la
de los actores durante la representación. Cayeron en la tentación de darle gran
importancia al juicio de los hombres –¡tan endeble y pasajero!– y descuidar el
de Dios. El Señor les dirá en otra ocasión que son semejantes a sepulcros
blanqueados: por fuera parecen hermosos y por dentro están llenos de huesos
que se pudren2. En realidad llevaban una doble vida: una llena de máscaras,
de apariencias, de falsedad, que andaba pendiente del concepto que los hombres
tenían de ellos; otra, descuidada y poco generosa, de cara a Dios.
El
Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser, bien
distinto. Quiere que tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin
máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van
con la verdad por delante.
II.
Jesús mismo nos enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de
hablar sí, sí, o no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede3.
En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El sí debe
ser sí y el no, no. El Señor quiso realzar el
valor y la fuerza de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido
por lo que dice.
Nuestra
palabra y nuestra actuación de cristianos y de hombres honrados ha de tener un
gran valor delante de los demás, porque hemos de buscar siempre y en todo la
verdad, huyendo de la hipocresía y de la doblez. En las situaciones normales de
la vida debe bastar la palabra del cristiano para dar toda la fuerza necesaria
a lo que afirma o promete. La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser
tratada con respeto. Si tenernos el hábito de decir siempre la verdad, aun en
asuntos que parecen intrascendentes, nuestra palabra tendrá una gran fuerza,
«como la firma de un notario», que no se pone en entredicho. Así imitamos al
Señor.
Muy
lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre de ánimo doble,
inconstante en todos sus caminos4,
que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público
que tenga delante. Es un hombre de ánimo doble –comenta San Beda– «el que aquí
quiere regocijarse con el mundo, y allí reinar con Dios»5.
Hoy se
hace especialmente urgente para el cristiano el ser un hombre, una mujer, de
una sola palabra, de «una sola vida», sin utilizar máscaras o disfraces ante
situaciones en las que puede ser costoso mantener la verdad, sin preocuparse
excesivamente del «qué dirán» y echando lejos los respetos humanos, rechazando
toda hipocresía. La veracidad es la virtud que inclina a decir siempre la verdad
y a manifestarse al exterior tal como se es interiormente6,
enseña Santo Tomás de Aquino. Con todo, se darán casos en los que no estemos
obligados a manifestar la verdad, y aun, en ocasiones, es deber grave de
justicia no revelarla: pueden ser motivos de secreto profesional, de seguridad
pública u otras graves razones, entre las que destaca el sigilo sacramental del
confesor y lo que hace referencia a la dirección espiritual. En esos casos
caben diversos modos de ocultar la verdad, sin incurrir en la mentira. También,
cuando el que pregunta no tiene derecho alguno a conocer la verdad y, en casos
extremos, actúa como injusto agresor, perdiendo incluso el derecho a no ser
engañado. Pero, «no olvidemos, por lo demás, que con frecuencia es culpa
nuestra el que nos hagan preguntas indiscretas. Si guardásemos mejor el
recogimiento y el silencio, no nos las harían o nos las formularían rarísimas
veces»7.
Imitemos
al Señor en su amor a la verdad. Formulemos el propósito de huir de la mentira
y de todo aquello que suene a falso e hipócrita. «Leías en aquel diccionario
los sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto”...
—Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos
calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y
humana de la sinceridad»8.
III. Dice
Jesús: Yo soy la Verdad9.
Él tiene la verdad en plenitud, y esta nos vino por medio de Él10.
Toda su enseñanza, también su vida y su muerte, constituyen un testimonio de la
Verdad11. Aquel en quien está la verdad es de Dios y, por tanto, tiene
el oído atento para escuchar a Dios12.
La
verdad tuvo su origen en Dios y la mentira en la oposición consciente a Él. Por
eso llama Jesús al demonio padre de la mentira, porque la mentira
comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo como padre13.
Por eso, la enseñanza moral de la Iglesia reprueba no solo la falsedad que
produce un daño al prójimo, sino que también desaprueba a los que –sin acarrear
daño al prójimo– «mienten por recreo y diversión, y a los que lo hacen por
interés y utilidad»14.
La
falta de veracidad que se manifiesta en la mentira o en la hipocresía, o en la
falta de «unidad de vida», revela una discordia interior, una fractura de la
misma personalidad humana. Un hombre, una mujer así es como una campana rota:
carece de buen sonido. El testimonio que el Señor manifestó acerca de Natanael,
indicando que era un israelita sin doblez15,
es lo más bello que se puede decir de un hombre: «en él no hay doblez; es de
una pieza». Eso mismo debe poderse decir de cada uno de nosotros, de cada
cristiano.
Estamos
en una época en la que se valora extraordinariamente la sinceridad, pero a la
que, por contraste, se le ha llamado el tiempo de los impostores,
de la falsedad y de la mentira16.
Entre otros, pueden ser a veces impostores «los hombres de la gran prensa, que,
divulgando indiscreciones sensacionalistas e insinuaciones calumniosas...»,
confunden a sus lectores. A la «gran prensa» se le podrían añadir en muchas
ocasiones el cine, la radio, la televisión... Estos instrumentos, que por su
naturaleza han de ser transmisores de la verdad, «si los manipula gente astuta,
a fuerza de bombardear a los receptores con colores sonorizados y de una
persuasión tanto más eficaz cuanto más oculta, son capaces de hacer que los
hijos acaben odiando al mejor de los padres y la gente vea blanco lo que es
negro»17, que se cambien los criterios morales de una sociedad.
Siempre que tengamos esos medios a nuestro alcance, los usaremos para hacer
llegar la verdad a la sociedad, principalmente sobre esos temas que, por su
trascendencia, marcan el futuro de un pueblo: la defensa de la vida, desde su
concepción; la dignidad de la familia y de la persona; la justicia social; el
derecho al trabajo; la preocupación por los más débiles... Muchas veces, esos
medios están al alcance de todos: una carta, una llamada por teléfono,
participar en una encuesta o en un programa de la radio..., nos pueden permitir
que muchos oigan la doctrina de la Iglesia sobre esas materias, o manifestar la
disconformidad con un programa o artículo que conculca los fundamentos morales
de un hombre de bien. No dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos
hacer. Muchos pocos cambian el rumbo de una sociedad.
Al
terminar nuestra oración, acudamos a Nuestra Señora para vivir en todo momento
la verdad sin componendas, y para darla a conocer sin las trabas de los
respetos humanos o de la pereza, causante de tantas omisiones. Pidámosle una
vida sin doblez, sin la hipocresía que echó en cara Jesús a aquellos fariseos.
«“Tota
pulchra es Maria, et macula originalis non est in te!” —¡toda hermosa eres,
María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborozada. No hay en
Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos
abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine
toda nuestra conducta!
»—María
nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la
Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos»18.
1 Lc 12,
1-3. —
2 Cfr. Mt 23, 27. —
3 Mt 5, 37. —
4 Cfr. Sant 1, 8. —
5 San
Beda, Comentario a la Carta del Apóstol Santiago, 1, 8.
—
6 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 109, a. 3 ad 3. —
7 R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la Vida interior,
vol. II, p. 717. —
8 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 337. —
9 Jn 14,
6. —
10 Cfr. Jn 1,
14; 17. —
11 Cfr. Jn 18,
37. —
12 Cfr. Jn 8,
44. —
13 Cfr. Jn 8,
42 ss. —
14 Catecismo
Romano, III, 9, n. 23. —
15 Cfr. Jn 1,
47. —
16 Cfr. A.
Luciani, Ilustrísimos señores, p. 141 ss. —
17 Ibídem,
pp. 141-142. —
18 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 339.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico